Gabriel Albiac

«Errejón e Iglesias se ríen de la elegía de la camisa parda»

"Errejón e Iglesias se ríen de la elegía de la camisa parda"
Gabriel Albiac. PD

Gabriel Albiac dice que Errejón e Iglesias le recuerdan a personajes de un pasado turbio y totalitario que dejó tras de sí millones de muertos:

En la foto ambos ríen. No les faltan motivos. A su espalda, retratos de parlamentarias antiguallas, animales del pasado, cosa ya preterida. Porque estos jóvenes joviales son el mundo nuevo, cantarín rostro de las «juventudes» cuya misión providencial será trocar el Parlamento en trampolín para el salto (mortal) a los cielos. Allá por los años treinta, hace ahora no mucho menos de un siglo, «la juventud del mundo» era etiqueta con la cual a sí mismos se identificaban dos ejércitos paralelos, fraternales a veces, mutuamente homicidas al fin, y los dos parapetados en ese modernismo político extremo que fue la postulación de un Estado Totalizante: Komintern, de un lado; del otro, NSDAP alemán: los que se proclamaban únicas verdaderas fuerzas de progreso y futuro que sacudieran las adormecidas sociedades burguesas del viejo continente.

Detalla que:

De los dos que ríen en la foto ahora, no mucho menos de un siglo después, hay uno que enarbola un libro. El lector de periódicos no demasiado miope puede identificar su título: Teoría del partisano. ¿Qué mejor etiqueta, pensará, que la de «partisano», para estos ángeles exterminadores de la vieja política, del viejo mundo? El lector pulido por las bibliotecas no necesita aguzar aún más la vista para saber el nombre de su autor: Carl Schmitt. Y el nombre pone, en el memoria de cualquier hombre mínimamente letrado del siglo XX, un malestar oscuro. Carl Schmitt: el más grande de los juristas que pusieron las bases del Estado hitleriano en la Alemania de los años treinta.

En 1962, cuando dictó las dos conferencias que componen la Teoría del partisano, Carl Schmitt era un proscrito para todas las universidades civilizadas. Así que prosiguió su carrera académica, truncada por la derrota de Hitler, en los únicos auditorios disponibles para una piltrafa nazi con talento: las universidades franquistas. Navarra y Zaragoza fueron las plataformas desde las cuales el rencoroso sabio hitleriano saludó como «un imperativo moral» la anhelada revancha sobre las potencias que impusieron su superioridad militar para romper el sueño totalitario de Alemania. «Los hombres que emplean aquellos medios contra otros hombres se ven obligados a destruir también moralmente a otros hombres… Hay que declarar a la parte contraria, en su totalidad, como criminal e inhumana, como un desvalor absoluto… Hasta la destrucción de toda vida que no merece vivir».

E insiste:

No era nueva la tesis de Schmitt. La había inaugurado en un trabajo de 1932, que llamaba a construir el arquetipo del «enemigo» (exterminable) como única garantía de la identificación entre pueblo y líder. Treinta años y varias decenas de millones de muertos después, Schmitt seguía teniendo de sí mismo un envidiable buen concepto. A fin de cuentas, proclama al final de esta Teoría del partisano, «el teórico no puede hacer más que mantener las nociones y llamar a las cosas por su nombre». Auschwitz no altera su pulso. Porque, «cuando se lucha con criminalizaciones del adversario bélico en su totalidad, cuando la guerra se hace civil, y se lucha entre enemigos de clase, cuando su objetivo principal es la eliminación del gobierno del Estado enemigo, entonces la explosiva fuerza revolucionara de la criminalización del enemigo provoca que el partisano se convierta en verdadero héroe de guerra».

Ríen los dos discípulos. Y puede que haya quien, al ver esa foto, en lo de «partisano» crea leer lirismos de elegía roja. Y sí, es elegía. De camisa parda. De eso ríen Errejón e Iglesias.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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