Hay declaraciones que no revelan una opinión, sino una patología. No describen el mundo: describen al que habla. Las recientes palabras de Luis Tosar en El Español pertenecen a esa categoría. No son una anécdota, ni una boutade de actor aburrido, ni una gracieta para titulares. Son el síntoma de algo más profundo, más triste y, sobre todo, más revelador: la interiorización completa del desprecio hacia el varón como sujeto humano legítimo.
«Al final, lo único de lo que hablamos los hombres es de fútbol y de darnos hostias. Nunca he tenido una pandilla de amigos hombres, y eso es sano: me aburren sus temas de conversación. Somos mejores con amigas».
Como afirmación antropológica, es una memez. Como diagnóstico social, una caricatura. Como autorretrato psicológico, una confesión. Y como posicionamiento moral, una declaración de bancarrota.
Porque aquí no estamos ante una crítica a ciertos ambientes masculinos concretos. Estamos ante una descalificación global del hombre como tal, formulada con la suficiencia moral de quien cree hablar desde el lado correcto de la Historia. Y eso tiene nombre: misandria. Interiorizada, normalizada, celebrada. Y, lo que es peor, jaleada.
El hombre que pide perdón por existir
Luis Tosar no está describiendo a “los hombres”. Está describiendo su incomodidad con su propia condición masculina. Un complejo mal resuelto que se manifiesta como desprecio preventivo: antes de que me acusen, me acuso yo; antes de que me condenen, me flagelo solo.
Ese gesto es ya un clásico del varón progresista contemporáneo: pedir perdón por haber nacido hombre, disculparse por una culpa metafísica heredada, asumir que su sexo es, en sí mismo, sospechoso. No es casual que Tosar se sienta más cómodo rodeado de mujeres: no porque las entienda mejor, sino porque ante ellas puede representar el papel que el dogma exige, el del varón arrepentido, dócil, reeducado, convenientemente emasculado en lo simbólico.
Tal vez debería, como cualquier persona mínimamente honesta consigo misma, enfrentarse a —no, perdón: afrontar— esa disonancia interna con ayuda profesional. Y sí: probablemente una psicóloga sería más eficaz, dado el marco mental en el que se mueve. Alguien que le explique algo elemental: no hay nada patológico en ser hombre, en pensar como hombre, en vincularse con otros hombres, ni en no pedir perdón por ello.
Lo patológico es odiarse a uno mismo para ser aceptado.
¿De qué hombres habla usted, señor Tosar?
no conoce la vida privada de Luis Tosar, pero sus declaraciones permiten inferir con bastante precisión qué tipo de hombres frecuenta o, al menos, a qué referentes masculinos ha decidido otorgar legitimidad.
Porque Tosar no vive en una cueva. Vive en el ecosistema cultural y político del progresismo español. Un ecosistema cuyos modelos masculinos públicos han sido, entre otros:
- Pablo Iglesias, famoso por sus fantasías de violencia sexual verbalizadas con alegre impunidad.
- Íñigo Errejón, cuya “peculiar” relación con las mujeres ha terminado por salir a la luz.
- Juan Carlos Monedero, señalado por alumnas por conductas impropias fuera del aula.
- Paco Salazar y otros cuadros socialistas envueltos en episodios que desmienten la superioridad moral que predican.
Si estos son los hombres con los que se cruza en manifestaciones, actos políticos y saraos ideológicos, entonces todo encaja. Si esa es su experiencia masculina de referencia, no extraña su hastío. Pero entonces, convendría una mínima honestidad intelectual: no proyecte su miseria relacional sobre la totalidad del sexo masculino.
El hombre real: una experiencia que Tosar desconoce
La realidad, para la inmensa mayoría de los hombres españoles, es radicalmente distinta a la caricatura tosariana.
Los hombres, cuando son amigos de verdad, hablan de todo. De política, de libros, de música, de trabajo, de fracasos, de miedos, de mujeres amadas y perdidas, de errores propios, de heridas que no siempre se verbalizan con facilidad. También hablan de fútbol, claro. Y de una jugada mal anulada. ¿Y qué?
Nada humano nos es ajeno. Precisamente eso es lo que parece ajeno a Luis Tosar: la humanidad concreta del varón corriente, no ideologizado, no penitente, no obsesionado con performar virtud ante el tribunal moral del progresismo cultural.
Su mundo, señor Tosar, no es el mundo de los hombres. Es un microclima sectario, autorreferencial, donde se repiten consignas, se caricaturiza al discrepante y se aplaude el autoodio como prueba de conciencia.
De Te doy mis ojos al lodazal moral: cuando los referentes importan
Y aquí es donde el asunto deja de ser anecdótico y se vuelve grave.
Porque Luis Tosar fue protagonista de Te doy mis ojos, película emblemática del relato hegemónico sobre la llamada “violencia de género”. Un relato cuya arquitectura ideológica no surgió de la nada. Entre los responsables intelectuales de ese marco conceptual se encuentra Jorge Corsi, psicólogo argentino, referente del feminismo de género en España, autor prolífico, conferenciante estrella… y condenado por pederastia.
Conviene repetirlo sin eufemismos:
Jorge Corsi fue condenado por organizar abusos sexuales a menores.
Y, aun así:
- Fue paseado por universidades españolas.
- Fue promocionado por asociaciones feministas subvencionadas.
- Fue colaborador de políticas públicas.
- Fue coautor, junto a Miguel Lorente, del argumento de Te doy mis ojos.
No estamos ante un desliz individual. Estamos ante un ecosistema ideológico que protegió, blanqueó y sigue recomendando la obra de un delincuente sexual, mientras pontificaba sobre moral, violencia y masculinidad.
En la Biblioteca del Instituto de la Mujer de España, y de muchas facultades universitarias españolas, su bibliografía sigue figurando como referencia. Esto no es un error: es una elección.
La hipocresía estructural: hombres culpables, depredadores impunes
El caso Corsi revela algo intolerable:
el mismo entramado que niega la presunción de inocencia a millones de hombres, que desprecia el fenómeno de la alienación parental, que criminaliza la masculinidad como tal, ha sido extraordinariamente indulgente con uno de los suyos, incluso cuando fue condenado por delitos abyectos.
Mientras tanto:
- Se han procesado en España alrededor de tres millones de hombres bajo una legislación de excepción.
- Se ha normalizado la inversión de la carga de la prueba.
- Se ha institucionalizado la sospecha permanente sobre el varón.
Y todo ello impulsado, en parte, por personajes como Corsi, Lorente y su red de colaboradores, muchos de los cuales siguen hoy conferenciando, cobrando subvenciones y adoctrinando en colegios e institutos.
Conclusión
El título de este artículo no es gratuito. No es una provocación vacía. Es una interpelación moral.
Porque cuando un hombre reduce a los hombres a una caricatura zafia; cuando desprecia los vínculos masculinos sin haberlos comprendido; cuando repite consignas sin analizar su origen; cuando se sitúa siempre del lado del poder simbólico que criminaliza al suyo propio; cuando calla ante abusos reales mientras se indigna selectivamente… entonces el insulto deja de ser un exabrupto y se convierte en diagnóstico.
Luis Tosar es un gran actor, nadie lo discute. Pero en este asunto ha demostrado ser un perfecto imbécil moral, no por ignorancia, sino por sumisión. No por falta de talento, sino por falta de coraje intelectual.
Y eso, en alguien con proyección pública, no es una simple tontería. Es una irresponsabilidad.
