No eran ni las siete de la tarde cuando, en la pequeña localidad de Berlanga del Bierzo, las alarmas comenzaron a sonar.
El humo cubría el horizonte y el monte ardía con una virulencia que no dejó margen a la duda: otro incendio forestal, y esta vez, con toda una población de casi 400 habitantes obligada a desalojar sus casas.
El responsable no tardó en ser identificado. Un joven de apenas 20 años fue visto saliendo de la zona donde las llamas acababan de prender.
Veinte minutos después, la Guardia Civil, apoyada por un pelotón desplazado desde Zaragoza ante la ola de incendios que asola la provincia, lograba detenerlo in fraganti, cuando intentaba huir, rodeado ya por el fuego y el caos.
La imagen es tan dramática como reveladora de la nueva realidad que vive España: incendios cada vez más frecuentes, devastadores y, en demasiadas ocasiones, provocados por la mano humana.
La Guardia Civil fue tajante: “un incendio intencionado al existir voluntad y premeditación”.
Y el desconcierto se apoderó de los vecinos, que veían cómo sus vidas podían cambiar por completo en cuestión de minutos.
Pirómanos y negligentes: ¿quién quema nuestros montes?
La historia de Berlanga del Bierzo no es un hecho aislado. Según datos recientes, en torno al 50% de los incendios en España tienen un origen deliberado, es decir, son provocados, y estos son responsables de más del 60% de la superficie total arrasada por las llamas. Sorprendentemente, solo un 5% de los fuegos son de causa natural, como los rayos o las tormentas. El resto, un 28%, obedece a negligencias humanas, como barbacoas mal apagadas o quemas agrícolas descontroladas, y un 12% aún permanece bajo investigación.
La casuística de los incendios intencionados es compleja. Existen personas que prenden fuego por intereses económicos, como cambiar el uso del suelo o cobrar un seguro, y otros que lo hacen por placer o impulso, los conocidos pirómanos. Incluso se han dado casos de trabajadores relacionados con la extinción que, en una suerte de paradoja macabra, provocan fuegos para asegurarse contratos de trabajo durante la campaña de verano.
En el caso de Berlanga, la rapidez de la actuación policial fue clave. La colaboración entre agentes medioambientales, que dieron la voz de alarma al ver al joven abandonar la escena, y la respuesta inmediata de la Guardia Civil, evitó que el desastre fuese aún mayor.
Un verano letal: clima extremo y fuegos imparables
A día de hoy, 29 de agosto de 2025, España atraviesa uno de los veranos más secos y calurosos de las últimas décadas. Las olas de calor, la baja humedad y los vientos intensos han creado el cóctel perfecto para que cualquier chispa, intencionada o no, se convierta en un infierno fuera de control. Desde finales de mayo, la superficie afectada por incendios ha aumentado cerca de un 38% en pocas semanas. Se han registrado más de 2.600 siniestros en toda la geografía nacional, con especial incidencia en el noroeste peninsular y la provincia de León.
El cambio climático es un actor protagonista en este drama. Investigaciones recientes han demostrado que el calentamiento global duplicó la superficie forestal afectada por incendios en los últimos diez años. El aumento de las temperaturas, la alteración de los patrones de lluvia y la acumulación de biomasa por el abandono rural favorecen la aparición de megaincendios, cada vez más impredecibles y difíciles de extinguir.
Un fenómeno especialmente inquietante son los denominados incendios de sexta generación, capaces de alterar la estabilidad atmosférica, generar sus propias tormentas y expandirse a velocidades imposibles de controlar. ¿El resultado? Fuegos que parecen tener vida propia, capaces de modificar el clima a su alrededor y saltar kilómetros en un instante.
Curiosidades científicas: lo que el fuego nos enseña
El fuego es un viejo conocido de la ciencia. Cuando arde un bosque, el calor generado es tan intenso que puede crear corrientes de aire ascendentes capaces de modificar la atmósfera en altura. Bajo ciertas condiciones, se forman nubes de tormenta llamadas pirocumulonimbos, que pueden producir lluvia, rayos y nuevos focos de incendio a kilómetros de distancia. Es lo más parecido a una tormenta creada por el propio infierno.
Otro dato curioso: aunque la superficie mundial arrasada por el fuego ha descendido un 26% en las dos últimas décadas, el número de personas expuestas a incendios forestales ha aumentado casi un 40%. Esto se debe, sobre todo, al crecimiento de la población y la expansión de los asentamientos en zonas de riesgo. Hoy, más de 440 millones de personas viven en lugares donde un incendio puede cambiarlo todo en cuestión de horas.
Los incendios también dejan su huella en la atmósfera. El hollín y las partículas finas elevadas por el humo contribuyen a modificar el clima global, acelerando el derretimiento de glaciares y alterando los patrones de lluvia. El círculo vicioso está servido: el fuego alimenta el cambio climático, y el cambio climático alimenta el fuego.
Anécdotas, paradojas y el extraño mundo de los incendios
- En algunas regiones del mundo, los animales han aprendido a aprovechar los incendios: aves como los milanos lanzan ramas encendidas para provocar fuegos y así cazar presas que huyen de las llamas.
- Los pirocumulonimbos, esas nubes de tormenta generadas por incendios, pueden llegar a provocar rayos a más de 15 kilómetros del foco original, encendiendo nuevos fuegos en cuestión de minutos.
- En Australia, algunos incendios han llegado a ser tan potentes que alteraron la meteorología local durante días, generando tormentas eléctricas y lluvias torrenciales… sobre cenizas aún humeantes.
- Aunque parezca increíble, existen plantas cuya supervivencia depende del fuego: sus semillas solo germinan tras soportar altas temperaturas. Es la naturaleza reinventándose ante el desastre.
Queda claro que, en el extraño ecosistema de los incendios, la ciencia y la realidad se entrelazan en una danza tan peligrosa como fascinante. Y mientras tanto, los bosques y sus habitantes esperan que el próximo verano sea, al menos, algo más tranquilo.
