CHIQUITISTÁN

Cataluña: La independencia era un ‘fistro’

El desvarío del «procés» sólo resulta descifrable desde el humor deconstructivo

Cataluña: La independencia era un 'fistro'
Junqueras, Llach, Forcadell y Romeva. CT

NO, no era un absurdo debate cainita al estilo de los Monty Python, como ha escrito el ahora semiarrepentido Felip Puig. El carácter estrambótico del procés, los rasgos de farsa que vuelven ridículo su arrogante tinte supremacista, sólo pueden asimilarse en clave de humor al esperpento surrealista de Chiquito de la Calzada.

Algo incoherente, descabellado, incomprensible, cuya definición escapa de la lógica del lenguaje y necesita expresarse mediante la invención de un grotesco molde de nuevas palabras.

Ese enredo tragicómico, que ha disuelto en un jocoso sainete de contradicciones su vocación revolucionaria, sólo está ya al alcance de la parodia deshilvanada, nebulosa, caótica, con que hipnotizó a todo el país el popularísimo humorista de Málaga.

Qué mejor homenaje al genio del Café de Chinitas que esa estrafalaria fuga de Puigdemorrr, que se largó con un «hasta luego, Lucas» de su propia patria recién creada.

Qué expresión cuadraría con más tino a la retractación de Forcadell ante el juez que ese «relájate físicamente, moralmente, no te hagas pupita duodenalllll» con que Chiquito interrumpía sus monólogos cuajados de descacharrantes abracadabras. Qué onomatopeyas tonales -¡¡Jarll!!, ¡¡Peich!! ¡¡Guánn!!- encuadrarían con más eficacia el asombro nacional, el creciente cachondeo ante la deriva hilarante de los solemnes pecadores de la pradera catalana.

Qué grito sino «¡¡torpeeeedooo!!» convendría al desafío arriscado con que los independentistas -«¡¡al ataqueeerrrrr!!» – se convencieron a sí mismos de que iban a romper España. Qué nombre sino el de Chiquitistán podría merecer la fantasmal república de las esteladas.

Ha sido una verdadera lástima que el gran Gregorio Sánchez, que así se llamaba, anduviese ya delicado de males para ofrecer su versión disparatada del proceso.

Porque si toda la presunta formalidad de la secesión, el aire grandilocuente y jactancioso de la ruptura o el engolado narcisismo de sus promotores hubieran pasado por el imprevisible tamiz burlón del ingenio chiquitesco, no quedaría modo posible de considerar respetable la matraca del destino manifiesto.

Una sola intervención en prime time del singular caricato habría dejado para el arrastre todo ese fatuo montaje de nacionalismo altanero, tan autocomplaciente, tan pagado de sí, tan petulante y circunspecto que sólo en el espejo de la guasa escéptica encuentra el reflejo de su talante mostrenco. Quizá, en el fondo, el problema de este despropósito sea que lo hayamos tomado demasiado en serio.

A esta revolución de pacotilla, sí, le ha faltado el contrapunto deconstructivo de Chiquito. Porque tanto desvarío sólo resulta descifrable desde su descoyuntada sintaxis mental, desde su desencajado prisma de delirio. Al final, se trataba de algo muy sencillo: la maldita independencia era un fistro.

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