En la gran ciudad los pobres son a menudo considerados como un estorbo, una incomodidad que se intenta ocultar. Pero el realismo cristiano no puede olvidar la pobreza
(Cardenal Sistach).- Tomo el título de este comentario del tercer objetivo del Plan Pastoral que está poniendo en práctica nuestra archidiócesis de Barcelona. Recordemos los tres objetivos, que son: el anuncio de Jesucristo a quienes no lo conocen, la pastoral de la iniciación cristiana y la solidaridad como expresión de la fe cristiana.
Ante la Navidad, quisiera recordar también alguna de las reflexiones expuestas en la carta pastoral que publiqué al inicio de este curso, titulada Una Iglesia samaritana en medio de las grandes ciudades. La expresión Iglesia samaritana es de raíces evangélicas y se han hecho muchas referencias a ella en el reciente Congreso sobre la Pastoral de las Grandes Ciudades que hemos celebrado en Barcelona y clausurado en Roma, poniendo nuestras conclusiones en manos del Santo Padre.
La parábola del buen samaritano es muy oportuna para la Iglesia de hoy, para los cristianos que vivimos en medio de los hombres y las mujeres que sufren. Jesús nos dice que el buen samaritano se acercó, vio y se compadeció de aquel hombre que estaba en el margen del camino malherido por unos ladrones. El amor efectivo es un lenguaje universal que todo el mundo entiende. Una Iglesia samaritana es aquella que une en un todo el mensaje y el gesto, que explica lo que es mediante lo que hace. «Hechos, hechos y no sólo palabras», decía el fundador del Cottolengo de Barcelona, el padre Jacint Alegre Pujals, que está en proceso de canonización.
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