Las últimas horas de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo

El legionario que murió cuatro veces y no quiso confesarse

¿Fue sometido a un exorcismo antes de morir?

Hacía más de dos años que el fundador parecía haber perdido la fe. No iba a misa, no rezaba... Los legionarios que lo cuidaban llegaron a comprobar que sentía «repulsa por la religión»

El día que Marcial Maciel murió, se oyó, como en Pedro Páramo, un murmullo insistente como el que hace el viento al azotar las ramas de un árbol en la noche. Al afinar el oído, al igual que en la obra de Juan Rulfo, aquel bisbiseo apretado como un enjambre se definió en palabras casi vacías de ruido y llenas de piedad: «Ruega a Dios por nosotros».

El día que Marcial Maciel murió (ayer se cumplieron dos años), la lujosa casa legionaria de Jacksonville (Florida) se convirtió en un ir y venir de hombres ensotanados. Todavía hoy conservan un rictus extraño en su rostro. Una mueca en la que se adivina que el final de Marcial Maciel hace justicia a una existencia vivida con exceso y fuera de toda ley, civil o divina. Algo horrible ocurrió en la habitación donde el fundador de los Legionarios de Cristo expiró.

Poco más de una docena de personas fueron las elegidas para acompañarlo en sus últimos momentos y, de aquella jornada del 30 de enero de 2008, sólo les queda la certeza -y en algunos casos hasta el consuelo- de que el fundador de los Legionarios de Cristo ha muerto. Cuál fue la causa, cómo sucedió o incluso dónde ocurrió son preguntas que admiten más de una respuesta.

Marcial Maciel era uno, trino y hasta quíntuple. Tenía, al menos, cinco identidades diferentes. Era Raúl Rivas, amante de Norma Hilda y padre de Normita (ambas en viven holgadamente en Madrid), y Jaime Alberto González Ramírez, pareja de una mujer mexicana y padre de tres hijos en Cuernavaca. Pero también era el progenitor de un chico en Inglaterra y el de una joven en Suiza. A veces era Juan Rivas. Y siempre era Marcial Maciel, fundador de una de las congregaciones religiosas con más poder, conseguidor de incalculables fondos monetarios de dudosa procedencia y pederasta castigado en 2006 por el Papa a la oración y el retiro. Todos ellos murieron el 30 de enero de 2008, hace ahora dos años. Sus secretarios personales se encargaron de matarlos. ¿Cómo, si no, iban a poder poner al día todos los documentos de «nôtre père», como aún lo llaman? Había cuentas millonarias, propiedades repartidas por medio mundo, fideicomisos en Bahamas… Un imperio calculado en unos 20.500 millones de euros entre lo que conservó para sí, en todas sus versiones, y lo que puso a nombre de su Legión.

Así se explica su don de la ubicuidad y que Marcial Maciel falleciese a la vez -y que se sepa- en Houston (Texas), Washington; Cotija, su pueblo natal en México, y en Jacksonville (Florida). A las pocas horas de dejar este mundo y mucho antes de que los medios de comunicación conocieran la noticia, Wikipedia recogía su muerte en Florida. Aunque minutos más tarde, sospechosamente, la enciclopedia en la Red eliminó el lugar de la muerte de Maciel de su biografía. Dos días después, aparecieron los primeros obituarios en la prensa. The Denver Post y El Paso Times informaron del deceso del fundador de la Legión por causas naturales en Houston (Texas).

¿Fue por causas naturales? Algunos legionarios aseguran que padecía cáncer de hígado. Otros informan de una operación en 2003 a corazón abierto en Houston. Y hay quienes se aventuran a decir que padecía demencia senil. «Había que emitir diferentes partes de defunción, cada uno con su motivo, para cada una de sus identidades», explica José Bonilla, abogado de los hijos mexicanos del legionario.

«EL CAMAROTE» DE MACIEL

Sea como fuere, el verdadero Marcial Maciel murió en un chalé en Jacksonville (Florida), aunque sus restos fueron trasladados a Cotija (México), su ciudad natal. Se trataba de una pequeña casa con unos 10 u 11 legionarios, organizada ex profeso para el descanso de su fundador un año antes de que éste partiera «a la gloria celestial», como rezaba su despedida en la web oficial de la congregación ultracatólica. El 30 de enero de 2008, la población de la casa se vio repentinamente incrementada en, al menos, ocho personas. En el cuarto de Maciel se juntaron Álvaro Corcuera, actual director general de los Legionarios; Luis Garza Medina, vicario general; Evaristo Sada, secretario general; Marcelino de Andrés, a quien Maciel dejó el encargo de entregar el fideicomiso a sus hijos; Alfonso Corona, uno de los superiores; John Devlin, secretario personal del fundador; y las dos Normas. Y, por si el cónclave no era suficientemente surrealista, en los aposentos de Marcial Maciel no faltó un exorcista para asegurarse de que el alma del padre no estaba tomada por algún espíritu demoníaco.

