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Lo que mal empieza, mal acaba

Lo que mal empieza, mal acaba
El prófugo Carles Puigdemont, expresidente autonómico de Cataluña. CT

Cuando la Fregona tomó posesión de su puesto de President, lo hizo prometiendo cumplir con las obligaciones de su cargo, con fidelidad al pueblo catalán representado por el Parlament. Pocos días después encontré a un amigo, diputado en el Congreso del partido del gobierno, y le pregunté porque al día siguiente no había salido un Real Decreto en el BOE, dejando en suspenso esa toma de posesión, hasta que la susodicha prometiese lealtad al Jefe del Estado y guardar ya hacer guardar la Constitución. ¿Respuesta?, la esperada. Bueno, si, se habló de eso, pero se pensó que solo traería problemas y no solucionaría nada.

Creo que fue el primer gran error de la última temporada del culebrón catalán. Si a la Fregona, se le hubiese hecho entrar por el aro en su primera actuación, es probable que no se hubiese envalentonado tanto. Incluso ahora, desde cierto punto de vista, nadie puede acusarla de haberse pasado traidoramente la Constitución por el forro, no dijo que la acataría.

En aquella ocasión, dejar en suspenso el nombramiento, no hubiese sido buscar choques, sino dejar las cosas muy claras desde el primer momento. Como decimos los gallegos «amiguiños se, pero a vaquiña polo que vale». Así no hubiera habido posibilidades de malos entendidos, o equivocaciones sin malicia.

Lógicamente, desde aquella fecha, los secesionistas hicieron, aún más, todo lo que han querido; visto lo visto, ¡ancha es Castilla!

El gobierno, de vez en cuando, ha hecho declaraciones llamándoles al orden, pero siempre en tono paternalista, en lugar de decir, ¡se acabó!, ¡hasta aquí se ha llegado!, y actuar con todos los medios a su alcance, que los tiene.

En menos de un mes llegaremos al desenlace del primer tomo de esta «historia interminable». Porque, ¿cuánto tiempo llevamos con la política de paños calientes sin conseguir nada?

El resultado del 21D está muy en el aire. No podemos dudar que, los separatistas, siguen teniendo todo su poder casi intacto, que van a echar toda la carne en el asador y que no les importan los procedimientos más rastreros, por ejemplo las recientes declaraciones de la secretaria general de ERC, para intoxicar a los ciudadanos y salirse con la suya.

Si ganan los independentistas, la situación se volverá muy difícil. Pero ojo, pueden no ganar y aún así tener mayoría en el Parlament. El panorama al que nos enfrentaremos será similar. Al día siguiente proclamarán a los cuatro vientos, que el resultado ha sido la prueba de la voluntad independentista de los catalanes, aunque hayan tenido los escaños con minoría de votos emitidos, que ronden poco más del tercio del censo electoral, y se hayan cansado de repetir que esas elecciones son ilegales.

Puede que ganen los constitucionalistas. En tal caso podrán gobernar, siempre que se pongan todos de acuerdo, lo cual sin ser pesimista se aventura como algo complicado. Solo hay que analizar las declaraciones y movimientos, hechos en los últimos días, por destacados dirigentes de dos partidos, para tener una duda razonable. Aún en el supuesto de que se lograse dicho acuerdo, esa mayoría estará en manos de minorías internas, que como es habitual nunca tendrán responsabilidad en lo que pase, pero que serán las que verdaderamente impondrán las decisiones, y a esas minorías lo que les interesa es el poder por el poder, incluso una de ellas es capaz de aliarse con el diablo con tal de conseguirlo, y una ocasión ideal sería que se rompiese España.

En definitiva, lo que mal empieza, continúa mal y acaba mal.

Lo penoso es que, como siempre, quien sufre mayormente las consecuencias, es el ciudadano de a pie, pero para eso es de a pié.

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