Andrés Aberasturi – ¿De qué reconciliación estamos hablando?


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

No es fácil entender los conceptos que han empezado a deslizarse, creo que peligrosamente, ante un posible final de ETA. Me refiero a unas palabras que, naturalmente, suenan bien en abstracto y que no son en absoluto confusas y, precisamente por ello, muy difícil de encajar en este presunto proceso; hablo de palabras que conllevan, además, actitudes éticas y morales de muy elevado valor. Me refiero a cosas tales como reconciliación, perdón, olvido, superación del pasado o comenzar sin vencedores ni vencidos. Y esto, que hasta hace algún tiempo solo estaba en el lenguaje nacionalista, se empezó a trasladar, curiosamente, a los dos bandos que por muy distintas razones nunca lo habían aceptado: ni los abertzales ni los constitucionalistas del PSOE/PSE ni mucho menos del PP. Las cosas empezaron a cambiar con ese al principio disculpable acercamiento de ZP a ETA que luego se tornó, según se fueron sabiendo algunos detalles, en algo más que muy discutible y que, pese a solemnes declaraciones públicas, nunca se llegó a cortar del todo. Luego llegó la alianza del PSE con el PP, al alto al fuego de los terroristas, las cosas del Constitucional y aunque el gobierno ahora lo tenga Rajoy las frases siguen siendo altisonantes y se deslizan como culebras, insisto, esos conceptos llamando a la generosidad, el perdón, la superación de cosas tremendas.

Pero no sé muy bien a dónde lleva ese camino en el que unos, que son las víctimas, lo tienen que poner todo y a otros, que son los verdugos, basta con oírles y no hace ni falta suponerles buena intención aunque todos los informes nieguen la mayor. Lo ha dicho el Constitucional. Pero lo que ha dejado claro y ha echado por tierra toda esta doctrina buenista -incluida la decisión del TC- es el testimonio de la hermana de Gregorio Ordóñez que en dos frases ha resumido buena parte del problema: quien tenía que perdonar a los asesinos es su hermano y no lo puede hacer porque está muerto y si de verdad alguno de los que tomaron parte en ese -y otros trescientos asesinatos aun sin resolver- están arrepentidos de lo que han hecho, que pongan nombre a los responsables, que colaboren con la justicia.

Y ya se ve que eso ni lo han hecho -salvo en contadísimas ocasiones- ni lo hacen ni lo van a hacer. No están arrepentidos, están, en todo caso, cansados de su propia barbarie inútil, pero por miedo o una extraña lealtad, ninguno va a decir nada, ninguno va a poner sobre la mesa el entramado de una banda de asesinos de la que formó parte. Entonces ¿de qué reconciliación hablamos? ¿Qué tienen que perdonar los etarras a sus víctimas o a la sociedad? ¿Qué punto y aparte se puede escribir con sangre aun en las manos? ¿Qué tienen que olvidar los asesinos si no es su pasado? Aquí no hay dos bandos en contienda, ni una guerra, ni unos opresores y unos oprimidos. Desde la amnistía solo hay inocentes muertos y asesinos culpables. Entonces ¿de qué reconciliación estamos hablando? Que la paz no nos haga perder la poca dignidad que nos van dejando a base de sentencias.

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