LA VIDA ES UN CHISPAZO ENTRE DOS NADAS
Hemos oído decir mil veces y leído otras tantas que el tiempo pasa volando. Ahora bien, cuanto hemos constatado, realmente, los sesentones (entre los que me cuento) es que quienes pasamos, a nuestro pesar, pisando (más o menos fuerte) y posando (algunos haciendo selfis y arriesgando demasiado, temerariamente, llegando a perder la vida) somos nosotros, tú, atento y desocupado lector, ora seas o te sientas ella, él o no binario, y yo, el abajo firmante de estos renglones torcidos.
De un tiempo a esta parte, cuando hablo de la salud con mis amigos (hay quienes lo son desde la más tierna infancia, cuyos estíos pasé en los riojanos pueblos de mis progenitores, Cabretón y Cornago), parece que asisto (es lo que escucho) a un parte de guerra (echo mano de una figura literaria, la hipérbole, pero no hay tanta exageración en los términos que uso), pues, si servidor ha pasado demasiadas veces por el quirófano, al resto no les funcionan todo lo bien que sería deseable el motor ni las cañerías. Quien no ha pasado la ITV la va a pasar; quien no ha ido al fontanero digestivo está a punto de hacerlo. Las listas de espera de las diversas especialidades no dejan de ir sumando enfermos y días.
El número de altas y bajas se va equilibrando. Así que, aunque a mí no me gustan los toros (en puridad, verlos morir en el ruedo) lo que me agradaban, utilizo expresiones del lenguaje taurino para constatar la evidencia, que empiezo a tener tantos amigos en el tendido de sol como en el de sombra. Pero, como suele tener en la punta de la lengua, a punto de referir Juan Luis, que derrocha alegría, no hablemos de la parca, que, en menos que canta un gallo o se yanta él una ración de callos, te hace el guiño fatal y, en un santiamén, te deja, primero, patidifuso y, luego, en los huesos.
A la otra vida (en realidad, a la nada; si hacemos caso a Mario Benedetti, quien, al cumplir los ochenta años, concedió a diversos medios iberoamericanos varias entrevistas, y en una de ellas, refirió esto: “Creo que la vida es un paréntesis entre dos nadas. Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias y tiende a sentir que, después de la muerte, está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho méritos para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia: a ella es a la que le debemos rendir cuentas todos los días de nuestra vida” —abundando con él, o viceversa, Vicente Aleixandre solía repetir que la existencia era un relámpago entre dos oscuridades—) hay quien se lleva, como mucho equipaje, un traje de madera, el ataúd, y otro de tela, alguno puede que recién estrenado. ¿Qué dejó escrito, negro sobre blanco, Antonio Machado en las dos últimas estrofas de ese poema compuesto en versos alejandrinos, titulado “Retrato”?
“Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
“Y cuando llegue el día del último vïaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Así que no hace falta maleta, salvo que así llamemos, metafóricamente, al féretro o a la mortaja, que uno lleva a la meta, tumba, nicho o columbario. Si te han incinerado, acaso la urna sea vaciada en el pico de un monte o en la orilla de un mar o a la vera de un puente, donde acaso haya agua o, en su defecto, un campo de flores venenosas.
Mi señera y señora madre, Iluminada, empezó a pagar mensualmente un seguro de decesos (venía a casa un trabajador de la compañía aseguradora a cobrarlo), cuando yo estaba estudiando BUP en Zaragoza, en la casa que tenía la orden de san Camilo de Lelis en el bloque octavo del número 162 del Camino de la Mosquetera (calle que ya no existe).
Bueno, pues, como la vida, vista desde otra perspectiva, es también un cúmulo de sorpresas, buenas y malas, mi hermano y mecenas José Javier, el primogénito, fue el primero que, de los ocho que éramos en casa, padres y seis hijos, perdió la vida, como consecuencia de un letal accidente de tráfico, qué paradoja, sí, el día de Navidad del año 1978. Y es que, como todo lector que se llevase a los ojos, aunque solo fuera una vez en la vida, “La Celestina”, de Fernando de Rojas, recordará, seguramente, que en el acto IV de dicho volumen, subrayó esta verdad apodíctica, que Celestina le replica a Melibea: “Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Ninguno es tan viejo que no pueda vivir un año, ni tan mozo que hoy no pudiese morir. Así que en esto poca ventaja nos lleváis”.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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