LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Fernández Miranda apalea a Albert Rivera: «Empieza a recordar al ‘no es no’ de Sánchez»

"El partido bisagra tiene hoy muy claro que no va a votar sí a Rajoy. Es una decisión tomada y no hay fisuras"

De momento, en seis meses, Albert Rivera se ha dejado 400.000

Festival de palos un día más a Ciudadanos. A las puertas de una semana crucial, la del 25 al 31 de julio de 2016 para saber si habrá o no sesión de investidura el 2 de agosto de 2016 (la votación sería un día después, el 3 de agosto de 2016), el nuevo bloqueo del partido de Albert Rivera alienta a los columnista de la prensa de papel a salir como lobos hambrientos a por el joven político ‘naranja’.

Arrancamos en La Razón y lo hacemos con Alfonso Ussía. El genial escritor y periodista observa en el líder de Ciudadanos a una promesa de la política que poco a poco se diluye como un azucarillo en un vaso de agua:

Cuando era niño, mis padres me llevaron a un concierto de la Orquesta Nacional que dirigía Pierino Gamba. La cosa es que Pierino Gamba era director de orquesta con diez años de edad. El niño que yo era tenía algunos años menos que Pierino, pero mi admiración por su dominio de la batuta me impresionó. Creo que en el repertorio sobresalían las «Danzas Húngaras» de Johannes Brahms, maravillosas, ligeras y pegadizas. Pierino Gamba era un repipi repelente, pero a mis inocentes ojos aparecía como un héroe. Aquellas expresiones de aburrimiento de los músicos de la Nacional, contrastaban con el entusiasmo de quien los dirigía con diez años. Y le obedecían, lo cual se me antojó más extraordinario. Al término del concierto, veinte minutos de ovaciones clamorosas, con Pierino saliendo y entrando del escenario como Pedro por su casa. Mis padres me miraron con un deje de recelo durante un tiempo, como diciéndome «qué pena que no seas como Pierino». Pero mi victoria esperó algunos años para ser definitiva. Pierino cumplió 11, 12, 13, y llegó a los 20 años, y seguía siendo el mismo niño, pero ya sin gracia. No evolucionó. Y pasó de ser un niño prodigio a un joven director mediocre. Como Arturito Pomar en el ajedrez, o Pablito Calvo en el cine. Lo mejor de «Marcelino Pan y Vino», la película inspirada en el texto de Sánchez Silva, es el que Señor se lleva a Marcelino a los azules infinitos, porque otro Marcelino hubiera sido inaceptable. Cuando Pierino Gamba, que ya era Piero, dirigió de nuevo en Madrid, con cuarenta añitos cumplidos, no fue al concierto ni la condesa de Faguás, que tenía el don de la ubicuidad y no se perdía un acontecimiento social, cultural o benéfico, y prueba de ello es aquella cuestación de la Cruz Roja en la que presidió seis mesas simultáneamente.

En el fútbol, Isco creó una ilusión pareja a la de Pierino Gamba. Los madridistas adscritos al entusiasmo pipero, aplaudían a rabiar sus requiebros y sus regates, incluidos aquellos regates en los que Isco era al mismo tiempo el regateador y el regateado. De fútbol sabía más que de música sinfónica en mi infancia, y me atreví a escribir que Florentino Pérez había contratado para el Real Madrid a un gran jugador de fútbol-sala. No puedo reproducir las cosas que me dijeron, porque Isco se ganó el amor de un sector del Bernabéu, y mis palabras sonaron a desprecio e insulto. Pocos meses más tarde, la gente se apercibió de que Isco perjudicaba notablemente el juego del Real Madrid, y comenzaron a oírse pitos y flautas en los graderíos. No obstante, Isco permanecerá en el Real Madrid porque ha prometido que va a jugar muy bien y muy rápido, y que si se lo exige Zidane, su fútbol va a ser tan alegre como el de Morata. Pero para los que sabemos de eso -y saber de fútbol es facilísimo-, Isco es el Pierino Gamba del balompié, y en pocos años no va a engañar ni a la condesa de Faguás, ya fallecida por otra parte.

Aclara que:

Y Rivera es el Pierino Gamba y el Isco de la política. Entró como ayudado por cien tubos de vaselina en la esperanza de muchos españoles que se sintieron traicionados por el Partido Popular. Su firmeza en Cataluña y su defensa de la unidad de España y la Constitución convencieron a muchos, y prueba de ello fue su éxito electoral. Rivera es brillante con la palabra y vacío con el concepto. Es el nuevo José Solís Ruiz, siempre inquieto, engatusador y desconcertante. Con sus escaños, que no son tantos, pretende llevar de nuevo a España a las elecciones o al PSOE al Gobierno, siempre con la ayuda de Podemos.