¿Por qué? Hacía más de dos años que el fundador parecía haber perdido la fe. No iba a misa, no rezaba… Los legionarios que lo cuidaban llegaron a comprobar que sentía «repulsa por la religión». Y la aversión a los objetos religiosos es un signo inequívoco de posesión. De hecho, cuentan que, ya en 1946, los primeros legionarios asistieron a «fenómenos raros» de tipo mefistofélicos. El padre tenía por aquel entonces «una habitación en la casa del Sagrado Corazón», un chalé con una estatua de esa advocación. Una «habitación rara». Primero, porque no tenía cama: «Maciel dormía en un ataúd». Y segundo, por los insólitos fenómenos que, dicen, allí sucedían. Una noche, sus compañeros oyeron ruidos extraños en la habitación de Maciel y, cuando entraron, se toparon con «unas bolas de fuego que circulaban por la habitación del fundador hasta que desaparecieron».

Otros atestiguan que, estando un día en la sacristía, aparecieron unos perros rabiosos. Maciel ordenó a los jóvenes que lo acompañaban que dejaran la habitación y, del mismo modo que llegaron, «los perros desaparecieron de la estancia con la puerta cerrada». En otra ocasión, se encontraba en la capilla. Al oír un estruendo, los legionarios «abrieron la puerta y encontraron los bancos tirados y a Maciel bajo uno de ellos». ¿Presencias del Maligno?

Quizá muchas de estas anécdotas no dejen de ser fábulas. Un tinte de realismo mágico en una vida cargada de episodios rocambolescos.

Sin embargo, alguien debió de considerar seriamente la posesión e hizo llamar al exorcista a su lecho de muerte. El propio Luis Garza llevaba algún tiempo lidiando con la rebeldía del fundador. Según fuentes de la Legión, Maciel se puso muy enfermo seis meses antes de morir. Y los legionarios lo trasladaron desde Jacksonville a un hospital de Miami «de toda confianza». Hasta allí llegó el ya entonces «amonestado» fundador acompañado por tres sacerdotes y una consagrada (laicas con voto de castidad).

«ME QUEDO CON ELLAS»

En el hospital de Miami estuvo tres días ingresado. Al segundo día, se presentaron las Normas en su habitación y permanecieron a su cabecera, cuidándolo, con el beneplácito de Maciel y para escándalo de los legionarios.

-Padre, tiene que venir con nosotros- le dijeron éstos cuando le dieron el alta.

Pero, para entonces, Maciel estaba más cerca de ser Raúl Rivas que el fundador de una congregación religiosa y, señalando a las dos mujeres, respondió tajante: «Quiero quedarme con ellas».

Los sacerdotes legionarios, alarmados por la actitud de Maciel, llamaron inmediatamente a Roma. El entonces número tres de la institución, Luis Garza, supo al instante que les rondaba un grave problema. Lo consultó con el máximo responsable, Álvaro Corcuera, subió al primer avión con destino a Miami y fue directo al hospital.

La indignación podía leerse en su rostro. Allí se presentó ante el otrora todopoderoso fundador y le conminó: «Le doy dos horas para venirse con nosotros o llamo a todos los medios para que todo el mundo se entere de quién es usted de verdad». Y Maciel dio su brazo a torcer.

Su estado físico se había deteriorado mucho desde 2005. «No caminaba bien. Tenía afecciones propias de la edad avanzada. En los últimos meses le fueron fallando varios órganos vitales. Imagino que un informe médico diría que murió de parada cardiorrespiratoria. Tenía 87 años: era un ancianito», detalla a Crónica un portavoz de la Legión de Cristo.

Pero a los pocos elegidos que lo acompañaron al final de su vida les costaba verlo como un ancianito. Para ellos, las últimas horas del fundador fueron un verdadero calvario. Marcial Maciel se negaba a confesar sus pecados. No deseaba o no creía en el perdón de Dios. Quizá llevaba demasiados años acostumbrado a engañar al representante divino en el confesionario. Cómo declarar de golpe que fue pederasta, mantuvo relaciones con mujeres y hombres, tuvo al menos seis hijos de los que nunca se encargó como un verdadero padre, abusó de las drogas, deseó y obtuvo grandes cantidades de dinero, plagió la guía espiritual de su congregación, mintió e hizo daño a centenares de personas sin alterarse en lo más mínimo, y Dios sabe qué más. Eso, Dios lo sabe. Entonces, ¿para qué confesarse? «¡Qué no!», espetaba a Álvaro Corcuera, empeñado en ungir al moribundo con los óleos sagrados.

