No te va a gustar – Buscando una izquierda desesperadamente


MADRID, 27 (OTR/PRESS)

Observo y analizo la imagen de la reunión, este martes, de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias (Turrión, claro). Constato que la izquierda española -bueno, algo también la derecha, pero menos- lleva cuarenta años buscando desesperadamente una configuración estable. Cierto que la izquierda, el PSOE, ha gobernado consecutivamente más que ninguna otra formación, pero también es verdad que ha vivido al socaire de los acontecimientos y constatando cómo el capitalismo le arrebataba bandera tras bandera, cómo caía un muro que significaba nuevos conceptos más abiertos, cómo la palabra «comunismo» entraba en desuso, lo mismo que las internacionales, y cómo la «socialdemocracia», antes denostada por los izquierdistas «puros», avanzaba casillas en el juego de los tapices rojos.
Hace cuarenta años, en ese inicio formal de la democracia que ahora conmemoramos, el problema ya estaba ahí. Por difícil que nos parezca de creer a día de hoy, ya entonces los socialistas, que salían de la dictadura sin cuadros y casi sin organización, ni dirigentes más allá de los vascos y sevillanos que se agruparon en torno a Felipe González, vivían tratando de evitar el «sorpasso» de los comunistas: el PCE de Santiago Carrillo estaba mucho mejor organizado y estructurado, en la clandestinidad, que aquel PSOE «renovador» que acababa de salir de su pugna con los «históricos» de Rodolfo Llopis. Pero el peso de la Internacional Socialista y de las instituciones y poderes económicos, además de la realidad europea, impusieron unos estrechos límites al PCE, que tuvo que recortar no poco su programa «de máximos», aceptación de la Monarquía incluida, para poder ser homologado. Y el propio PSOE acabó renunciando al marxismo y aceptando la entrada de España en la OTAN para poder llegar al poder, cosa que logró de manera indiscutible en 1982: los socialistas españoles se habían hecho «europeos».
Desde entonces, yo diría que los socialistas españoles, que han escrito páginas de gloria en lo referente a la transformación del país, pero capítulos no tan brillantes en cuanto a lucha contra la corrupción y a definición programática, han estado buscando «su» espacio de consolidación como fuerza de progreso. Lo que ocurre es que ese espacio no es algo estanco ni inamovible, y que a la derecha le resulta mucho más fácil definir límites y objetivos: hay muchas formas de entender lo que es la izquierda en general, y el socialismo en particular, porque el mundo de las ideas y los principios se mueve mucho más rápidamente que el de los intereses concretos.
Y entonces, el encuentro (de nuevo) este martes entre el líder de Podemos y el viejo/nuevo secretario general del PSOE. Solamente puede existir acuerdo entre ambos en torno a un punto: echar a Mariano Rajoy de La Moncloa, aludiendo a la corrupción mostrada en el pasado por el PP y a la aparentemente escasa voluntad del presidente del PP de hacer reformas de calado en las estructuras del país. Por el momento, resulta muy difícil apreciar coincidencias programáticas, estratégicas o tácticas entre las formaciones que representan la votación mayoritaria de la izquierda. Y tanto en el propio PSOE como en Podemos resulta innegable que hay que considerar la existencia de tensiones internas que podríamos resumir, para simplificar (quizá demasiado) como «posiciones más o menos a la izquierda».
Y en esa dialéctica, como en los «tiempos PSOE-PCE», hoy sustituido y englobado por Podemos, nos movemos hoy en día, mientras, desde su lado, la derecha ha aprendido a limar sus perfiles más ásperos y extremistas, perdiendo lógicamente algo de la pureza de sus planteamientos más definitorios: es la herencia de la confrontación entre la UCD y Alianza Popular para delimitar un espacio conservador que poco se pareciese a la brutalidad del franquismo.
Hoy, cuarenta años después, ese espacio conservador parece, es la verdad, más asentado que el de la izquierda, aunque la falta de espíritu regeneracionista y reformista de un Rajoy, que quiere imprimir previsibilidad y sentido común, pero no notoriedad y cambio, a su trayectoria política, pesen sobre lo que debería ser un concepto más «moderno» de los planteamientos de la derecha. Pero es cierto que primero Fraga, luego Aznar y Rajoy, cada uno con su peculiar estilo, han logrado frenar un avance en España de lo que podríamos definir como ultraderecha. No sé si ocurre exactamente lo mismo en la izquierda, donde encontramos ribetes extremistas en Cataluña (CUP), País Vasco (Bildu) y en algunas percepciones localistas de la amalgama que configura, genéricamente, Podemos.
Pienso que, cuarenta años después, va siendo hora de consolidar algo más el pensamiento político de una España que no puede desgastarse en confrontaciones teóricas acerca de quiénes somos, de dónde venidos y a dónde vamos, ni dando vueltas a conceptos como «plurinacionalidad» o «federalismo», que deberían, según mi criterio, estar mucho más asentados y clarificados en la doctrina política. Y a eso quizá deberíamos aplicarnos, superados los fastos conmemorativos.

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