OPINIÓN

Juan José García Jiménez: «En los Altos del 10»

Juan José García Jiménez: "En los Altos del 10"

El pasado día 22 de mayo del año en curso  vino desde Algeciras a Madrid un hombre, el cual en el ruedo de la plaza de toros de las Ventas se puso a soñar el toreo. David Galván se llamaba aquel hombre.

A los que nos sentamos allá arriba, en los altos del 10 se nos cayeron las escamas de los ojos, al igual que a San Pablo cuando llegó a Damasco después de su caída y delante de sus ojos, ya limpios, apareció la Verdad.  De igual modo nos ocurrió a nosotros aquella tarde.  Tarde durante la cual pudimos contemplar desde los altos del 10, la belleza que el toreo es capaz de engendrar. Ritmo en la danza que, fuera del tiempo, la eternidad  únicamente puede marcar. Armonía de las formas que, fuera del espacio, solo  lo sublime puede componer. Equilibrio en las maneras. Sosiego en los modales y grandeza en el porte.  Y todo eso cantando por soleares ante los cuernos de un toro bravo en cuyos pitones la muerte iba sentada, encorajinada y enfadadísima al ver que, una y otra vez, un hombre vestido con mortaja de seda y luces se burlaba de ella repetidamente ante una multitud que, quizás sin saberlo, invocaba a la Divinidad con sus olés roncos, rezados y rotundos.

¡Es la inspiración! ¡Es la inspiración! Proclamaba Manolo Oyonarte. ¡Es la inspiración!

Manolo Oyonarte es ese pintor cuyas obras se exhiben en las galerías de todo el mundo siendo buscadas por los coleccionistas del orbe entero.

¡Es la inspiración! ¡Es la inspiración! Repetía reiteradamente.

Dice Manolo Oyonarte que “solo cuando no es consciente de lo que ha sucedido en el proceso artístico sabe que la obra es profunda”. Y esto es lo que a todos nos ocurrió allá en los altos del 10 con la faena de David Galván. Ninguno podíamos explicarla. Ninguno podíamos describirla.  Quizás ni el propio David Galván nos la podría esclarecer.

Reinhard Stammer dijo después de haber visitado el taller de Manolo Oyonarte que su obra  “surge directamente del inconsciente del artista y resuena con el inconsciente colectivo, para apostillar diciendo: cuándo vi sus composiciones sentí  que el universo me envolvía con toda su belleza, esplendor y perfección”. Igual que a Reinhard Stammer le sucedió contemplando la obra de Manolo Oyonarte, nos sucedió a todos los que de las cotas más altas del 10  pudimos disfrutar la faena de David Galván.

A David Galván el presidente del festejo únicamente le concedió una oreja. Es absurdo introducir una obra de arte en un baremo de aritméticas cuantificaciones. Pero evidentemente premiar con una sola oreja aquella faena solo se puede deber a la ignorancia, a la falta de sensibilidad, a la tosquedad de ánimo,  o a factores de escabrosas e inconfesables motivaciones.

Tiburcio es un viejo gordo, desgarbado y roto que pasa las tardes de toros allí, junto a nosotros, en los altos del 10. Tiburcio veía la conducta del presidente de aquel festejo de otro modo muy diferente. Con voz apagada y cansina nos dijo que la insuficiente valoración de la faena de David Galván, era la demostración más fiable, radical .y firme de que el desarrollo intelectual de las poblaciones de Occidente se está viendo afectado de un gravísimo, acelerado e incesante deterioro. O lo que es lo mismo, que en Occidente se está produciendo un proceso de gilipollización colectiva. Aspecto este, que ha sido estudiado por una gran cantidad de universidades a lo largo y ancho de las naciones que conocemos como países occidentales. Esta tarde este presidente nos ha mostrado de forma fehaciente la realidad de este fenómeno. Y nosotros hemos tenido la fortuna de ser testigos de ello.

-Pues mira que bien -replicó Susana con cierta sorna- o sea que además de ver una faena buenísima nos hemos metido en los adentros de las ciencias sociales. ¡Y todo por el mismo precio! ¿A ver quién da más? Y sonriendo volvió su rostro hacia su novio, que estaba sentado a su derecha, y ambos se hicieron un brevísimo arrumaco.

¡Déjate de hostias, Tiburcio!  -dijo Luis- Lo que le pasa a este tío es que esta acojonado con los de allí enfrente. Que no tiene ni zorra idea de lo que ha visto y es un ignorante total. Porque ¡vamos! toda la plaza lo estaba pidiendo. Y ¡leches! el Reglamento dice lo que dice. ¿O no? Pues ya está. Y déjate de hostias. ¡Joder! Tiburcio.

