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Ángel Sáez García es Otramotro

Ángel Sáez García 30 Mar 2025 - 06:00 CET
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ÁNGEL SÁEZ GARCÍA ES OTRAMOTRO

¡FELIZ SESENTA Y TRES ANIVERSARIO!

A Otramotro (como me tengo que fiar del criterio del alumno —que se sigue confesando adicto, fan, epígono o seguidor de su guía—, a quien, lo reconozco sin requilorios, he leído más que a su maestro y mentor, Unamuno, daré por bueno su parecer, y no pondré objeción al seudónimo que eligió para sí, aunque acaso no huelgue apuntar —sin disparar, por supuesto— que también le he leído que este le vino más impuesto que otra cosa, o sea, que fue escogido por él más por causalidad que por casualidad, ya que es hijo o mera deducción del apellido de aquel; y, por ende, abundo con él en su opinión de que le cuadra o encaja el susodicho como alianza en el dedo anular, pues, de la mera descomposición de Una-m-uno, nació su selecto, Otra-m-otro) lo contempla medio siglo de trayectoria literaria; relevante, eso sí, durante las dos últimas décadas, las que lleva publicando sus escritos a diario en su bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro.

De lunes a viernes (regularmente, siempre que no haya en dicha horquilla fiesta que guardar), cada mañana baja, desde su casa, en el tudelano barrio de Lourdes, al número 14 de la calle Herrerías, donde se halla el palacio del Marqués de Huarte, sede de la Biblioteca Pública “Yanguas y Miranda” y del Archivo Municipal, para pasar a ordenador, negro sobre blanco, cuanto trenzó la víspera, por la tarde, azul sobre gualdo, en la cocina de su piso, sin que, en ninguna parte del trayecto, ningún transeúnte con el que se cruza o da de bruces lo moleste, le dé la serenata (en versión matutina, que también la hay) con qué quiso decir en este o ese texto, urdido por él en prosa o en verso. Lo que para Otramotro es una bendición. Y es que, según gusta iterar, donde sea y ante quien sea, el undécimo mandamiento de la Ley de Dios, que, teniendo en cuenta el orden de prelación puesto en práctica por un sujeto innominado, fue desplazado por los prioritarios, y, a la postre, no cupo en las dos tablas de Moisés, que le dio Dios en el monte Sinaí, es no molestar.

Habrá a quien le parezca que ser famoso es lo precipuo o principal de la lista, el reto inexcusable a llevar a cabo, a hacerlo realidad. Él lo ve al revés. Aspira a lo mismo que los árbitros de fútbol, a que su labor pase inadvertida; en el campo o cancha de juego, el uno; en el texto, el otro.

Otramotro está moderadamente satisfecho de cuanto ha trenzado y publicado, pero aún está más orgulloso, si cabe, de lo que ha urdido, pero aún no ha visto la luz. Está contento de su bagaje, más de ocho mil textos, pero algunos de los que no han sido alumbrados aún lo tienen deslumbrado.

Otramotro es un autor de ideas fijas; que luego va perfilando, puliendo, añadiéndoles matices pintiparados. Cuando me ha dado por preguntarle por qué escribe tanto, siempre me ha respondido lo mismo, porque por ese exclusivo canal le llega la satisfacción diaria, que no obtiene de otro modo. Lleva más de dos décadas sin hacer el amor, sin retozar con “mujer hermosa, atractiva y lozana”, como se lee en el Libro de buen amor, de Juan Ruiz, arcipreste de Hita. Y él cree que ese caño de la fuente del placer lo suple con el acto de firmar los textos que trenza, que no tiene parangón con otro, ni siquiera con un polvo bien echado, sucio, aunque admita que la sensación de este la tenga borrosa, desdibujada, casi casi olvidada.

A Otramotro le resulta imposible dejar de escribir; tras tantos años de experiencia, su mente está convenientemente amueblada, preparada, programada para crear, para canalizar su fértil creatividad a cualquier hora del día (incluida la noche), los siete días a la semana, las 365 jornadas al año.

Él se confiesa un sadomasoquista sui géneris, porque con el látigo de Capote se azota o zurra de lo lindo, pero eso le peta, le deja una sensación placentera.

Otramotro empezó a escribir ficciones (colaboró, durante tres años, en la revista “Navarrete”, que algunos alumnos del seminario menor ayudaban a confeccionar a sus educadores, los religiosos camilos, sus verdaderos impulsores) a los 13 años. En uno de sus primeros relatos, contaba que, paseando en solitario, llegaba a un inmenso y manso lago. Bueno, pues, tengo la impresión de que a cada gota de esa calma y plácida extensión de agua él intenta asignarle una palabra (o una frase, o un párrafo). Y en esa dinámica o mecánica anda atareado, pretendiendo hacer realidad dicho desafío o sueño.

   Emilio González, “Metomentodo”.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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