Todavía no disipada la peste a gas sarín y a medida que aumenta el hedor a cadáver, es importante subrayar que excepto lo que eufemísticamente se conoce como ‘oposición siria’, nadie parece sentir el menor entusiasmo con la perspectiva de un ataque norteamericano.
Ni siquiera los norteamericanos. Ya he metido la pata tres veces, las que vaticine sucesivamente en columnas anteriores que el bombardeo era ‘inminente’, ‘cuestión de horas’ e ‘inevitable’.
Corro el riesgo de equivocarme por cuarta vez pero voy a volver a hacer un vaticinio: El tema de discusión en torno al pavo del Día de Acción de Gracias será este 2013 si hay que lanzar misiles en Siria y contra qué.
‘Thanksgiving‘, como todos los años, se celebra el cuarto jueves de noviembre.
Tienen su lógica los titubeos de Obama, porque la Casa Blanca sigue sin explicar al pueblo soberano cómo contribuirá a proteger intereses de EEUU una lluvia de Tomahawks sobre los centros militares del carnicero Asad.
Ni siquiera si eso será bueno o malo para Israel. Cierto que el colapso del régimen de Asad rompería el eje Siria-Irán-Hezbolá, algo que ansían Arabia Saudí y Qatar, pero ignoramos si facilitar el acceso al poder en Damasco a esas bandas plagadas de admiradores de Al Qaeda o el desmembramiento del país en cantones sería bueno o malo para Occidente y sus verdaderos amigos.
Si hace diez meses, cuando fue reelegido, Obama no me llamó para formar parte de su equipo de asesores, no lo va a hacer ahora, pero estoy dispuesto a darle un consejo y gratis: No haga nada señor presidente.
Suena muy cínico después de dos años y medio de matanzas, pero el mejor resultado de la guerra en Siria es que no haya resultado.

