La escena de Francisco apagando luces en el Vaticano es todo un símbolo. Su llegada significa el comienzo de un estilo nuevo, distinto, también para la administración interna, la economía y las oscuras finanzas de la Santa Sede
(Elisabetta Piqué. Extracto de «Francisco. Vida y revolución» -La Esfera-).- Seis de la tarde. El Papa termina un artículo que quiere que alguien le pase a máquina. Busca a algún funcionario en las oficinas del Vaticano, pero ya no queda nadie. Las luces, sin embargo, están encendidas. Francisco comienza a apagarlas, habitación por habitación. Y despotrica: «¡Con todo este derroche de luz, en América Latina un sacerdote vive un año!».
La escena ha sido vista y relatada por personas cercanas al Papa. Y es totalmente verosímil. Cuando vivía en un cuartito del tercer piso de la curia metropolitana de Buenos Aires, en pleno invierno, cuando estaba solo en el edificio durante los fines de semana, el padre Jorge no encendía la calefacción para no derrochar. Se las arreglaba con una estufita eléctrica.
La escena de Francisco apagando luces en el Vaticano es todo un símbolo. Su llegada significa el comienzo de un estilo nuevo, distinto, también para la administración interna, la economía y las oscuras finanzas de la Santa Sede.
Su deseo de una «Iglesia pobre, para los pobres» revoluciona enseguida el Vaticano. En la curia romana, donde la mayoría se amolda a ese nuevo viento del sur, de repente vuelven a estar de moda anillos y crucifijos de plata. Ya no se usan cadenas y crucifijos de oro (si viene recargado con piedras preciosas, peor). Mejor regalárselos a los pobres o, en todo caso, guardarlos en una caja fuerte. La nueva línea de austeridad que el Papa impone con su decisión de vivir en Santa Marta y con su estilo sobrio -nada de limusina, nada de Mercedes Benz, traslados en coches normales, un Ford Focus azul metalizado- comienza a notarse en hechos concretos.
De un plumazo, el Papa «villero» decide abolir la paga extra que suelen recibir, cuando hay una transición papal, los tres mil empleados del Vaticano, con sus cuarenta y cuatro hectáreas, el Estado más pequeño del mundo. Después del interregno, era normal recibir una paga extra en concepto de horas trabajadas fuera de jornada y por el mayor esfuerzo realizado. Por ejemplo en 2005, con la muerte de Juan Pablo II, los empleados del Vaticano habían recibido 1.000 euros cada uno y, además, un cheque de 500 euros por la elección de Benedicto XVI.
Francisco decide destinar esa suma, unos 6 millones de euros, a obras de caridad para los más necesitados. Pero es solo el principio. Quiere dar el ejemplo, empezando por casa. Interviene en el IOR (Instituto para las Obras de Religión), que ha sido centro de escándalos en las últimas décadas y objeto de sospechas de blanqueo de dinero y demás operaciones turbias. El objetivo de Francisco es uno solo: transparencia. Antes de intervenir de forma concreta, decide recortar ese sobresueldo que reciben los cinco cardenales miembros de la comisión de vigilancia del IOR. Aunque no se trata de un importe enorme -un total de 25.000 euros por año a cada uno, según la prensa italiana-, es otra señal importante. La espiritualidad pasa por otro lado.
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La periodista argentina y corresponsal en el Vaticano Elisabetta Piqué presentará su exitoso libro Francisco. Vida y revolución, el próximo martes, 11 de febrero, a las 19.00 horas, en la Sala de Ámbito Cultural de El Corte Inglés (Pza. Callao, 2 – 7ª planta, entrada por c/ Carmen), en un acto en el que también intervendrá la periodista Paloma Gómez Borrero.