La última ofensa del laicismo rancio y militante en Barcelona la ha sufrido la Virgen de la Merced –patrona de Barcelona– al haber sido convertida en una grotesca caricatura circense por un Ayuntamiento que hace tiempo declaró la guerra a lo sagrado. En el nuevo cartel de las fiestas de la Mercè– la Madre de Dios– aparece representada como una artista circense.
En la Barcelona de Ada Colau y sus herederos ideológicos, ya no queda espacio para el respeto ni hacia la tradición, ni hacia la historia, y mucho menos hacia la fe católico. El último cartel promocional de las fiestas de la Mercè —una celebración que lleva el nombre de la Virgen de la Merced, patrona de la ciudad condal —ha cruzado una línea roja que hasta ahora parecía intocable y nadie había osado atravesar: convertir a la Virgen María en un personaje de circo, grotescamente disfrazada, flanqueada por acróbatas y cabezudos, ridículamente representada y levantándose la falda en medio de un grotesco espectáculo circense que, ni siquiera, D. Ramón María del Valle-Inclán lo hubiera imaginado y, mucho menos creado para su esperoentico teatro . ¿La intención? Provocar. ¿El resultado? Una ofensa directa, cruel y deliberada a los católicos y a cualquiera que conserve un mínimo de decoro y vergüenza.
No se trata de un desliz artístico más , ni de una ocurrencia mal programada . Es la enésima expresión de un «laicismo rancio y vengativo –que instalado cómodamente en casi todas las instituciones públicas– ha decidido a erradicar toda huella de religiosidad del espacio social y público. Ya no les basta con vaciar de contenido religioso una festividad que históricamente ha estado ligada a la devoción mariana; ahora necesitan humillar, profanar, y escupir sobre lo que millones de personas consideran sagrado y venerable… porque esa es la única manera en la que los nuevos iconoclastas entienden el poder: destruir los símbolos religiosos y morales para así imponer los propios.
El Ayuntamiento de Barcelona ha dado luz verde —y sin duda dinero público— a una campaña que degrada a la Virgen María al nivel de bufón de feria. Y lo hace con total impunidad mientras se escudan en una pseudo «libertad artística». Esa coartada–tan woke y postmoderna– sólo parece aplicarse cuando el blanco es la fe católica. Ante tal vil cobardia, cabría preguntarse ¿si estos mismos se atreverían a hacer lo mismo con Mahoma, Alá o con el Corán..? ¿O con otros símbolos religiosos de cualquier otra minoria étnica-religiosa…? ¡No! Porque saben que las posibles consecuencias serían inmediatas y contundentes. Pero con la fe católica, todo vale: silencio institucional, complicidad mediática y sonoros aplausos desde los foros progresistas.
El arzobispado de Barcelona, –con una dignidad que ya es más que extraña en tiempos de tibieza episcopal– ha dejado constancia de su profundo malestar ante esta vulgar parodia y representación ofensiva. Pero sus palabras, previsiblemente, caerán en saco roto. Porque en la «Catalunya del nacionalisme laic i del progressisme anti-catòlic», la Iglesia ya no es interlocutora válida, sino un primordial objetivo a batir.
Lo más preocupante, sin embargo, no es el cartel en sí, sino la tendencia que representa la progresiva conversión de lo público en un espacio hostil a la fe, el vaciamiento deliberado de todo contenido trascendente, la conversión de la espiritualidad en folklore vacío y, en última instancia, en un espectáculo burdo y grotesco.
El laicismo agresivo no se conforma con que los creyentes vivan su fe en privado: exige su completa desaparición del ámbito social, político y cultural. Y suele hacerlo mediante la ridiculización, la provocación y el insulto.
El Gobierno central –por supuesto– guarda silencio y, por eso, Pedro Sánchez y su ministra de Cultura —esa que subvenciona performances blasfemas con dinero público— no han dicho ni una palabra. Y no lo harán, porque, este tipo de actos forman parte de un estsblecido programa ideológico que comparten con sus socios autonómicos y municipales. Entre ellos no hay distancia ni política ni ideológica. Entre el PSOE y sus radicales socios prgresistas hay colaboración, planificación y financiación. Lo que ocurre en Barcelona no es un caso aislado, sino un síntoma más del proceso de forzada secularización que se promueve desde Moncloa.
Hoy ha sido la Virgen María. Mañana será cualquier otro símbolo cristiano. Una cruz, un templo, un sacerdote. Porque el objetivo no es el arte ni la libertad de expresión. Es la demolición de los fundamentos espirituales de España. Y lo están logrando. Fiesta tras fiesta, cartel tras cartel, burla tras burla.
Barcelona, la ciudad que un día se encomendó a la Virgen de la Merced, hoy la pasea como a una marioneta grotesca. No es sólo una falta de respeto: es una advertencia. La civilización que ridiculiza a sus santos no tardará en venerar a sus tiranos.
La pregunta que muchos nos hacemos es: ¿hasta cuándo…?¿Cuánto más vamos a permitir esta humillación sistemática de lo cristiano? ¿Dónde está la reacción ciudadana, eclesial, cultura y política? ¿Cuánto más vamos a tolerar que el dinero de todos se utilice para reírse de las creencias religiosas de millones de católicos…? La respuesta, por ahora, es desoladora: lo permitirán mientras no haya un coste político, social o judicial y, mientras, la aborregada y silenciosa mayoría siga en silencio y repitiendo mántricamente: «¡Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même!».
