En una ocasión, estando en estado de ´duermevela´, no solo no sabía dónde estaba, ni qué día era, sino que tampoco era consciente de cómo me llamaba, ni de cómo era el cuerpo que ocupaba; ni tan siquiera de si tenía cuerpo.
Al mismo tiempo, mis fantasmas particulares, asignaturas pendientes, temores y esperanzas, se habían volatilizado de repente, como si hubiesen pasado una esponja por mi memoria. Me había quedado en blanco.
Lo más curioso es que esa extraña situación no me produjo la mínima angustia o ansiedad; todo lo contrario. En esos momentos no sabía cómo me llamaba, pero sentí perfectamente quién era, y lo que percibí me dio una sensación de paz, fuerza y seguridad, como jamás antes había sentido. Algo difícil de explicar con palabras.
Luego vino el despertar del cuerpo y con él, el regreso a un mundo irreal de apagados colores, donde disfrazado tenía que representar un papel en el escenario de la vida… Una vida que no era vida, sino sueño.
Entonces llegaron hasta mí un montón de imágenes e ideas inconexas que poco a poco se fueron ordenando en mi mente, dando la apariencia de real a aquello que no era más que el guión del personaje que interpretaba en la obra.
Ya sabía cómo me llamaba, o más bien cómo se llamaba el personaje que me había tocado en suerte, y cual era mi papel en el teatro del Mundo.
La sensación de paz y seguridad había desaparecido, pero en el fondo de mi alma, algo había cambiado para siempre, y era saber que no somos quienes creemos ser, sino mucho más; y que la vida no es más que un largo sueño salpicado de pesadillas, donde por falta de perspectiva, dramatizamos nuestras circunstancias al límite, llegando en ocasiones a ahogarnos mentalmente en aquello que no es más que un pequeño vaso de agua.
Me siento afortunado de haber vivido aquella experiencia, ya que, por unos instantes, sentí la inmortalidad del ser, por encima del cuerpo; algo que tiene muy poco que ver con el sentido que, de la vida y la muerte había tenido hasta entonces.