Se refería Luis cuando mencionaba a los de allí enfrente a un grupo de espectadores que tarde tras tarde acuden a las Ventas y sentados allá lejos,  en los ardientes pedregales graníticos de la solana, hacen todos los esfuerzos posibles para sentirse protagonistas. Desconocemos si su conducta tendrá origen en alguna dolencia. Existen aficionados que, de estos espectadores, dicen que no van a ver los toros, sino que van a ser vistos. Pero ciertamente constituyen por si mismos un auténtico espectáculo. Nosotros desde los altos del 10 nos lo pasamos muy bien mirándolos. Nos reímos muchísimo con ellos. Con sus voces extremadamente altisonantes. Con su gesticulación esperpéntica y aparatosa. Con las pancartas que se llevan a la plaza llenas de insultos e improperios.  Exhiben pañuelos verdes similares a los utilizados por el presidente para ordenar la devolución de un toro. Jamás un pañuelo blanco de satisfecha  admiración. Su exigencia con los toreros humildes llega a lo cruel. Su permisividad con las figuras de relumbrón es servil. Siempre, claro está, que no sea una figura de relumbrón a la que haya que reventar su actuación.

-¡Qué difícil es ser cristiano! ¡Qué difícil es amar a todo el mundo! Decía el otro día Maite, la hija de Mariano, a su padre, mientras observaban ambos como esas gentes de allí enfrente silbaban con saña virulenta a un novillero debutante cuando, después de su valerosa faena, el muchacho se dirigía al tercio a recoger la ovación con la que el público en general premiaba su actuación.

-Si hija, si -contestó Mariano a su hija- Es muy difícil amar a gente como esa. Pero aún así merece la pena ser cristiano- Ambos se referían, como ya el lector habrá intuido, a la enorme dureza y dificultad que supone la  exigencia moral cristiana de amar a la totalidad de los prójimos.

El criterio sobre los toros de los componentes de ese grupo de allí enfrente, está asentado en los kilos. Lo que abunda no daña. A mas grasa, mas palmas. Sus palmas solo se escuchan cuando un toro muestra síntomas evidentes de mórbida obesidad. A un toro con trapío pero “cariavacao”  lo silban y protestan con fruición. La ignorancia es su amada. En sus brazos duermen. En su regazo sueñan. De sus pechos se alimentan. Y a su amada  muestran orgullosos  por doquier y sin pudor.

 

Contaba entre carcajadas Valentín, entre toro y toro, que escuchó en una ocasión una conversación entre uno de esos de allí enfrente con un mayoral de una finca en la que se criaba ganado bravo del encaste de Santacoloma, que como sabe el lector da unos animales de reducida caja, de mucha casta y sentido desarrollado, durante la cual, el enteradillo de allí enfrente le dijo al mayoral, que por que no cruzaban un macho de Bos Taurus de Santacoloma con hembras de Hippopotamus Amphibius, procedente de la africania ecuato central, con el fin de aumentar la osamenta en los toros de su ganadería. Para luego -seguía diciendo aquel listillo de allí enfrente- llevar a cabo un buen cebo con piensos sintéticos dirigidos específicamente al engorde. El mayoral acostumbrado al manejo de ganado bronco y peligroso le respondió que, desde luego sería una buena idea, pero que, entonces, habría que acondicionar las plazas de toros para que los animales cupieran, sin que rebosaran sus cárnicos y grasientos volúmenes por los tapiales y tejadillos de las mangas y corrales de las mismas. Y no solo eso, – le decía el mayoral al enteradillo de allí enfrente- piense usted que sale a la plaza un bicho de esos que usted dice. Y va, y explota. Y va, y revienta ¡Vamos! Como un globo lleno de blandos sebos y flácidas carnes, formando una tormenta de sanguinolenta metralla salpicando al público. Dígame usted, ¿qué hacemos con todo el público pringaito de tripas llenas de mierda y pelambres tiznadas de estiércol? Mierda y estiércol que como sabe usted, que es un hombre de letras, aunque son unos materiales ecológicos y altamente biodegradables, no dejan de ser detritus excrementales ¡Venga!  Dígame usted. ¿Qué hacemos? Venga. ¿Qué hacemos? Dígame usted.

