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¿Dialogan entre sí los textos clásicos?

Ángel Sáez García 17 Jun 2025 - 14:00 CET
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¿DIALOGAN ENTRE SÍ LOS TEXTOS CLÁSÍCOS?

Quien, aun estando en sus cabales, se atreva a objetar lo público y notorio (y más si ese documento porta la firma de un notario, ora sea o se sienta ella, él o no binario), acaso termine siendo pasto de las llamas, chamuscado en una hoguera y, por ende, para el arrastre. Así que nadie osa contradecir lo meridiano, verbigracia, que el adagio orsiano que aparece escrito en letras versales en el frontispicio de la fachada norte del Casón del Buen Retiro matritense, “TODO LO QVE NO ES TRADICIÓN ES PLAGIO”, es una verdad apodíctica, un aserto irrefutable.

Que la “Odisea” influyó en la “Eneida” nadie lo discute ni pone en tela de juicio; que la obra de Virgilio hizo lo propio con el “Quijote” tampoco. Son tantas las concomitancias, tan numerosos los paralelismos que cabe establecer entre las epopeyas homérica y virgiliana y la novela cervantina, que nadie con dos dedos de frente se negará a ver lo evidente; que en el sustrato de la obra del autor alcalaíno hay aspectos del sustrato virgiliano y, asimismo, que en el sustrato de la “Eneida” son fáciles de identificar reminiscencias de la “Odisea”. Así las cosas, cabe ver cierta continuidad de/en la excelencia; como si las genialidades, homérica, virgiliana y cervantina estuvieran hermanadas entre sí, como si mantuvieran sendos diálogos a través del tiempo. Puede que lo colegido por servidor esté íntimamente relacionado con algo que advirtió e identificó Italo Calvino, a propósito de los textos clásicos (ya se trate de una tesis peculiar de cada obra o de la misma idea, que viaja en varias de ellas), que nunca terminan de decir lo que tienen que decir.

Así que hoy noto que se impone formular esta pregunta: ¿Dialogan entre sí los textos clásicos? Más que departir entre sí, lo que me confesó Dios, bueno, en realidad, un ojo, como el del Gran Hermano, encerrado en un triángulo equilátero, en un episodio onírico que tuve recientemente, durante los no más de quince minutos que acostumbra a durar mi rato de siesta, fue algo parecido a lo que el autor anónimo (¿Juan de Valdés?) narra en “El Lazarillo de Tormes”, cuando el ciego metió sus narices en la garganta de Lázaro, y este vomitó la longaniza que se había zampado. O sea, que más que coloquio entre dichas obras célebres lo que hubo y hay fueron o son emesis, potas.

Y, como este menda no puede dejar de ser quien fue, alumno de Eusebio Arteaga Piérola, fray Ejemplo, siguiendo la misma senda y los mismos pasos que hubiera dado, de estar presente, su guía y mentor, se aviene a dar cuenta de lo esperado, un ejemplo, al menos, que sea clarificador. Y, así, cabe ver en el naufragio que sufren don Quijote y Sancho Panza en el Ebro, una mera evocación de alguno de Ulises o de Eneas, y, tras arribar la pareja cervantina al palacio de los duques, donde son amparados por ellos (como el atento y desocupado lector lee en el capítulo XXX de la Segunda parte del “Quijote”), una reminiscencia de la recepción de Eneas en el palacio de Dido; y veo reflejado en el espejo de Altisidora a Dido rediviva; y en su confidente Emerencia a la hermana de la reina, Ana; y en los reproches que lanza Altisidora a don Quijote, que se las pira, un eco de los de Dido a Eneas, que toma las de Villadiego.

Nota bene

Nada más colocar el punto final al texto que precede, me ha brotado una tentación, y, como ya sabe el lector habitual de las urdiduras y “urdiblandas” de Otramotro qué recomienda hacer en esa oportunidad Oscar Wilde, en el inicio de su novela “El retrato de Dorian Gray”, le he hecho caso y he cedido ante ella, y me he visto impelido a agregar esta nota bene. Todo avezado lector sabe quién fue Penélope y qué excusa o pretexto esgrime a sus pretendientes, tras haber acabado la guerra de Troya y no haber regresado a Ítaca su marido, Ulises (Odiseo), a quien se cree muerto, como se narra en la epopeya homérica, que estaba tejiendo una túnica interminable, porque lo que tejía de día lo destejía por la noche. Quien haya leído “El Lazarillo de Tormes” advirtió reminiscencias de la “Odisea” en dos sucesos que le acaecieron con sus dos primeros amos. ¿Qué ocurría con el fardel del ciego? Leamos al autor anónimo (¿Juan de Valdés?): “Después que cerraba el candado y se descuidaba, pensando que yo estaría entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando, no por tasa pan, más buenos pedazos, torreznos y longaniza. Y así, buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba”.

¿Y con el arcaz del cura de Maqueda? Pues tres cuartos de lo mismo. Pasemos nuestra vista por la inmortal novela y constatemos la evocación: “En tal manera fue y tal prisa nos dimos, que sin duda por esto se debió decir: ‘donde una puerta se cierra, otra se abre’. Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope, pues, cuanto él tejía de día rompía yo de noche. Ca en pocos días y noches pusimos la pobre despensa de tal forma que, quien quisiera propiamente de ella hablar, más corazas viejas de otro tiempo, que no arcaz, la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre sí tenía”.

   Ángel Sáez García

   angelsaez.otramotro@gmail.com

Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza. Casado (con la literatura —en traducción libre, literaria, “si la literatura no lo es todo, no vale la pena perder una hora con ella”, Jean-Paul Sartre dixit—, solo con […]

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