Para el pueblo egipcio, este complejo arqueológico es la "Octava maravilla del mundo antiguo"

Egipto: Crónica de un complicado y surrealista viaje a «Abu Simbel»

El 31 de octubre del 2015, un atentado terrorista -con bomba- hizo estallar un avión ruso que, con 224 personas a bordo, cubría la ruta Sharm el-Sheij, Egipto–San Petersburgo, Rusia. Por aquel entonces yo tenía una invitación para visitar la Tierra de los Faraones. Y a pesar del caos reinante en el país, viajé.    

Egipto: Crónica de un complicado y surrealista viaje a "Abu Simbel"
Abu Simbel Egipto Paul Monzón

Lejanos quedan aquellos días cuando visité Egipto por primera vez. La experiencia -vivida en un clima de inseguridad tras una serie de atentados terroristas- incluyó cuatro noches en un crucero que surcó las aguas del Nilo, con visita incluida a Luxor, Karnak, el Valle de los Reyes, el Templo de Hatshepsut, y en especial: los Colosos de Abu Simbel. La última parada fue El Cairo, con la obligada visita a las milenarias Pirámides de Giza. Todo un lujo… y suma preocupación.

Un viaje complicado

El 31 de octubre del 2015, un avión ruso, precisamente un Airbus A321, con 224 personas a bordo, que cubría la ruta Sharm el-Sheij (Egipto) – San Petersburgo, Rusia, se estrelló en el norte de la península del Sinaí. En un principio se creyó que habría sido a causa de un fallo técnico, o humano; pero luego se reveló que fue producto de un ataque terrorista. Incluso fue reivindicado por el mismísimo Estado Islámico.

La noticia causó un gran impacto mundial que, unido al clima de incertidumbre que se vivía en el país, provocó el pánico entre los miles de turistas que disfrutaban de sus vacaciones en la Tierra de los Faraones, y en especial, en el paradisíaco balneario de Sharm El Sheij.

Tras el atentado, el pánico se instaló en los aeropuertos del país. Miles de turistas querían regresar a sus países.

Cual gigantesca riada de enloquecidas marabuntas, los visitantes, presos del pánico, se agolparon en los aeropuertos buscando desesperadamente salir del país. Rusia y el Reino Unido fletaron aviones para hacer posible la evacuación de sus connacionales ante la posibilidad de que fueran blanco de un nuevo atentado yihadista. El caos parecía reinar.

Por aquel entonces contaba con una invitación para visitar este milenario destino. Y al igual que yo, casi dos decenas de periodistas más. O eso creí, porque a la hora de la hora, sólo nos atrevimos a viajar nueve, de los cuales solo dos éramos-somos periodistas. Los otros, los típicos «periodistas fake», que solo sabe Dios cómo se las buscan para colarse en cada sarao o viaje. En fin, el lema de ellos prodría ser: «Por un canapé, si hace falta, hasta el fin del mundo…»

Algunos amigos me advirtieron que era una locura viajar a un país tan inestable y peligroso, y más aún siendo consciente que apenas unos días atrás miles estaban intentando salir. Pero, bueno, aparte de la paradojica «Ley de Murphy», siempre he creído que cuando te toca, te toca.

Tres semanas después del atentado, precisamente el 21 de noviembre del 2015, arribé a El Cairo.

Nada más llegar a la capital de Egipto no percibí un gran despliegue policial en el aeropuerto. Pero, eso sí: me retuvieron un cuarto de hora en el control de pasaportes porque el policía de fronteras creía que mi pasaporte era falso. El susodicho lo revisaba una y otra vez a la par que me miraba fijamente. Luego utilizó una lupa para «leer» mis datos, etc. y no conforme llamó a otro agente para que se llevara mi documento y lo analizara minuciosamente en otra oficina.

Interior del Templo de Abu Simbel. Foto: Ileana Escudero

Veinte minutos después regresó y me devolvió el pasaporte, y adiós buenas. Puede que la culpa la tuviera mi documento que estaba algo viejito de tanto vagabundear por el mundo, pero creo que la cosa no era para tanto. En fin, ya estaba en Egipto y este incidente no me iba a joder el viaje.

Aquella noche nos recogió en el terminal aéreo nuestro guía Ahmed (casi todo el mundo se llama Ahmed aquí), quien nos llevó al Hotel Fairmont, perteneciente a una cadena canadiense y que aglutina hoteles por todo el mundo.

