Mientras España agoniza, Albares lanza a la UE su diplomatica cruzada «catalanizante»

Mientras España agoniza, Albares lanza a la UE su diplomatica cruzada "catalanizante"

Hay que reconocerlo: José Manuel Albares, a quien ya en los mentideros de Palacio le llaman con sorna “El pequeño Napoleonchu”, no da puntada sin hilo. Hombre polivalente donde los haya, nuestro ministro de Asuntos Exteriores ha logrado una proeza que sólo los más audaces soñadores podían imaginar : España, bajo su batuta, mantiene unas relaciones internacionales tan buenas, tan excelentemente insuperables, que ya no hay conflictos diplomáticos dignos de su atención.

Con su diplomática agenda mundial resuelta –sin tensiones con Marruecos, sin fisuras con Argelia (¡oh, qué maravilla!), sin necesidad de aclarar los constantes desaires de Estados Unidos ni las humillaciones de Francia y Alemania– Albares ha decidido aprovechar su tiempo libre ( y que al parecer es mucho) para entregarse de lleno a su verdadera personal vocación: convertirse en el «gran cruzado del catalán» en toda Europa.

Sí, lo han leído bien. En lugar de ocuparse de proteger los intereses de España en el exterior, de reforzar nuestras fronteras, consolidar las alianzas estratégicas o de defender la posición internacional de nuestra país que cada vez es más irrelevante en el tablero global, nuestro «petit Napoleón» de palacio, ha resuelto que lo prioritario es convencer a toda la Unión Europea de que el catalán sea lengua oficial porque el «país catalá» campee a sus anchas en el Parlamento Europeo y en todas sus comisiones.

¿Que el catalán es una lengua cooficial y se habla en una parte del territorio español? Cierto. ¿Que haya que garantizar su uso y respeto dentro de España? Nadie lo discute. Pero de ahí a lanzarse a una campaña diplomática multinacional con recursos del Estado para satisfacer los delirios identitarios de los socios separatistas de Pedro Sánchez, va un abismo. Abismo que Albares recorre encantado, sin importar el coste ni el ridículo.

Mientras la imagen de España se resquebraja por la cesión constante ante chantajes nacionalistas, mientras el prestigio exterior de nuestras instituciones se ve manchado por los indultos, la amnistía, los escándalos judiciales y las presiones al poder judicial, Albares se dedica a promover el catalán como si fuera el nuevo latín de la diplomacia europea.

Y por si fuera poco, en otro alarde de frivolidad institucional, el ministro ha tenido la genial idea de nombrar un embajador para las relaciones LGTBI+. ¿La razón? Pues según él, porque “España está a la vanguardia” en esta materia. Lo que en realidad ocurre es que estamos gobernados por una élite progresista y narcisista, más interesada en la propaganda ideológica que en los verdaderos problemas de Estado.

No hay embajador para las víctimas del terrorismo. No hay representación especial para los cristianos perseguidos en África o Asia. No hay ningún enviado especial para frenar la expansión del islamismo radical o para defender nuestros intereses comerciales en América Latina. Pero sí hay, faltaría más, un embajador para “asuntos LGTBI+” que irá paseando la bandera arcoíris por los foros internacionales mientras la economía se tambalea y la inmigración descontrolada altera el tejido social de media Europa.

Con Albares, la política exterior española se ha convertido en una caricatura ideológica al servicio de los delirios de Moncloa, una diplomacia infantil y sectaria, dirigida por alguien que parece más un secretario de propaganda cultural que un ministro de Exteriores. Y lo peor: con una convicción tan firme en su inutilidad como arrogancia en su estilo. Porque cuando se le critica, siempre responde con la suficiencia del que cree que está escribiendo páginas gloriosas en la historia de la humanidad.

La realidad es que Albares no ha solucionado ni un solo conflicto relevante desde que ocupa su sillón, pero ha multiplicado el ruido ideológico, el postureo diplomático y la propaganda vacía. Nos deja un país más dividido dentro, y más irrelevante fuera.

Que siga, que no pare. Que si el catalán no cuaja, intente con el aragonés oriental. Que si se aburre, nombre un nuevo embajador para la “memoria democrática internacional”. Porque en este Gobierno todo es posible, mientras España, –silenciosa y resignada– agoniza y sigue perdiendo peso, respeto y rumbo.

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Autor

Pedro Manuel Hernández López

Médico jubilado, Lcdo. en Periodismo y ex senador autonómico del PP por Murcia.

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