QUIEN NO SALVA A LOS OTROS NO SE SALVA,
AUNQUE SU NOMBRE SEA SALVADOR
Uno, este menda, verbigracia, a fin de ahorrar tiempo, o de no derrocharlo o dilapidarlo, un pecado, sin duda, pues considera que es oro puro, hubiera preferido saber lo poco que sabe de una sola vez, en un solo rato de eficacia inaudita, y no poco a poco, como así acaeció. Ahora bien, seguramente, si esa posibilidad se hubiera dado, mera quimera o utopía, acaso, ante ese totum revolutum, se hubiera atorado, atascado y quedado aturdido, y no hubiera aprendido bien ninguna de las escasas cosas que conoce. Así que hoy, aquí y ahora, está plenamente convencido de que de la manera que las fue asimilando, paulatinamente, fue la mejor forma de que se fijaran en su mente y de que, si no han sido abatidas de los pedestales, donde se hallaban colocadas, por otras verdades, interinas, provisionales, asimismo, pues es la condición que acompaña a toda fetén, las siga acarreando consigo.
Como el abajo firmante de estos renglones torcidos ha tardado más de media vida, en el supuesto caso de que muera centenario (que no desea que le caiga esa breva envenenada en la palma abierta de una de sus manos, si, para conseguir dicho reto, ha de pringar y/o implicar a sus familiares —más o menos directos— para que él siga sobreviviendo —ya que el quid o la quintaesencia está en promover que se añada vida a los años, no años a la vida—, pues vivir en determinadas circunstancias no es vivir, sino malvivir) en, mientras conocía a los demás, conocerse él a sí mismo, y viceversa, ha decidido que va a aprovechar al máximo ese doble conocimiento para sacarles a ambos todo el jugo o zumo que contenían, el gusto y el susto, siendo justo. Luego, está claro, cristalino, deberá reponerse del uno y del otro, tras haber reído a mandíbula batiente y/o haber quedado petrificado.
Uno, servidor, como ya superó, cuando convenía hacerlo, la época egoísta/altruista, estúpida/inteligente, soberbia y bruta de la juventud, cuando quiso vivir rápido, a tope, y dejar una buena impresión en el público asistente a su proceder diario (pues entonces se tenía por el centro mismo del universo, ¡menuda y manida presunción!), fuera en la facultad, en la casa familiar, en el piso compartido, entre amigos o colegas de estudios, estando en huelga de brazos caídos o de juerga, ahora no tiene pánico a la hora de confesar que, a veces, se siente un impostor. Hacerlo es índice de humildad, de modestia; así que el cerval miedo que otrora sintió, por considerarse un tal y no atreverse a admitirlo o reconocerlo sin ambages, lo considera hoy una muestra más de los gajes del oficio.
Uno, Otramotro (seudónimo que me cuadra —qué va a decir quién lo eligió para sí, quien lo seleccionó—; a pesar de los pesares, Unamuno sigue siendo para mí, sin haberlo conocido, una inagotable fuente de inspiración; casi casi como fray Ejemplo, fusión de mi progenitor, Eusebio, a quien le di su nombre de pila, y de los religiosos camilos Arteaga y Piérola, que son los dos apellidos que porta mi guía, gurú y mentor, a quienes tuve el sumo gusto de conocer y tratar y aprender buenos modales y modelos actitudinales de los tres), que, mutatis mutandis, tenía la virtud del zahorí, para identificar, sin apenas margen de error, al hipócrita y al idiota (vocablos que heredó el español, de modo directo, del griego clásico, pues son ambos los vocativos respectivos de dos términos o voces), siempre tuvo problemas para airear o pregonar a los cuatro vientos que él también incurría en los mismos errores que cometían los aludidos (sin especificar, hipócrita e idiota). Se salvó de ser quemado en la hoguera, al constatar que tres cuartos de lo propio que le pasaba a él, que perdonaba a los amigos sus yerros, acontecía a la inversa, que sus amigos también le perdonaban a él sus desmanes o tropelías; y no dejaban de quererle por ser como era, un zumbón inmisericorde con los politicastros, que tanto abundaban y abundan por doquier.
Por ende, acaso convenga concluir esta urdidura con la famosa frase que el mejor de los filósofos españoles del siglo XX, José Ortega y Gasset, según mi criterio, que (como no soy dogmático, acepto discrepantes, o sea, la propuesta de otros candidatos a enseñorearse u obrar sobre ese pedestal) dejó escrita en letras de molde, negro sobre blanco, en su obra “Meditaciones del Quijote” (1914): “Yo soy yo y mi circunstancia; y, si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
Ángel Sáez García
angelsaez.otramotro@gmail.com
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