Lo dijo Azaña hace 80 años, y ahora lo repite Nacho Escolar: España ha dejado de ser católica. Lo cuenta en su chiringuito, Eldiario.es, «España no es católica, lo son sus élites«. Lea a El Trasgo en La Gaceta.
Disputo, por supuesto, la tontería de las élites, que no se sostiene un segundo. Si algún sentido tiene el brumoso término élite es el del grupo que ejerce el verdadero poder en una sociedad con independencia de quienes lo ostenten institucionalmente. Y si alguien cree que los mensajes que llegan a la sociedad desde arriba, la ideología amorfa que ahora se vende universalmente, tienen algún parecido a lo que predica la Iglesia, que se lo haga ver. Es la eterna y cansina pose de la progresía dominando el discurso y fingiéndose rebeldes y marginales.
Pero me interesa más señalar en qué estoy de acuerdo con Nacho -disintiendo con, quizá, la mayoría de mis correligionarios- y en qué no. Dice Nacho: «Contra el mito popular, no es cierto que España sea hoy un país mayoritariamente católico. La ‘reserva espiritual de Occidente’ pasó a la historia. En las encuestas aún figura un 70% de españoles que se declara como católico, pero la mayoría -alrededor del 55%- no pisa la Iglesia casi nunca y menos del 20% va a misa de domingo. El censo más exacto, el que mejor muestra el verdadero número de seguidores de la jerarquía católica en España, es el de la casilla del IRPF: sólo el 35% de los contribuyentes se declaran católicos en la intimidad de sus impuestos».
Ser católico es algo sutil, que casa mal con los números que maneja Nacho. Uno no deja de ser católico por no ir a misa, por ejemplo, y ni siquiera dejar de poner la crucecita en la declaración de la renta equivale a una apostasía.
Pero lo que dice Nacho tiene la suficiente dosis de verdad como para hacer recapacitar a más de un prelado triunfalista que actúa y habla como si el aniversario de la Constitución se hubiera celebrado con un solemne Te Deum en la Almudena.
Iría aún más lejos que el propio Nacho, si no fuera porque nadie puede entrar dentro de las conciencias. El otro día leía en El Mundo sobre una pequeña rebelión que se había montado en una aldea gallega durante los cursillos de primera comunión contra las monjas que impartían la catequesis y que habían teni- do la disparatada y morbosa idea de hablarles a los tiernos infantes del poder redentor del sufrimiento.
Ahora todo se limita al «Jesús te ama» y unos relamidos dibuji- tos de un Jesús inofensivo acariciando la cabeza a un niño.
Ese es el nivel. Lo sorprendente es que en la Galicia rural les sorprenda que el cristianismo tenga algo que ver con el poder redentor del poder; quizá el hecho de que el símbolo de nuestra religión no sea un smiley sino un hombre colgado de un instru- mento de tortura podría haberles dado alguna pista.
Sigue Nacho: «Es una opción política». Wert hablaba de la asignatura de religión, pero su respuesta vale para explicar muchas más cosas. «Es una decisión política que la Iglesia se libre de varios impuestos, que pueda financiarse directamente desde el IRPF, que los obispos tengan capacidad notarial para registrar hasta la Mezquita de Córdoba a su nombre o que el adoctrinamiento religioso tenga espacio en la escuela pública».
Y aquí es donde Nacho es incapaz de ver -o reconocer- la realidad evidente, a saber: que no se puede educar sin adoctrinar. Es absolutamente imposible explicarle de todo a un niño desde los 3 a los veintitantos años sin transmitirle una visión del mundo. No es, al final, que Nacho esté contra el dogma; es que el suyo está tan metido en la atmósfera que respiramos que no lo considera dogma. Para resumir: hay mil cosas en la formación que imparte el Estado -también en la escuela privada y concertada- con lo que estoy diametralmente en desacuerdo, que me parece totalmente y que, desde luego, no es evidente.
No es una cuestión de números; es cuestión de que se pueda elegir. Si a Nacho le parece mal que la Iglesia adoctrine, a mí me parece mal que lo hagan sus amigos progresistas usando el Estado. Que cada cual elija, no es tan difícil.
Y, en otro sentido, Nacho, España, Occidente entero, es inevitable, inescapablemente cristiana. La progresía no ha salido de la razón purísima de los ilustrados como Atenéa del cráneo de Zeus: es la negación de las bases cristianas al tiempo que se retienen sus principales consecuencias éticas. Es decir, es una doctrina incoherente. Que todos los hombres son iguales no se le había ocurrido a nadie antes de Cristo, y hablarle a Aristóteles de la dignidad intrínsica de la persona de su esclavo hubiera provocado una carcajada homérica.
Pero las ideas tienen consecuencias, Nacho es aún joven y quizá le quede vida para ver como nuevas generaciones van un paso más allá y se preguntan, si la base no es verdad, porqué van a ser ciertas sus consecuencias. Entonces quizá se decanten por una ética muy distinta a la que Nacho defiende, aunque probablemente más coherente en un universo sin sentido