-Ya fuera de bromas -replicaba Concha a Valentín. Lo que si es cierto es yo tengo una compañera en la agencia, que es la guía encargada de acompañar a los grupos de turistas chinos a los toros. Y ella me cuenta que les dice a los clientes que, a esas gentes de allí enfrente, las pone la empresa para que cuando el público se aburra pueda distraerse mirándoles. Claro que antes -nos informa Concha-. les ha puesto al tanto su compañera a los chinos, de cuando los festejos taurinos se celebraban a plaza partida a fin de que los aficionados pudieran elegir aquel medio ruedo que satisficiera mejor sus expectativas. Al parecer les dice a los chinos la compañera de Concha, que la empresa hace esto como remembranza de aquella ancestral tradición.

-Susana cortó disgustada estas chanzas que nos traíamos con los de allí enfrente en las altos del 10. Susana es una mujer muy bella. Susana es una mujer muy inteligente. Susana es una mujer de una extremada sensibilidad. Quizás lo sensible de su alma la llevó a mostrarnos su rechazo total a nuestras chirigotas.

. ¿Quién os ha dicho a vosotros que los de allí enfrente no son gentes que, como Manolo Caracol dice en su zambra del carcelero, están atormentaitos por unos celos y solo en el grito y en el aspaviento logran tenue consuelo? ¡Pobrecitos míos!

-¿Quién os ha dicho a vosotros que los de allí enfrente no son seres maltratados por sus cónyuges vaciados de toda autoestima. Vaciamiento que tan solo pueden compensar en la plaza de toros. Pues es en la plaza de toros el único lugar en el que alguien les mira. Aunque sea con coraje. Pero se les mira.  ¿Es que no habéis pensado que quizás una vez fuera de la plaza sus almas se vean forzadas al lamento, la soledad y el llanto tal y como nos informaba Lola Flores con respecto a la Zarzamora la cual, como es mundialmente conocido, veiase inducida a ir a todas horas, llora que llora por los rincones? ¡Criaturitas desvalidas!

-¿Quién os ha dicho a vosotros que los de allí enfrente no son personas humilladas en sus trabajos, olvidadas en sus familias, y evitadas en sus círculos. En definitiva, marginados. Marginación de la cual sueñan evadirse en la plaza de toros, en la cual tantos les dedican calificativos llenos de sentimiento rebosantes de pasión ¿Es que no podéis reparar en que es posible que fuera de la plaza de toros solo les quepa, en su total soledad y desvalimiento, lanzar al aire aquella queja que Lola Flores dejo impresa en el universal devenir de la Historia: “ay pena panita pena, pena, pena de mi corazón, que recorre por mis venas, pena, con la fuerza de un ciclón? ¡Marginados, en vuestro dolor esta mi grito”!

En una nube muda quedaron embuchados los altos del 10. Solo un levísimo susurro se escuchaba. Mariano el medico de crecido y prestigioso estatus en su especialidad, le decía a Tiburcio, el viejo quebrado que a su vera se sienta, que allá en su juventud, cuando estudiante, un grupo de ganaderos, viéndole torear le ofrecieron un contrato de veinte novilladas sin caballos, sin poner un solo duro.  El viejo gordo y roto respondió con un gran y silencioso aspaviento de admiración.

Un extraño suceso comenzó a producirse dentro de aquella nube muda. A causa de un mágico y rarísimo sortilegio vimos todos allí, en los altos del 10, como la figura de José María Amate ibase destacando en aquel nimbo. Pronto la fantasmal imagen se hizo nítida. Y pareció oírse su voz  que serena y sentencial todo lo invadía: “¡Ay, Susana! Me parece que eres demasiado compasiva. Lo triste es que, esas gentes de allí enfrente conscientes de su inanidad,  pretendan enmascarar su estremecedoras carencias con sus estrépitos en la plaza, arrogándose la facultad de dictaminar  quienes son o no toreros, quienes son o no ganaderos o, incluso, quienes son o no aficionados. Con sus gritos reventadores y la cobarde sumisión de la llamada autoridad que rebosante de ineptitud, amedrantada y pusilánime, actúa al dictado de estos mostrencos, dándoles respaldo al sinsentido de sus opiniones, posturas y criterios. Pero eso sí.  Al abandonar la plaza, y regresar a su cotidiana vacuidad, sin duda habrán logrado su gran aspiración: soñar que son alguien.

Y así nos encontramos, Susana, a la Plaza de toros como símbolo de la sociedad española en cada uno de sus momentos históricos, tal y como Don José Ortega y Gasset nos enseñara a contemplarla y de su observación sacar datos que nos conduzcan a entender el escenario en el que vivimos. Ya tienes ahí a la sociedad española Susana. Ya la tienes ahí.”.

Susana guardó silencio y todos pudimos observar como una lágrima se deslizaba, muy despacio por una de sus mejillas..

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