VERSIÓN OFICIAL

Al final, Corcuera habría logrado que Maciel hiciera un profundo examen de conciencia. Ha explicado más a los suyos. «Nôtre père» feneció frente a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y las últimas palabras que escribió en un papel fueron «et verbum caro factum est» (y el verbo se hizo carne). De hecho, presentó una hoja convenientemente garabateada. Las dos versiones son compatibles. Maciel pudo negarse a la confesión y ser obligado. Pudo confesar lo que considerase apropiado y resultar absuelto. Pudo morir en pecado y escribir algo para consuelo de las futuras generaciones legionarias. La verdad sólo la conocen los que ocuparon el camarote de Maciel antes de exhalar. Fuera, los legionarios de Jacksonville esperaban impacientes. Algunos entraban y salían. «Fue tremendo», refiere uno de ellos. «No te puedo decir más. Tremendo».

¿Pondría este calificativo el padre Alfredo Torres, uno de los fundadores de la Legión, al final de Maciel? «Ha hecho usted muy bien en querer saber mi opinión. En su artículo puede poner: «He intentado que el padre Torres se pronunciase, pero él no ha querido»». A sus 83 años, Torres es el único de los primeros legionarios que sigue vivo. Dirige el colegio hispano-mexicano que el movimiento tiene en Madrid y, en medio de la crisis que vive la institución, se ha convertido en un referente de las esencias. «Vienen muchos sacerdotes a hablarme. De Roma, México, Italia… Todos los que no están contentos me escriben o acuden a hablar conmigo y yo los enderezo por el buen camino». Porque, a su juicio, en estos momentos la congregación se encuentra ante una encrucijada. «Hay dos caminos: el de la Iglesia y el de la calle. Yo siempre iré por el de la Iglesia, que es el de Cristo. Y acepto lo que diga el Papa. Sea lo que sea».

Sobre la conveniencia de hacer público que Maciel se negó a la confesión y que en su lecho de muerte hubo un exorcista, el padre Torres aconseja: «Publíquelo. Usted tiene que ganarse la vida y, además, servirá para que reflexionen las personas implicadas».

¿Reflexionarán? De momento, los dirigentes de la Legión se enfrentan a la visitación con cierta opacidad en sus declaraciones.

Los superiores hicieron llegar a todos los centros un argumentario para responder a periodistas, curiosos y enviados del Vaticano. La guía ofrece la respuesta -en su mayoría, «no» y «nada»- a muchas preguntas. ¿Qué hizo el padre Maciel? ¿Hubo irregularidades financieras? ¿Qué dice de las acusaciones de años anteriores [sobre pederastia]? ¿Estaban los superiores al tanto de estos hechos?… Pero, además, el formulario ofrece un hilo argumental para las conversaciones que se salgan de estas cuestiones. Sugieren a los miembros de la Legión y del Regnum Christi (su rama laica) que pidan perdón por el daño causado por Maciel, que se muestren consternados por que el escándalo haya podido contaminar a la Iglesia, que manifiesten que los que están sufriendo están en sus oraciones y que aseguren que tratan de actuar según lo que Cristo habría hecho en su lugar.

PRIMER RECONOCIMIENTO

A mediados de marzo se espera una decisión de Benedicto XVI. Ahora hay entre 100 y 150 sacerdotes legionarios pendientes de ese dictamen para definir su camino dentro o fuera de la congregación. De momento, parece que la opción más plausible pasa por que el Papa designe un representante de confianza que dé un nuevo rumbo al movimiento. Pero también cabe la posibilidad de que Benedicto XVI ordene una refundación o, directamente, opte por que la Legión de Cristo se disuelva.

Mientras, el representante legal de los tres hijos que Maciel dejó en México, José Bonilla, sigue adelante con su lucha por el reconocimiento de los jóvenes como descendientes del fundador. El primer paso, según ha podido saber Crónica, ha sido la carta que Álvaro Corcuera, director general de la Legión, ha enviado al abogado. En ella, reconoce al mediano de los tres, José González, como hijo de «nôtre père». Quedan dos. Además del fideicomiso en Bahamas que Maciel les legó y que ya les ha sido entregado, los vástagos del legionario tendrían derecho a parte de los bienes que el fundador dejó repartidos por todo el mundo. Y, en menos de 30 días, sus hijos interpondrán una demanda para reclamar sus derechos de herencia sobre estos bienes. «Los chicos hablan todas las semanas con el visitador en México, el obispo Ricardo Watty, que se ha mostrado muy preocupado por el asunto». Más, quizá, de lo que Maciel lo estuvo nunca. De hecho, el padre fundador de los Legionarios de Cristo no se despidió de sus tres hijos. Ni siquiera fueron avisados de su fallecimiento.

El día que murió Marcial Maciel fue un ir y venir de sotanas que rezaban por el alma del que llamaban «padre». Pero faltaban tres de sus hijos. Los que Jaime Alberto González Ramírez, su tercera identidad, engendró con una mujer mexicana. Si confesó su séxtuple paternidad y sus múltiples pecados sólo lo saben quienes estuvieron en la habitación con el moribundo. Aquel 30 de enero de 2008, que muchos recuerdan con una contracción en el rostro, se oía un incesante y pío murmullo. «Ruega a Dios por nosotros», decía.

 

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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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