Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, es nuestra fama, es nuestro poder
(José M. Vidal).- Una vez visitada a la Virgen y saldados sus compromisos con obispos y políticos del DF, el Papa Francisco se va a las periferias de Ecatepec, para dedicarse a los suyos: los descartados. Y, ante ellos, denuncia que es «pan amargo» el de la riqueza que s eacumula «a base del suro del otro o de su propia vida». E invita a no caer en las tentaciones de la riqueza, de la vanidad y del orgullo. Y a no dialogar con el Maligno, «porque nos va a ganar siempre».
Tras un recorrido de decenas de kilómetros en papamóvil, el Papa se acerca a Ecatepec. Las calles están repletas de gente a ambos lados. A su paso le cantan: «Se ve, se siente, el Papa está presente». Y «ésta es la juventud del Papa».
En la enorme explanada de ‘El Caracol’, le esperan unas 400.000 personas. A la entrada el papamóvil recorre varios kilómetros sobre una alfombra de flores. Mientras, por megafonía, se suceden los ‘vivas’ al Papa.
Impresiona el rugir de la muchedumbre, mientras Francisco no se cansa de saludar. Es la apoteosis del líder de los pobres, del Papa de los miserables.
El escenario es como una enorme tienda semicircular, decorada con motivos indígenas. El altar sencillo, presidido por una enorme cruz en su interior. Y comienza la eucaristía con un solemne ‘Pueblo de Reyes’. Mientras salen los cardenales y los obispos al altar y miran. con gesto de sorpresa a la inmensa multitud congregada. Hasta el propio Guido Marini, acostumbrado a acompañar a Benedicto y a Francisco en eucaristías multitudinarias, pone caro de cierta sorpresa.
El coro, multitudinario y la orquesta, también. Y suenan magníficamente en la enorme explanada, en medio del silencio y del recogimiento de la gente que, de pronto, ha cesado sus gritos y vivas, para entrar en la oración y en la celebración de la eucaristía.
La primera lectura del libro del Deuteronomio: «Mi padre feu un arameo errante…» El Evangelio del pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Algunas frases de la homilía del Papa
«No dejar dormir en un cajón de los recuerdo el regalo del bautismo»
«Tiempo para recuperar la alegría y la esperanza»
«El Padre nos espera para sacarnos las ropas del cansancio»
«Para ponernos los vestidos que nacen de la ternura y del amor»
«Nuestro Padre tiene un amor único»
«Es un Dios que sabe de hogar, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro, no del padre mio y padrastro vuestro»
«Cuaresma, tiempo de conversión…Ese sueño se vuelve amenazado por el padre de la mentira»
«Busca una sociedad de pocos y para pocos»
«El dolor de no sentir reconocida la dignidad»
«Somos ciegos e inmunes ante la falta de reconocimiento de la dingidad propia y ajena»
«Tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño de Dios»
«Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones»
«Las tres tentaciones que sufrió Cristo»
«Buscan degradar y degradarnos»
«La primera, la riqueza, adueñandonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos solo para mí»
«Tener el pan a base del sudor del otro o de su propia vida»
«Es el pan con sabor a dolor, amargura»
«Ése es el pan que se le da de comer a los propios hijos»
«Segunda tentación: la vanidad»
«La búsquea exacerbada de esos cinco minutos de fama, que no perdona la fama de los demás, haciendo leña del árbol caído»
«La tercera tentación, la peor: la del orgullo. Ponerse en un plano de superioridad»
«Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente»
«Buscan degradar y destruir»
«Nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado»
«Hemos optado por Jesús, no por el demonio»
«Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino con las palabras de Dios»
«Con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos va a ganar siempre. Sólo la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar»
«Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, es nuestra fama, es nuestro poder»
«Tú eres mi Dios y en tí confío»
Texto completo de la homilía del Papa en Ecatepec
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o en algún «cajón de los recuerdos». Este tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura y del amor.
Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor único pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del Padre nuestro no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En cada uno de nosotros anida, vive ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.
Cuaresma, tiempo de conversión porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira, por aquel que busca separarnos, generando una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces -y con dolor lo digo- somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de la dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Tres tentaciones de Cristo…
Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados.
Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
1. La riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta es el pan que se le da de comer a los propios hijos.
2. La vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, «haciendo leña del árbol caído», deja paso a la tercera tentación.
3. El orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias Señor porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo…
Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale la pena entonces preguntarnos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?
¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza?
Hemos optado por Jesús y no por el demonio, queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que lo degrada, degradándose o degradando. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». Podemos repetirlo juntos: «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús… sabiendo que con Él y en Él renace siempre la alegría» (Evangelii gaudium, 1)