Nada más llegar al hotel nos dimos de bruces con las extraordinarias medidas de seguridad para entrar en el mismo. Primero, había que sortear como una garita de control, y una vez que se accedía a la puerta del establecimiento, había que pasar -sí o sí- a través de un arco de seguridad. Los equipajes corrían la misma suerte pero a través de un escáner. Todo idéntico como cuando vas a viajar en avión y te encuentras con esos molestos controles, pero necesarios para garantizar tu seguridad y la de los demás.

El autor con el fondo de Abu Simbel. Foto: Ileana Escudero

Este bendito ritual tuvimos que sortearlo casa vez que entrábamos y salíamos del hotel. Las medidas para garantizar de alguna manera la seguridad de los potenciales turistas que querían visitar o se encontraban en Egipto, aunque molestas, son óptimas.

Escáneres, y arcos de seguridad incluido, se distribuían en todos los templos arqueológicos de Luxor, las Pirámides de Giza, Sáqqara, Philae, etc. o incluso para entrar en algún restaurante de moda. Nadie se libraba de ser «escaneado».

Aquellos aciagos días el turismo receptivo había caído estrepitosamente, pero no el turismo interno que es el que te podías encontrar si visitabas las pirámides o viajabas en crucero por el Nilo.

Interior de Abu Simbel. Foto: Paul Monzón

ABU SIMBEL

Unos días después, tras navegar por el Nilo en el formidable barco Amarco 1, tuve la gran suerte de visitar en su penúltima parada, el Templo de Abu Simbel; o mejor dicho: el Templo del faraón Ramses II.

Los 300 kilómetros de carretera que recorre el desierto del Sáhara, desde Aswan hasta el complejo arqueológico, al cual los egipcios lo califican como la octava maravilla del mundo (y lo es), los hicimos en caravana de autocares, escoltados por dos coches de la policía egipcia fuertemente armados.

Enclavados en la región de Nubia, en el sur de Egipto, los Colosos de Abu Simbel -que representan la imagen del faraón Ramsés II- son una de las atracciones más famosas y reconocibles de Egipto.

Hay que recalcar que la escolta policial ya se daba antes del incidente del avión ruso, y no era una medida nueva de protección. El regreso de Abu Simbel se dio bajo las mismas medidas de seguridad hasta nuestra llegada al barco.

Aquella madrugada partimos sobre las 02:30 horas y creo que fue la hora ideal para dirigirse a Abu Simbel, porque según amanece es una pasada observar cómo va «naciendo» de a pocos el Sol tras las dunas del desierto del Sáhara. Pero lo mejor vendría luego. Y es algo que no te puedes perder. Y es que una vez que llegas a Abu Simbel, puedes presenciar maravillado cómo el Astro Rey va emergiendo detrás del Lago Nasser. La vista de este regalo de la Naturaleza es indescriptible.

Hoy en día, los autocares de turistas que van de Aswan a Abu Simbel ya no salen a la misma hora (craso error), sino más tarde, con lo cual los viajeros se pierden esta experiencia, que -repito- es tan importante como la visita de este espectacular complejo arqueológico.

Abu Simbel. Foto: Ileana Escudero.

Los Colosos

Cada uno de los colosos mide aproximadamente 20 metros de altura y están tallados directamente en la roca de la montaña. Las estatuas representan a Ramsés II sentado en un trono, con las manos sobre sus rodillas. Están vestidos con el atuendo real y llevan la doble corona del Alto y el Bajo Egipto en sus cabezas.

Una característica notable de los Colosos de Abu Simbel es que fueron construidos de tal manera que la luz del Sol ilumina el interior del templo dos veces al año.

El 22 de febrero y el 22 de octubre, las primeras luces del amanecer atraviesan el templo y llegan hasta la sala del santuario, iluminando las estatuas de los dioses Amón, Ra-Horajty y Ramsés II. Este fenómeno es conocido como «El Milagro del Sol».

Los colosos y el templo de Abu Simbel fueron construidos durante el reinado de Ramsés II en el siglo XIII AC. Fueron esculpidos en la roca para conmemorar la victoria de Ramsés II en la batalla de Kadesh y para mostrar su poder y grandeza como faraón. Sin embargo, en la década de 1960, el templo y los colosos estuvieron en peligro debido a la construcción de la presa de Asuán, que habría inundado la zona. Como parte de un esfuerzo internacional, los colosos y el templo fueron trasladados a un lugar más alto y seguro, siendo desmontados y reconstruidos piedra por piedra.

Hoy en día, los Colosos de Abu Simbel son una importante atracción turística y están incluidos en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Son un testimonio impresionante de la habilidad y el ingenio de los antiguos egipcios, así como de la dedicación moderna para preservar y proteger estos tesoros históricos.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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