He vuelto a firmar libros. Unos pocos. Pero me retrotrae a una experiencia que ya consideraba antigua. Que ya daba por finiquitada. Todo pasa rápìdo.
El sol cae sobre Barcelona y semeja un día casi veraniego. El Ateneo celebra su jornada de puertas abiertas con motivo de Sant Jordi. Y yo vuelvo a teclear desde los atrotinados teclados de los ordenadores de la biblioteca.
En el bar de la institución yacen los bocadillos desparramados sobre la barra. Minúsculas, sospechosas croquetas pueblan los platos del menú del mediodía. Las miro pero no las cato. Uno se vuelve exigente con el paso de los años.
(He rambleado unos minutos; todavía se puede a estas horas del mediodía. Más tarde será una odisea. Que no cuenten conmigo).