Venezuela rumbo a la libertad

La ‘psywar’ en Venezuela

En Venezuela se libra una guerra silenciosa que rara vez aparece en los partes oficiales, pero cuyos efectos determinan la vida diaria de millones: la psywar, o guerra psicológica.

La 'psywar' en Venezuela
Venezuela PD.

Este conflicto, intangible y persistente, se combate no con armamento convencional, sino con narrativas, símbolos, rumores y estrategias destinadas a moldear la percepción colectiva. En un país fracturado y sometido a tensiones prolongadas, la disputa por la mente de los ciudadanos se ha convertido en un instrumento central del poder.

En ciudades como Caracas, donde lo cotidiano convive con la excepcionalidad, la psywar opera a través de la administración del miedo y la manipulación de la incertidumbre. La saturación informativa, las versiones contradictorias de un mismo hecho y los rumores amplificados en servicios de mensajería como WhatsApp alimentan un clima emocional diseñado para mantener a la población en un estado de alerta permanente. Por eso el propio régimen cacarea la sentencia de 30 años de prisión aplicada a la Sra. Maggie Orozco, como castigo por criticar a la revolución por las redes sociales. En paralelo, las distorsiones y campañas organizadas dentro del ecosistema público de plataformas como X, TikTok, Facebook, Instagram, YouTube, etc.,  buscan orientar el debate nacional hacia zonas que favorezcan determinadas agendas. El régimen desarrolla descaradamente sus amenazas y campañas sucias tildando a los disidentes de “terroristas” o “traidores” y para eso movilizan a sus tropas digitalizadas.

El primer objetivo de esta guerra psicológica es claro: erosionar la confianza. Sin confianza, la ciudadanía pierde referencias, los liderazgos se diluyen y las instituciones se vuelven meros cascarones. En este terreno, la confusión no es un accidente: es una política. Por tal razón el régimen se esmera en utilizar a supuestos voceros de “la oposición” como vendedores de relatos contradictorios con la estrategia asumida por el liderazgo legitimado por los venezolanos. Cuando cada hecho parece tener dos versiones, cuando cada anuncio genera más preguntas que respuestas. La finalidad es que la gente termine exclamando ¡ya no sé en qué creer! Parten de la premisa de que el poder se desplaza hacia quien domina el relato. Afortunadamente María Corina Machado y Edmundo Gonzalez se imponen con la fortaleza de un relato fundamentado en  certezas.

El segundo objetivo es la gestión del miedo, quizá la herramienta más eficiente de control social. La exageración de amenazas económicas a los empresarios y comerciantes; la manipulación del impacto de decisiones políticas, o la estrategia inversa de minimizar crisis reales hasta volverlas “normales”, buscan modificar comportamientos sin necesidad de coerción directa. El miedo bien administrado inmoviliza tanto como cualquier mecanismo represivo. Por eso no basta con detener al supuesto “disidente conspirador”, van también por sus familiares. Así lo han padecido familiares de Roció San Miguel, del coronel Oswaldo García Palomo, de Dignora Hernández, del mayor Oswaldo Hernández, y más recientemente el escandaloso caso de las hermanas Hernández Castillo, de 19 y 16 años de edad. En el contexto de Venezuela y otros países, algunas fuentes y activistas han usado el término alemán «Sippenhaft» para describir esta práctica, que históricamente se refiere a la responsabilidad colectiva o castigo de un grupo familiar por el crimen de un miembro, una práctica originada en la Alemania nazi.

Pero la batalla más delicada se libra sobre un terreno aún más profundo: la esperanza. En Venezuela, la dictadura usa la esperanza como promesa vacía, como chantaje, como placebo e incluso como arma de desgaste. Anuncios redentores que nunca llegan, soluciones “definitivas” que se repiten año tras año, o narrativas derrotistas que buscan convencer a la población de que nada puede cambiar, forman parte de una estrategia que alterna la ilusión con la resignación. El objetivo es claro: que la gente deje de imaginar un futuro distinto. Esa batalla ha sido derrotada por la ciudadanía venezolana que no se ha dejado arrebatar sus ilusiones por un futuro mejor y la esperanza crece, tanto y en cuanto se consolida el liderazgo compartido entre María Corina Machado y Edmundo Gonzalez.

La psywar venezolana no es un fenómeno aislado. Es parte de una arquitectura de poder que entiende que el control del relato es tan importante como el control de los recursos. Que quien define la realidad, domina el tablero. Que la emoción colectiva puede ser dirigida con la precisión de una operación militar. Por eso quedaron desequilibrados cuando los ciudadanos organizaron las primarias y junto a María Corina protagonizaron esa épica histórica del 22 de octubre de 2023. Seguidamente, los líderes que integran Los Comanditos, desafiaron al mismísimo aparato represivo, logrando recolectar las actas en los centros de votación instalados para las elecciones del 28 de julio de 2024.

Por eso, comprender la guerra psicológica en Venezuela es un paso indispensable para enfrentarla. No basta con denunciar: es necesario desmontar sus mecanismos, fortalecer la capacidad crítica de la sociedad y reconstruir las confianzas que permitan una lectura común del país. En tiempos donde la verdad compite con la manipulación y donde la percepción se ha convertido en un campo de batalla, defender la claridad es un acto profundamente político. Tal como lo revelan encuestas serias, creíbles y recientes, “más del 90% de los ciudadanos venezolanos, apuestan por que se cumpla el mandato soberano dictado el pasado 28 de julio de 2024”. O sea que Maduro termine de ser desalojado del poder que usurpa.

Antonioledezma.net

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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