“Hay que responder a los impulsos del Espíritu” (GS 11)
(Rufo González)- Hace unos días ha sonado fuerte el grito angustioso de unas mujeres italianas. Ha sido en una carta escrita al Papa Francisco, donde califican su situación como «un continuo tira y afloja que despedaza el alma» (Pablo Ordaz, en El País; 20 de mayo de 2014). Dicen rotundamente: «Nosotras amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. No se puede romper un vínculo tan fuerte y hermoso». Y no sólo, habría que añadir, «no se puede romper» por «ser fuerte y hermoso», sino porque este amor, como todo amor verdadero, «viene de Dios»: «donde hay amor, allí está Dios». «Quien no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8). Los profetas veían en este lazo amoroso una parábola de la pasión de Dios por su pueblo. El amor del enamoramiento es un amor que surge de las entrañas: es gratuito, desinteresado, sólo busca el bien del amado. Como el amor de los padres a los hijos. Por algo en la Biblia llamar a Dios «esposo» y «padre-madre» es un modo de reconocer la experiencia profunda del creyente en el Misterio de Dios.
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