La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada
Benedicto XVI, que ha participado en el tradicional Vía Crucis el Viernes Santo por la noche, ha invitado a las familias a vivir el camino del Vía Crucis para «contemplar a Cristo crucificado y tener la fuerza de ir más allá de las dificultades», ya que Jesús es «el signo supremo del amor de Dios para cada hombre».
En su discurso dirigido a los fieles congregados en el Coliseo de Roma, ha señalado que el camino de Jesús en la vía de la cruz «es una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre» y «ha abierto el paso hacia los cielos nuevos y la tierra nueva».
Al finalizar la meditación de las estaciones, el Papa ha subrayado que «la experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia» y que a menudo el camino no es fácil por las «incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades» ya que en la actualidad «la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica».
El Pontífice ha exhortado también a las familias que afrontan dolor a mirar la cruz de Cristo porque allí encontrarán «el valor y la fuerza para seguir caminando» y citando las palabras de san Pablo ha añadido que es posible vencer las dificultades «gracias a aquel que nos ha amado».
«En la aflicción y la dificultad -ha añadido Benedicto XVI- no estamos solos, la familia no está sola» porque Jesús está «presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo».
Al finalizar su discurso, ha sugerido encomendarse a la Madre de Cristo que ha acompañado a Jesús por la vía dolorosa. «Ella que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija los corazones de todas las familias hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte», ha concluido.
Durante las 14 estaciones del Vía Crucis, la cruz ha sido llevada por el vicario del Papa para la diócesis de Roma, el cardenal Agostino Vallini, por dos frailes franciscanos de la custodia de Tierra Santa y por algunas familias provenientes de Italia, América Latina, África e Irlanda.
Los textos del Vía Crucis de este año han sido preparados por un matrimonio italiano Danilo y Anna Maria Zanzucchi, miembros del ‘Movimiento de los focolares’ e iniciadores del movimiento «familias nuevas».
Texto íntegro de la meditación pronunciada por el Papa Benedicto XVI al final del Via Crucis
Queridos hermanos y hermanas
Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf. Ap 21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica.
El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada.
Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?… Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).
En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia.
El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.
En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén.