Los líderes polacos aplaudieron al Papa

José Luis Pinilla, sj: «¡Solo aplausos, hijo mío! ¡Son solo aplausos!»

¿Vale más un atleta emigrante que un obrero o "malempleada" doméstica?

José Luis Pinilla, sj: "¡Solo aplausos, hijo mío! ¡Son solo aplausos!"
El equipo de refugiados, en Río Agencias

(José Luis Pinilla).- Estuve contemplando la apertura de los Juegos Olímpicos al lado de una familia de emigrantes…Cuando apareció el equipo español liderado por Nadal les iba contando que nuestro equipo nacional cuenta con varios inmigrantes nacionalizados. Entre ellos los emigrantes del llamado equipo «del cuscús».

Así los llamaban mediáticamente cuando formaban parte del equipo ganador español en los Campeonatos europeos de Cross en Francia en diciembre de 2015. Allí los cuatro primeros en la carrera sénior habían nacido fuera de España llegando aquí como emigrantes. Más recientemente, el pasado 10 de julio, dos de ellos lograron un doblete histórico ganador para España en los 5.000 metros de un Europeo de atletismo.

Ilias Fifa. Es de Tánger (Marruecos). Llegó a España atravesando el estrecho con 16 años oculto en los bajos de un camión. Adel Mechaal, nacido en Tetuán, en 1990 y que llegó a Cataluña por reagrupación familiar de la mano de su padre albañil. Alemayehu Bezabeh, un «sin papeles» llegado de Etiopía y que estuvo un tiempo durmiendo en las calles de Madrid. Y Ayad Lamdassem, nacido en Sidi Ifni quien junto a otros compañeros abandonó al equipo marroquí de atletas, huyendo en Santiago de Compostela en 2002.

Conviene recordar al respecto que en lo que llevamos de siglo XXI, sin contar el presente año, los gobiernos (de distintos colores) han concedido la nacionalidad española por el sistema de carta de naturaleza a 67 deportistas originarios de otros países: atletas, gimnastas, piragüistas, jugadoras de balonmano y de waterpolo, de baloncesto, etc. En muchos casos por la vía rápida. Se desconocen los criterios que el Consejo de Ministros utiliza para otorgar la carta de naturaleza, a los deportistas. Se trata de concesión «por Real Decreto, de forma discrecional, por circunstancias excepcionales» (articulo 21.1 del Código Civil).

Es decir, una vía de adquisición de la nacionalidad exprés de carácter excepcional que en algunos casos puede ser percibida como agravio comparativo frente a otros emigrantes que se ganan la vida por ejemplo como obreros del asfalto en este caluroso verano y no del tartán, o «malempleadas» de servicio doméstico, etc. Con parecidos méritos.

No quiero desmerecer para nada a los que -nacionalizados- ya están en Río. Son ejemplos para muchos de un duro sacrificio de buenos deportistas, ilusionados, que van tan merecidamente a las Olimpiadas. Y me alegró muy mucho la «invención» del equipo de refugiados.

Cuando apareció en la televisión dicho equipo de refugiados bajo la bandera del COI se oyeron muchos aplausos en el estadio. La madre emocionada comentaba a su hijo:

«¡Mira son emigrantes como nosotros!».
«¡Pues parece que les quieren mucho!», contestó su hijo.
«Son solo aplausos, hijo. Son solo aplausos», contestó la madre.

Recordé en ese momento los miles de aplausos que ha cosechado la visita del bendito Papa Francisco en su viaje a Polonia con motivo de la JMJ. De todos ellos quizás los más llamativos fueron los que se produjeron en la recepción al papa en el Patio de Honor del Castillo de Wawel en Cracovia hacía tan solo una semana. Estaban todas las autoridades políticas, militares, jurídicas, diplomáticas, universitarias y religiosas de ese gran país. Todas (!) aplaudieron el breve discurso papal entre cuyos significativos párrafos estaba este:

El complejo fenómeno de la emigración requiere sabiduría y misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible. Hace falta disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre; solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales, incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe. También se deben solicitar colaboraciones y sinergias internacionales para encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues, de hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos.

Y lo dijo ante los responsables de que Polonia que a pesar de tener una de las tasas de migrantes más bajas de toda Europa, por orden del ejecutivo de Beata Szydło, rechazó acoger a los 7.500 refugiados que se comprometió a recibir en negociaciones con la Unión Europea en 2015. Miembro de un partido, el PiS, cuyo líder Jaroslaw Kaczynski no hace más de un año decía que los refugiados están provocando brotes de «cólera en Grecia» y «disentería en Viena». Traen «parásitos que portan enfermedades contra las que están inmunizados en sus países pero no en Europa».

Estos políticos polacos actualmente en el poder siguen la llamada línea polaca y de otros países del este que juegan con un nacional-catolicismo peligroso a la hora de justificar expulsiones de refugiados que hacen peligrar su identidad. Esta línea había sido resumida nada menos que por el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk.

Este es padre de dos hijos y casado por lo civil desde hace más de 37 años, y que se volvió a casar ésta vez por el rito católico como gesto -decían los analistas políticos- de aproximación al catolicismo en un país en el que el 90% de la población profesa esta religión. Curtido a la vera del sindicato Solidaridad (sí,  ¡solidaridad!) fue quien empleó el 3 de marzo de este año el lenguaje más descarnado que, como un directo punch a los refugiados e inmigrantes, se había oído nunca en boca de los máximos responsables de la UE.

Desde Grecia, país que corre el riesgo de convertirse en un gran campo de refugiados, Tusk apeló a «todos los potenciales migrantes económicos ilegales» que pretendían alcanzar la UE. Su mensaje fue rotundo: «No vengáis a Europa, no creáis a los traficantes, no arriesguéis vuestras vidas». El máximo representante de los países miembros de la UE trataba así de disuadir de cruzar el Mediterráneo a todos aquellos que no fueran sirios o iraquíes (¿porque solo importantes para Europa estas guerras?). 

Este líder polaco también escuchó y aplaudió estas palabras del papa cuando le entregaron a Francisco el Premio Carlomagno.

Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque ya no tienen nada y piden refugio. Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte. Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía.

Aplaudió como lo hicieron nuestros representantes europeos cuando Francisco asemejaba el Mediterráneo (¡cuna de las Olimpiadas!) a un cementerio.

¡Solo aplausos, hijo mío! ¡Son solo aplausos!


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Autor

José Manuel Vidal

Periodista y teólogo, es conocido por su labor de información sobre la Iglesia Católica. Dirige Religión Digital.

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