Amanecía el martes cuando el estruendo de los helicópteros y las ráfagas de fusil convirtieron el cielo de Río de Janeiro en un campo de batalla. Eran las primeras horas de la operación policial más letal jamás registrada en la ciudad: un despliegue de 2.500 agentes de las fuerzas de seguridad que irrumpieron simultáneamente en los barrios dominados por el temido Comando Vermelho.
Durante horas, las favelas fueron escenario de una guerra urbana. Los criminales, atrincherados en lo alto de los cerros, respondieron con drones cargados de explosivos y emboscadas. Cuando el polvo comenzó a asentarse, la cifra estremecía: más de 100 muertos, entre ellos cuatro policías.
El operativo, parte de la llamada Operación Contención, buscaba cumplir 180 órdenes de captura y 100 pedidos de prisión en un territorio de nueve millones de metros cuadrados, equivalente a 72 estadios Maracaná.
El gobernador Cláudio Castro la describió como “la mayor realizada por las fuerzas de seguridad de Río de Janeiro”, y aseguró que “no se trata de una acción aislada, sino del inicio de un nuevo tiempo de firmeza contra el crimen”.
Entre los capturados figuran nombres de peso en el entramado narco: Thiago do Nascimento Mendes, alias Belão, señalado como uno de los líderes del Comando Vermelho, y Nicolas Fernandes Soares, considerado el principal operador financiero de la organización.
El eco del operativo paralizó la ciudad. Decenas de escuelas y universidades cancelaron sus clases, y las calles permanecieron desiertas durante todo el miércoles. Mientras tanto, la población de Río intenta asimilar una jornada en la que la violencia se impuso de nuevo sobre la esperanza.