Y sentencia:

Si Rivera no analiza en profundidad el origen de la mayoría de sus votos, y sigue jugando con la voluntad popular de los españoles, puede llevarse un disgusto en las futuras citas electorales que él mismo provoca. Se echaría a perder no sólo él, sino que empujaría al abismo a colaboradores muy valiosos y jóvenes que no comparten su entusiasmo socialista ni su ambigüedad ideológica. Los políticos están obligados a crecer con más rapidez que Pierino Gamba, y Rivera es ya mayorcito para saber lo que hace en un partido joven y prometedor en el que sólo manda él, como sucede en Podemos. Y a Pierino Rivera, no le van a votar, de seguir entorpeciendo la creación de un Gobierno del PP, ni los nietos de la condesa de Faguás, que están tan despistados como el que firma. Rajoy no es ilusionante, pero ha ganado con diferencia. Y reconocerlo y llevarlo a la práctica, es la obligación de todo político demócrata. Detrás de ello, está España. Estoy de Pierino Gamba y sus imitadores hasta las narices.

En ABC, Ignacio Camacho asegura en su tribuna que en Europa van a dar ‘saltos de alegría’ con la nueva estafa que emerge del pantano de la corrupción, las pensiones-fantasma:

Uno de los efectos más perniciosos del bloqueo político es el daño que inflige a la reputación colectiva española. La fama de nación solvente que mal que bien ha enderezado su crisis económica y financiera se empieza a desmoronar por culpa de la inoperancia institucional y ese desgaste de apariencia intangible tiene un coste económico a la hora de negociar en Europa. Por eso lo último que conviene en un momento tan delicado es agravar el deterioro de la imagen nacional con episodios de incuria administrativa que incrementen la sensación de caos o provoquen sospechas de fraude. El flamante caso de las pensiones-fantasma constituye un alarmante reclamo para sembrar dudas sobre la eficiencia del Estado. Un bonito expediente con el que ir a Bruselas a solicitar benevolencia en el cumplimiento del déficit.

Explica que:

Si el informe del Tribunal de Cuentas responde a la realidad estamos ante un clamoroso escándalo «a la griega»: treinta mil difuntos gozando de buena salud a la hora de cobrar sus nóminas jubilares. Si está desenfocado o simplemente es falso, como protesta la Seguridad Social, se trata de una descomunal chapuza que reclama medidas severas por el impacto de sus consecuencias en el prestigio nacional. De una u otra manera, este es el peor momento para un debate de esta naturaleza: en medio de una inquietante amenaza sobre el futuro de las pensiones, con la hucha de reserva tiritando en plena canícula y con la sostenibilidad del sistema acercándose al punto crítico. No es un asunto que se pueda despachar de cualquier modo. Hay al menos tres organismos involucrados -el citado Tribunal de Cuentas, el INSS y el Instituto de Estadística- cuya formalidad queda en entredicho. Y la población necesita saber cuál de ellos se ha columpiado en una materia tan sensible. Trescientos millones anuales en prestaciones bajo sospecha merecen una investigación clarificadora y, en su caso, depurativa. Es el crédito de la famosa Marca España el que está en juego; el crédito en sentido metafórico y literal porque a ver quién le presta dinero a una Administración negligente para controlar su inventario de ciudadanos vivos con derecho a asignaciones sociales.

Y aún tenemos suerte. Nadie podría extrañarse si las instituciones europeas fruncieran el ceño ante la estafa andaluza de los ERE o la de los fondos de formación laboral, que permiten conclusiones devastadoras sobre el uso de las transferencias comunitarias. Da miedo pensar que la UE aplicase la lupa investigadora a los subsidios de desempleo, un auténtico tabú sociopolítico. El relato de la crisis de nuestro Estado del bienestar tiene razonables fisuras de verosimilitud que comprometen el rigor de la gestión pública. Con estas credenciales borrosas y las instituciones colapsadas por ausencia de Gobierno, corre grave peligro lo que quede del respeto o la fiabilidad de España como un presunto país serio.

