Antonio Casado – Papeles cambiados.


MADRID, 16 (OTR/PRESS)

Es lugar común que la crisis económica que atenaza a España da para cargarse a más de un Gobierno. La afirmación sirve si damos por sentado que el muy probable Gobierno Rajoy no hará cosas muy distintas a las que ha hecho el Gobierno Zapatero para capear el chaparrón. Lo cual significa que también descontamos que las causas de la tormenta no son domésticas. O lo son en parte pero no determinan la crisis.

Eso no encaja en el planteamiento de la oposición abanderada por Rajoy. El líder del PP ha desplegado un discurso de permanente reprobación a la gestión del Gobierno sin tener en cuenta el contexto internacional. Como si Zapatero fuera el causante de todos los males de la economía española y no solo de algunos, más allá del reconocimiento tardío de la crisis, que las medidas llegaron tarde y que éstas se quedaron a medias.

Ha pasado año y medio desde los famosos reajustes de mayo de 2010, luego hubo reformas en los mercados del trabajo y del capital, más recortes… y, en definitiva, de nuevo en el estancamiento lindante con la recesión, como le ocurre a media Europa. ¿Hubiera sido distinto con un Gobierno del PP? Lo dudo, pero ahí entramos en el terreno de las hipótesis, de lo que pudo ser y no fue. Un ejercicio estéril. Sin embargo, no pertenece al reino de las hipótesis lo que ha hecho el PP donde le tocaba estar, en la oposición. Y lo que ha hecho es amplificar las malas noticias y recrearse en un morboso relato de una situación en el que las propuestas alternativas o la disposición a echar una mano brillaban por su ausencia.

La reprobación del aún presidente del Gobierno, como culpable de todo (estancamiento, deuda, paro, déficit…) incluía su famoso «optimismo atropológico». El PP nunca encontró razonable que Zapatero rechazase el discurso catastrofista que un día sí y otro también nos hacía sentir en vísperas del Apocalipsis. Y así hasta que, ya en el tramo final de una Legislatura interrumpida por la convocatoria de elecciones generales, el PP tuvo a bien concertarse con el Gobierno para convertir el equilibrio presupuestario en un mandato constitucional.

A buenas horas. Para entonces en la Moncloa solo había un presidente devorado por la crisis. La medida de la oposición que ha ejercido el PP durante estos últimos tres años ya la había dado este partido cuando en mayo de 2010 Zapatero abanderó un durísimo programa de ajustes a sabiendas de que se estaba suicidando políticamente.

Los intereses generales quedaron a salvo gracias a la abstención final de un partido nacionalista y a pesar del no de un partido nacional. Eran los tiempos del cuanto peor mejor que caracterizaron el estilo del PP. Y ahora la pregunta es si el PSOE, con los papeles cambiados, pagará a Rajoy con la misma moneda. Esperemos que no. Por el bien de todos.

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