Andrés Aberasturi – «La calle» como concepto


MADRID, 2 (OTR/PRESS)

Resulta especialmente preocupante que a la hora de redactar esta columna me vengan a la memoria algunas otras que escribí en su momento sobre la situación en Grecia. Ya sé que no es el mismo caso -al menos por ahora- aunque puede llegar a ser algo muy parecido si las duras medidas tomadas por el Gobierno de Rajoy -y las que aun quedan por tomar- no ofrecen alguna esperanza de cambio a finales de este terrible 2012; no hablo del final de la crisis, ni mucho menos, sólo de que se vean para entonces de verdad algunos de los famosos brotes verdes que tantas veces anunciara en falso el ex ZP y su ministra de los dineros.

Pero entonces ¿a qué me refiero cuando digo que la idea de esta columna me recuerda a alguna escritas sobre la situación griega? Hablo de la indignación trasladada a la calle, hablo de lo literario que resulta afirmar que la democracia nació en las plazas aunque en realidad en las plazas griegas quienes decidían eran unos pocos en nombre del pueblo, es decir, lo que ahora serían los parlamentos. Y hablo de que resulta romántico creer que en las calles se conquista la libertad porque también en las calles es donde se pierde. Esto de «la calle» como un concepto metafórico y/o espiritual, tiene cierto peligro si se usa de forma ligera y hasta frívola.

Y el problema que yo veo es que la calle, como lugar de encuentros, es una amalgama de intereses cruzados y muchas veces dispares. Alguien, tan poco sospechoso como Gabriel Celaya, arengaba en su momento mas social: «A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo» aunque luego, más intimo, afirmara: «A solas, soy alguien /entiendo a los otros./ Lo que existe fuera,/ dentro de mí doblo./ En la calle, todos/ nos sentimos solos,/ nos sentimos nadie,/ nos sentimos locos./ A solas, soy alguien. /En la calle, nadie.» Y esa falta de identidad, esa posible confusión de intereses, no es buena para un país que está viviendo la más grave crisis de su historia reciente.

Claro que se entiende la indignación de la gente, la de los sindicatos, cada vez más cuestionados por unos y por otros, la de los estudiantes y si esto sigue así la de muchos más cuando más pronto que tarde terminen «tocando» el IVA. Y claro que se entiende que la oposición juegue su papel con o sin la demagogia de lo de cada oveja con su pareja. Pero las preguntas que surgen inmediatamente son varias y de muy distinta índole: si el Gobierno no hace esto ¿qué debe hacer? Si después de espantar una feria como la de la Telefonía de Barcelona (una pasta importante para la ciudad y muchos puestos de trabajo) sólo se nos ocurre decir «ah, se siente, son los antisistemas nosotros no queríamos» ¿será suficiente para que vuelvan esas empresas el próximo año? Si incendiar la calle sólo conduce a generar desconfianza y ocupar lamentables portadas en la prensa internacional ¿resulta decente -que no legal- que la posición insista en que seguirá «acompañando» a esas manifestaciones? ¿Ha servido de algo en Grecia, está sirviendo de algo, toda esa movilización comprensible?

Cada cual tendrá un respuesta a estas cuestiones pero desde la experiencia de los años -también tal vez desde el cansancio- uno cree que el gran pelotón pacífico y no por ello en absoluto resignado de la inmensa mayoría, está más por la palabra que por el grito, por la reflexión que por la pancarta.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído