No se trata ya de elecciones, encuestas o escaños. No hablamos de alternancia ni de mayorías aritméticas. Lo que está en juego es la supervivencia misma de la nación española, su integridad histórica, institucional y moral. Y sin embargo, aquellos que deberían erigirse en su defensa, los que se autodenominan «constitucionalistas» y adversarios del socialismo sanchista, se comportan como una caterva de funcionarios apáticos y amoldados al sistema que les alimenta.
¿Cuál es la alternativa del Partido Popular? ¿Qué programa tiene el supuesto «partido de estado», qué alternativa de gobierno para frenar a Pedro Sánchez y sus cómplices? ¿Cuál es su plan para revertir el proceso revolucionario que está descomponiendo el tejido nacional y arrasando los fundamentos de nuestra convivencia? No hay respuesta. Porque no hay alternativa. No hay plan. No hay programa. Hay tacticismo, cálculo electoral, encuestas, titulares huecos y declaraciones pomposas que no comprometen a nada.
La pregunta es obvia: ¿cómo puede desalojarse del poder a un gobierno socialcomunista, aliado de separatistas y herederos del terrorismo, si no se posee un proyecto estructurado, una ruta definida, con rumbo y brújula, un programa de acción minucioso que detalle con qué recursos, con qué medios, con qué personas, con qué prioridades y en qué plazos se piensa desmontar el entramado mafioso y clientelar levantado por el PSOE y sus cómplices?
Julio Anguita —un comunista honrado, coherente, íntegro— lo repetía como un mantra: «Programa, programa, programa». Porque sin programa, no hay política, no hay gestión, no hay regeneración posible. Anguita sabía que lo esencial era tener un plan que permitiera servir al ciudadano, no servirse de él. Un programa no es un eslogan electoral. Es un contrato con la nación. Un compromiso que exige diagnóstico, objetivos, cronograma, medios humanos y materiales, procedimientos de evaluación, mecanismos de corrección y responsabilidad.
Y eso, exactamente eso, es lo que no tienen ni el PP ni VOX. Porque carecen de voluntad, de talento, de patriotismo real. Porque temen a la verdad. Porque son tan parte del sistema como el propio PSOE demás enemigos de España. Porque son —en el mejor de los casos— cooperadores negligentes, y en el peor, parásitos profesionales.
España está al borde del colapso institucional, moral, económico y territorial. La deuda pública supera los 1,8 billones de euros: más de 37.000 euros por habitante y cerca de 90.000 euros por cada español que paga impuestos. Ningún partido del sistema habla de ello. Nadie plantea adelgazar el Estado, eliminar duplicidades, reducir el déficit o suprimir gastos superfluos. La deuda sigue creciendo. Y la nación se hunde.
La única prioridad hoy en España debería ser articular una auténtica Alternativa de Españoles Decentes. No una «alternancia democrática» dentro de la partidocracia. No un simple relevo de gestores mediocres y cobardes. Hablamos de una alternativa que sea capaz de poner fin al régimen de impunidad, corrupción, despilfarro y descomposición que arrastra al país a su disolución.
Los enemigos de España —los que la quieren fracturar, diluir, vaciar de contenido nacional, cultural y jurídico— sí tienen programa. Lo diseñaron con premeditación, alevosía y nocturnidad. Avanzan sin pausa ni dudas. Reforman leyes, vacían instituciones, se apropian de la mayoría de los medios de información, pervierten el sistema de enseñanza destruyen la historia, desprotegen a las familias y erosionan la soberanía nacional.
Mientras tanto, los supuestos defensores del orden constitucional se limitan a emitir comunicados, promover manifestaciones o repetir obviedades desde tertulias pagadas. No hay plan. No hay proyecto. No hay esperanza si no surge un movimiento regenerador, profundamente patriótico, apoyado en una élite técnica, profesional y moral que tome las riendas del Estado.
Ese movimiento debe comenzar por un diagnóstico certero de la situación actual: España vive una emergencia nacional. Hay que describir cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Qué falló? ¿Quién falló? ¿Qué estructuras han permitido que se consolide un modelo institucional basado en el chantaje, la mentira, el enfrentamiento entre las diversas regiones españolas y la ruina económica?
