Llevo mes y medio enclaustrada en un hospital. Mi padre, de avanzada edad, ha tenido que ser intervenido quirúrgicamente y su delicado estado de salud ha requerido que estuviéramos a su lado. Ha estado en dos hospitales públicos, primero en el «Virgen de la Salud» y luego en el «Virgen del Valle», ambos de Toledo. En este tiempo he tenido ocasión de comprobar, de primera mano, nuestro sistema sanitario y me reafirmo, una vez más, en que es excelente.
Ambos hospitales tienen un gerente común: Alfonso Florez Díaz, un economista asturiano, nombrado recientemente, pero con una amplia experiencia en gestión hospitalaria, al que he visto trabajar sin descanso, recorrer todos los departamentos, planificar servicios y guardias y aprovechar los fines de semana y los festivos para encerrarse en su despacho haciendo cábalas para aplicar los recortes que se avecinan, sin que repercuta en la calidad de la prestación. No es médico, pero sabe muy bien como aliviar a los enfermos simplemente interesándose por su salud, visitándoles de vez en cuando, sin identificarse como gerente, y de paso saber su grado de satisfacción sobre cómo funcionan las cosas.
A mi padre le intervinieron quirúrgicamente dos cirujanos: los traumatólogos Javier Moreno Pérez y José Maria Madruga, que tuvieron su vida en las manos durante las interminables horas que duró su operación. Previa y posteriormente nos explicaron con todo lujo de detalles la técnica empleada, tuvieron la paciencia del Santo Job para responder a las múltiples preguntas que les planteamos y se pusieron a nuestra disposición, en todo momento, para aclararnos nuestras dudas. Después no solo le aplicaron acertadamente el tratamiento necesario para su recuperación física -que aun no ha concluido- sino que cada una de sus visitas servía, además de para aliviar el cuerpo del paciente, también para recuperar su estado anímico. Se interesaron por cuál había sido su profesión, por sus gustos y aficiones, de tal modo que cada recaída -y han sido muchas-se han podido superar gracias a esa otra terapia del alma cuya fórmula consiste en aceptar que el esfuerzo, por doloroso que sea, merece la pena para volver a disfrutar de lo mucho que ofrece la vida.
He visto a esos doctores y a todos sus equipos de enfermeras, auxiliares, celadores, etc, desvivirse por sus pacientes, hacer guardias sin parar, interesarse por su estado de salud incluso en su tiempo libre y acudir fuera de su horario cuando ha habido la mínima complicación. Les he visto, en definitiva, ejercer su profesión con una vocación absoluta, una profesionalidad y generosidad muy por encima de la del común de los mortales. Para todos ellos solo tengo una palabra, escrita en mayúsculas y negritas «GRACIAS».
Viendo lo que he visto y vivido en carne propia, me llama mucho la atención el estéril debate que se ha abierto sobre la sanidad pública en nuestro país, sin duda una de las mejores de Europa y del mundo. Entiendo que dada la situación económica que atravesamos sea necesario hacer recortes y desde luego es posible racionalizar el gasto en productos farmacéuticos, unificando compras, etc. A mí no me escandaliza, en absoluto, que se vaya a una gestión mixta publico- privada si es más eficaz, pero desde luego me parece profundamente injusto que se haga tabla rasa a la hora de meter la tijera y los recortes para todos los funcionarios por igual, sea cual sea su cualificación. Muchos de estos cirujanos a quienes les debemos la vida y los profesionales sanitarios tienen severas incompatibilidades y unos salarios muy por debajo de un asesor de medio pelo de cualquier político -cuyo único mérito casi siempre es haber hecho la pelota hasta la saciedad- y por supuesto muchísimo menos que lo que cobra cualquier profesional con un currículum similar en una empresa privada. Ya sabemos que es tiempo de recortes y sacrificios, pero la tabla de medir debe ser equilibrada para no caer en graves injusticias. El sistema sanitario publico es bueno y caro pero ¡mucho ojo! a la hora de coger el bisturí.