Miquel Giménez publica hoy en Vozpópuli una columna genial.
Una pieza titulada Vuelven la censura y el funcionario Romerales, donde analiza el histérico ajetreo en que están el Gobierno Sánchez, sus compinches políticos y sus masajistas mediáticos para reavivar sin rubor la censura.
«Hete aquí que el Presidente Omnipresente ha decidido que, para acallar todo el ruido alrededor del lodazal de corruptelas que le rodea, lo mejor es hacer callar a los periodistas y medios críticos».
El artículo, publicado el 21 de mayo de 2025, plantea una crítica contante a las dinámicas de represión. En todos los ámbitos y desde todos los ángulos:
«¿Qué una panda de derechistas peligrosísimos como los de Vox -tercera fuerza en la Cámara, por si alguien lo olvida- había obtenido permiso para proyectar en una sala del Congreso el documental dirigido nada menos que por Carlos Saura Medrano y con guion de Marcos de Quinto y mi hermano Juan Carlos Girauta? Pues el mismo día en que se tenía que proyectar se les deniega el permiso con excusas del enfermo, que se orina en la cama y dice que es que suda. Con el título “Lo que nos ocultaron” la cosa va de todo aquello que el social comunismo no quiere que se sepa. Así que la Mesa del Congreso, con mayoría de rogelios, votó y lo hizo en contra. Una mesa camilla, añadimos, que está cojeando de manera visible».
Giménez comenta: «Es un diagnóstico compartido por millones de ciudadanos que sienten que el país ha entrado en un ciclo de degradación, de desorden».
El autor dedica un párrafo notable a la maniobra, muy avanzada ya por cierto, para censurar y expulsar del Congreso de los Diputados a reporteros como Bertrand Ndongo:
¿Una panda de periodistas y medios más fachas que la corbata del Caudillo se empecinan en ejercer el periodismo libre preguntando en ruedas de prensas -debidamente acreditados, ojo- a sujetos como Patxi López cuestiones que a los mandamases no les gustan? Pues se revisan los protocolos y se les expulsa. Nada más faltaría que el bueno de Patxi, el mismo que dice y hace cosas que hielan la sangre a las personas de bien, o la chiripitifláutica ministra Alegría o cualquier protozoo con acta de diputado tenga que responder lo que le preguntan periodistas que no tienen su culo alquilado al poder ni dependen de subvenciones gubernamentales ni sus medios están al servicio del monclovita. Así que hala, escampando que es gerundio».
Y remata con una referencia sarcástica a los cómplices de esta tropelía, que están precisamente en los medios de comunicaciñon y no sólo en los considerados de izquierdas o sanchistas:
«Todo esto unido a la cultura de la omertá practicada por la profesión periodística que calla y, además, aplaude la cesura a sus compañeros. Decid que sí, chatis, que en la calle hace frío y si hay que tragárselo todo, se traga. Cuesta mucho encontrar trabajo en este oficio como para jugarse el puesto. Hay que aceptar la censura, la autocensura, la censura editorial, la gubernamental, la eclesiástica, la militar, la de los oligopolios, incluso la de los minifundios, porque todo lo que sea que te den hecho – por escrito, si puede ser – lo que tienes que decir es trabajo que se ahorra uno.
Dicho así suena a astracanada, pero desde Moncloa emanan a diario las consignas a repetir cual guacamayos, y esas consignas son seguidas al pie de la letra por tertulianos y demás especies de este tipo. Doy fe».