Una vez hecho el diagnóstico, hay que formular, definir objetivos claros, a corto, medio y largo plazo, acompañados de un calendario realista, recursos humanos y materiales bien seleccionados y depurados, y procedimientos verificables. El programa debe ser evaluable, ajustable y fiscalizable.
Los gestores de ese plan no están en los partidos actuales. Están en el sector privado. En la empresa. En la universidad. En las profesiones liberales. En los cuerpos técnicos del Estado. Hay españoles decentes, preparados, honestos. Pero no forman parte del engranaje partidocrático. No figuran en listas cerradas. No manejan cuotas ni fondos públicos. A ellos hay que recurrir.
Entre las primeras medidas urgentes, deben incluirse:
- La reinstauración de los juicios de residencia y una Ley de Responsabilidad penal, civil y administrativa para funcionarios y cargos públicos.
- Eliminación de aforamientos salvo el jefe del estado y el presidente del gobierno, y en situaciones muy concretas y excepcionales.
- Reducción drástica del número de altos cargos, asesores y enchufados.
- Supresión de la figura del indulto para delitos de corrupción.
- Creación de una Ley de Protección de Denunciantes.
- Regulación transparente de lobbies y grupos de presión.
- Supresión de los cargos de libre designación no justificados.
- Reforma profunda del régimen local para acabar con el caciquismo municipal.
Y sobre todo, desmantelar el Estado de las Autonomías: una losa económica, un engendro ineficiente, una fábrica de desigualdad. Recentralizar sanidad, justicia y enseñanza supondría —según cálculos del profesor Roberto Centeno— un ahorro de más de 40.000 millones de euros anuales. Eliminar el sistema autonómico completo, hasta 110.000 millones. ¿Qué partido lo plantea sin ambigüedades? Ninguno.
El modelo a seguir no es Francia, ni Alemania. Es Suiza. Una democracia austera, eficaz, transparente. Donde los cargos electos no viven de la política. Donde el gasto público está contenido. Donde los ciudadanos participan directamente en decisiones clave. Donde el Estado respeta la libertad individual y no premia el parasitismo.
En Suiza, los diputados y senadores no cobran sueldos, reciben dietas. Compaginan sus labores políticas con sus empleos. No existen políticos profesionales, sino ciudadanos con vocación de servicio. Allí no se dispara la deuda pública, ni se estigmatiza el éxito, el ahorro o el mérito. En España, mientras tanto, seguimos considerando que quien no vive de nuestros impuestos es sospechoso.
Por eso urge una Revolución Nacional. Pacífica, sí. Pero radical. De raíz. Que transforme el Estado, su estructura, su lógica, sus prioridades. Una revolución que nos devuelva el orgullo de ser españoles. Que garantice una verdadera democracia liberal, con estricta separación de poderes, justicia independiente, libertad de expresión plena y seguridad jurídica.
Porque lo que hoy tenemos, la democracia realmente existente es partitocracia degenerada. Es clientelismo institucionalizado. Es ingeniería social totalitaria. Y no se vence a una revolución ideológica con tibieza, cobardía o calculadora en mano.
La única esperanza para España es una Alternativa de Españoles Decentes. Un frente cívico, nacional, honesto, valiente. Que hable claro. Que proponga con rigor. Que actúe con contundencia. Y que no se deje contaminar por la podredumbre del sistema.
Mientras los traidores, enemigos de España, se organizan, avanzan y conquistan, la derecha institucional continúa dormida en sus tumbonas autonómicas, anestesiada por sus nóminas y sus privilegios. Ni entienden lo que ocurre, ni les importa, ni están dispuestos a poner en riesgo su modus vivendi.
Ha llegado el momento de decir basta. De dejar de confiar en los que nos han traicionado. De exigir una refundación moral y política del Estado. De expulsar a los parásitos y colocar a los patriotas. De reconstruir España desde los escombros que nos han dejado.
No hay tiempo. No hay margen. O se actúa ahora, o el futuro será irreversiblemente negro.
España no necesita un parche. Necesita una reconstrucción. Con programa. Con verdad. Con españoles decentes al frente.
