"Amamos la diócesis, que hemos tenido la suerte de conocer y querer más y mejor. Su situación nos preocupa"
Después de viernes santo viene el sábado de gloria, pero, en el caso del nuevo obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha sido al contrario. Después del sábado glorioso y triunfal de su toma de posesión, vino el lunes de calvario. Con el anuncio público de que la cúpula de la diócesis abandona el carro del nuevo prelado donostiarra.
Se va casi todo el equipo de monseñor Uriarte, empezando por los hasta ahora vicarios generales, Patxi Azpitarte y Félix Azurmendi, asi como la secretaria general, Luzia Alberro. Los dos primeros «con pena y tristeza» por dejar «un ambiente revuelto».
Monseñor Munilla se queda cada vez más sólo, aunque la decisión de los vicarios no le pilla por sorpresa. El nuevo obispo de San Sebastián sabía, desde hace un par de semanas que no podría contar con el núcleo duro del equipo de su predecesor. Porque las renuncias fueron consensuadas y pactadas. Cuando llega un nuevo obispo, el equipo del anterior cesa en sus cargos. Lo dice el Código de derecho canónico. No hace falta que dimitan. Están cesados por derecho.
Ahora bien, lo normal es que el nuevo obispo los confirme en sus cargos, hasta que tomado inicialmente el pulso a la Diócesis, pueda formar su propio equipo, bien con todos o algunos de los anteriores, bien con personas nuevas. El plazo intermedio suele ser un año o, al menos, un curso pastoral. Si alguno se niega a continuar colaborando con el nuevo obispo, sólo puede deberse a dificultades personales insalvables.
Pero la praxis habitual no se aplicó en este caso. Primero, porque el obispo que llega conoce ya perfectamente la diócesis, en la que estuvo de cura durante 20 años, y a todo el presbiterio, para poder elegir su equipo de confianza. Por eso, el de Uriarte pidió que no les prorrogase en sus cargos y el obispo aceptó. En un gesto elegante por ambas partes.
De hecho, tanto los dos vicarios generales como la secretaria general se despidieron de sus compañeros y amigos en sendas cartas fechadas el día 2 de enero. En las cartas, a las que tuvo acceso Religion Diogital a través de Herri Irratia-Loyola Media, la radio de los jesuitas de Guipúzcoa, Azpitarte y Asurmendi confiesan a sus amigos religiosos y laicos que «tras nueve años al servicio de la diócesis» y en colaboración estrecha con monseñor Uriarte, «es la hora de terminar».
Ambos reconocen que esa decisión les produce «pena y tristeza». Pero «no por dejar, el cargo, no. Sencillamente, porque dejamos un ambiente revuelto». Y añaden: «Amamos la diócesis, que hemos tenido la suerte de conocer y querer más y mejor. Su situación nos preocupa».
Aseguran que, en estos 9 años, han dado «lo mejor» de sí mismos, aunque «el acierto o el desacierto en nuestra misión es cosa diferente. Lo dejamos a vuestro juicio, al de Dios y a lo que, con el tiempo, permanezca».
Tras agradecer la colaboración, piden perdón por sus «errores y deficiencias» y explican los motivos de su marcha: «De momento, hemos pedido un tiempo sabático y nos lo han concedido. Esperamos que sea un tiempo de ‘oxigenación’ y de renovación. Y luego, volveremos a estar al servicio de la Diócesis».
Y se van con la cabeza bien alta los dos vicarios generales sobre los que, durante estos nueve años, pivotó la diócesis donostiarra y que sustituyeron en el cargo a José Antonio Pagola, la mano derecha durante décadas de monseñor Setién.
Elegidos por sufragio universal de todos los curas, Azpitarte se encargaba más directamente de la curia diocesana, mientras surmendi llevaba a cabo una labor pastoral más a pie de calle.
Ambos cuentan con el aprecio del clero, con prestigio y con una sólida formación y su dedicación nunca tuvo horario. Su sustitución no será fácil. Empieza, también para ellos, una nueva etapa vital. Azpitarte quiere terminar su tesis doctoral y Azurmendi cambiará de aires e irá a reciclarse a Roma.
También quiere cambiar de aires y de trabajo la hasta ahora secretaria general del obispado, Luzia Alberro, una de las primera mujeres en acceder a jun cargo de máxima responsabilidad en una curia diocesana. Según ella misma cuenta en su carta, la eligieron, hace nueve años, porque «era mujer, joven y laica» y «muchos recibisteis con ilusión esta decisión».
Tras todo este tiempo en la sala de máquinas del obispado «colgada del teléfono y entre papeles», para poder atender a»personas concretas en sus problemas y quebraderos de cabeza», explica así las cusas de su marcha: «Al terminar D. Juan María su labor en nuestra diócesis, termina también mi trabajo».
Primero, porque «generalmente, un nuevo obispo renueva el equipo de trabajo». Y segundo, por motivos personales: «soy madre de una niña de ocho meses y esto me impide responder a la responsabilidad de la Secretaría General con la misma fuerza y ganas con las que he trabajado hasta ahora».
Y, al igual que sus compañeros vicarios, pide perdón y da las gracias a todos, porque «es el trabajo de todos el que ‘hace’ la diócesis y escribe la historia de nuestra Iglesia«.
Además de estos tres máximos dirigentes, también han pedido no ser prorrogados otros miembros de la Curia, como el vicario de Economía, José María Medina, el de Religiosas, José Javier Portu o el director de Cáritas, Juan Carlos Olano. Y las dimisiones podría seguir en cascada.
Un nuevo equipo
El nuevo prelado donostiarra tendrá que crear, a marchas forzadas, un nuevo equipo de gobierno y buscar rápidamente al menos un vicario general. Los dimisionarios dejan a Munilla las manos libres. Para que diseñe de entrada a su propio equipo de confianza. Si encuentra mimbres adecuados para hacerlo. Porque no parece que vaya a optar por traerlos de fuera. Sería ahondar aún más en la herida y distanciarse del presbiterio diocesano, que quedaría, una vez más desautorizado.
Por otra parte, la dimisión de los vicarios de San Sebastián deja claro que la ruptura de la comunión con el nuevo obispo es seria, profunda y sumamente dolorosa. Y difícil de restañar. Porque, como dice un cura donostiarra, «se ha desautorizado públicamente a las personas y a la labor abnegada, sería y fructífera que han venido realizando durante las últimas décadas. En el fondo, les obligan a irse. No les dejan otra salida».
En el obispado donostiarra aseguran que Munilla «lleva un mes hablando con casi todos los cargos». Una vez recopilada la información y consensuadas las «bajas», Munilla tiene que comenzar en pensar en las altas y en su hoja de ruta. Y para eso, dadas las circunstancias, se va a poner en manos del colegio de arciprestes. Sabiendo como sabe que 11 de los 14 arciprestes firmaron el manifiesto en su contra.
¿Querrán colaborar los arciprestes con el nuevo obispo o le darán la espalda? Algunos curas aseguran que «los arciprestes también dejarán sólo a Munilla que, al principio aguantará como pueda, dada su mística martirial, pero al final terminará yéndose». Y le dan un plazo de un año para dejar la diócesis a la que llegó en medio de la polémica. Otros aseguran que ha venido para quedarse y que tiene por delante 26 años hasta su jubilación.