Sea permitido discutir si la presencia de tales símbolos religiosos en la ocasión resulta un testimonio inequívoco
(Ramón Baltar).- Los medios ultravisigodos saltaron de gozo al tomar el juramento del nuevo presidente del Gobierno ante crucifijo y Biblia como inicio de la recuperación del Reino de España para la religión católica. Su ceguera está tan avanzada que ya no es caso de pedirle a Santa Lucía que les aumente la vista.
Saltándose las líneas rojas de la discreción, algunos laicistas se lanzaron a denunciar la incongruencia de asociar los símbolos religiosos a los actos civiles. Verdad es que en nuestro Estado aconfesional la religión y la política no han alcanzado el punto de alejamiento que manda la Constitución y exige una sociedad secularizada; pero esto no debe impedir que un creyente tome posesión del cargo poniendo a su dios por testigo del juramento. Recordemos que el derecho a manifestar en público la fe que uno profesa tiene amparo constitucional.
Cuestiones de conciencia personal aparte, sea permitido discutir si la presencia de tales símbolos religiosos en la ocasión resulta un testimonio inequívoco. Pues cabría interpretarla como anuncio de gobierno atenido a la moral católica, o como un sutil aviso de que las altas expectativas episcopales no serán atendidas por su coste electoral. Seguro que a las almas puras les desazonará ver ahí la imagen del Crucificado: el poder político mandó empalar a Jesús de Nazaret y sus seguidores hacen lo propio cuando se escudan en su nombre para obtenerlo.
También desconcierta la Biblia abierta según las crónicas por el cap. 30 de Números, cuyo versíllo 2 reza: «Cuando un hombre (…) o se comprometa a algo bajo juramento, no faltará a su palabra: como lo dijo lo hará». Suena harto contundente, pero no consigue hacernos olvidar que durante la campaña el señor Rajoy no precisó los términos de su compromiso.
Puestos a elegir un texto que lo aclarara, sus asesores bien pudieron aconsejarle que le abrieran la Sagrada Página por el Sermón del Monte, donde se lee: «¡Ay de vosotros, los que ahora reís¡, porque lloraréis y haréis duelo» (Lc. 6.25).