Él nunca reivindicó nada, es que su deseo era haberse quedado allí, que el hermano general, aquí presente -y cuyo rostro era el vivo reflejo de la tristeza-, tuvo que decirle que viniera
(Jesús Bastante).- Dolor contenido, y emoción. Mucha emoción. Así se vivió la multitudinaria celebración por la vida del hermano Miguel Pajares que tuvo lugar en la capilla del Hospital de San Rafael de Madrid. Mientras buena parte de los medios se afanaba en buscar a la ministra de Sanidad, Ana Mato, que al fin dio la cara en público, más de un centenar de familiares, amigos y colaboradores de la Orden de San Juan de Dios se acercaban a acompañar a las cenizas del religioso en su último viaje.
Una treintena de sacerdotes, entre los que se encontraban el arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez; el portavoz episcopal, José María Gil Tamayo; el general de la congregación, Jesús Etayo, o el fundador y presidente de Mensajeros de la Paz, Ángel García, concelebraron la ceremonia, que se abrió con un sentido homenaje de Miguel Ángel Varona, provincial de la orden en España, quien agradeció la «lista interminable de los que nos han acompañado en estos días».
Con la voz quebrada por las lágrimas contenidas, Varona quiso poner voz a los deseos del religioso. «Habiéndole conocido, Miguel Pajares no me dejaría que hablásemos de él. Me diría que hablásemos de los enfermos desesperados que viven en su Liberia querida».
«Me diría que os dijese que ellos son los verdaderos protagonistas, y que tenemos que hacer lo posible por ayudarlos», recalcó. Ya no se puede hacer nada por él, más que celebrar su vida, y la de los hermanos Patrick y George, la hermana Chantal y los colaboradores que fallecieron combatiendo el ébola, y el millar de muertos y miles de afectados en la querida África. Entre los que se encuentra la hermana Paciencia, quien junto a Helena y los trabajadores «todavía siguen luchando para poder sobrevivir». Y Miguel, y los otros, «que nos echen una mano desde arriba».
La ceremonia comenzó con la bendición de las cenizas, colocadas frente al altar y junto a dos coronas de flores, y la colocación, junto a ellas, de la ropa de fiesta del hermano Miguel, la que usaba cuando había que celebrar algo en Liberia. «A él le conocíamos como ‘papi’, y a la hermana Juliana (la religiosa que permanece en tratamiento en el Carlos III) ‘mami», subrayó Varona, quien subrayó «la entrega sin reservas, valentía y solidaridad» de Miguel Pajares, que nos demuestra que «aún hay esperanzas para hacer entre todos un mundo mejor».
En la homilía, Braulio Rodríguez agradeció a los hermanos de San Juan de Dios, y a todos los misioneros repartidos por el mudo, su trabajo. «Vosotros hacéis el bien». «Hombres y mujeres, los misioneros, que no es que sean de otra pasta: es que son auténticos«.
Tras esto, el arzobispo subrayó que «en Europa tenemos miedo, somos miedosos. Da la impresión de que nos comemos el mundo. ¿Y por qué? Porque tenemos miedo de amar». «Estamos orgullosos de hombres y mujeres como estos«, añadió el prelado, quien recordó la fuerza y el amor que marcaron la vida del hermano Miguel. «Él nunca reivindicó nada, es que su deseo era haberse quedado allí, que el hermano general, aquí presente -y cuyo rostro era el vivo reflejo de la tristeza-, tuvo que decirle que viniera».
«Él no tuvo miedo, porque ama, como tantos misioneros. Y con su ejemplo nos está diciendo que no tengan miedo, que hay que afrontar el problema, que hace falta invertir y que nuestras autoridades sean valientes», añadió el arzobispo de Toledo. «Hay que romper esa barrera del miedo, para poder ver cómo Jesucristo, hoy, está sufriendo en todos los lugares de la Tierra. A Cristo no podemos hacerle desaparecer de la realidad».
«Los misioneros son grandes cooperantes, que dejan alto el nombre de España. Y que nos ayudan a seguir adelante para frenar la injusticia del ébola», concluyó Rodríguez. «No le echemos la culpa a Dios y seguid haciendo el bien, como el hermano Miguel, que es un ejemplo de que merece la pena vivir así».