Juan Fernández Miranda apalea a Albert Rivera por sus constantes cambios de criterio, ahora veto, ahora no, luego sí…en fin, que como dice el columnista, en este camino ya se ha dejado en relación al 20 de diciembre de 2015 la bonita cifra de 400.000 votos:

El viaje al centro ya lo inventó Aznar en el 96, y le funcionó muy bien, pero no olvidó ni de dónde partía ni cuál era su espectro. Cuatro años después sumó 500.000 votos. En un buen ejercicio de comunicación política, Ciudadanos ha logrado arrogarse el apellido de «centrista», pero no tengo yo tan claro si en el camino están olvidando su origen, su discurso y, por ende, a sus votantes. De momento, en seis meses se ha dejado 400.000.

Añade que:

El partido bisagra tiene hoy muy claro que no va a votar sí a Rajoy. Es una decisión tomada y no hay fisuras. En cambio, sí hay sutiles diferencias en cómo lo cuentan sus dirigentes: mientras que Rivera lo anuncia exquisito, incluso estupendo, a Girauta se le llena la boca. El bombero es siempre Villegas. Pero en el fondo es lo mismo: «no a Rajoy». Es un no tan rotundo que empieza a recordar al «no es no» de Sánchez en la pasada legislatura.

La cuestión es por qué le cuesta tanto a Rivera apoyar al PP y tan poco al PSOE. Tal vez sea por el efecto Clegg («si apoyáramos al PP nos fagocitarían», me reconoció un mandamás naranja) o quizá hay un complejo a ser etiquetados como de derechas (de ahí el martillo pilón del «centrismo»).

Ciudadanos es ya lo que un día soñó, un partido capaz de influir y de condicionar, un partido decisivo, pero las ambiciones de Albert Rivera -uno y trino en el partido- podrían condicionar su presente. «Yo siempre quiero crecer», dijo hace seis días a este periódico. Legítimo, pero en las últimas elecciones se dejó el 20 por ciento de sus escaños. «Antepongo los intereses de España a los de mi partido», alegó justificando sus últimas contradicciones. Legítimo también, pero España demanda un Gobierno y Ciudadanos no está compareciendo. Su oferta de abstención es táctica, no pragmática. Y España no está hoy para tacticismos.

Y concluye que:

Todo conduce, pues, a un laberinto en el que Ciudadanos se ha metido solo: el veto. ¿De verdad es Rajoy un muro insalvable para Rivera, a pesar de sus siete millones de votos y del pequeño detalle de que ganó las elecciones? El líder de Ciudadanos está en disposición de llevar a la práctica su eslogan electoral: «Tiempo de acuerdo, tiempo de cambio». Porque, como me reconoció esta semana otro mandamás, este del PP, «puede pedir lo que quiera».

Jaime González le sacude un buen varapalo a la ya exdirectora general de la DGT por los supuestos tratos de favor a su marido:

No se trata de perderse en disquisiciones éticas. Ni de juzgar la capacidad profesional de María Seguí, cuya gestión al frente de la Dirección General de Tráfico presenta muchas luces y una sombra tan grande que no tenía otra salida que la de renunciar al cargo. En situaciones como esta no caben ditirambos sobre sus logros, formación o experiencia, por muy grandes que sean. María Seguí no solo estaba obligada, como cualquier cargo público, a desenvolverse con integridad en el cumplimiento de sus funciones -no pondré en duda su honestidad hasta que se demuestre lo contrario-, sino a disipar cualquier sombra de sospecha.

Recalca que:

Y el problema de María Seguí es que no ha podido hacerlo. Esa es la razón por la que ha tenido que irse, coincidiendo con una de esas operaciones salida del verano. En su caso, es una paradoja, porque María Seguí ha circulado cuatro años en medio del reconocimiento general. No había perdido ningún punto en el carné de méritos, sino todo lo contrario, y ha ido a derrapar en la última curva de un trayecto que parecía iba a catapultarla a cotas más altas, pero que al final le ha enseñado su rostro más amargo: el del descrédito.

Las revelaciones que apuntaban a un trato de favor a su marido se convirtieron en un muro infranqueable. Y se ha estrellado a unos metros de la última recta de llegada. Puede que María Seguí lo considere una injusticia, pero la injusticia es un concepto difuso que cambia de criterio según el lado que ocupa cada uno. Visto desde esta parte, lo más justo es que no siguiera en el puesto, porque se había roto el puente que une a la Administración con los administrados: el de la confianza. A todos nos avala la presunción de inocencia -un derecho que, por cierto, hemos triturado entre todos-. No soy quién para juzgarla bajo el prisma de una supuesta responsabilidad penal que no me compete, sino desde el prisma de la apariencia a secas. No cuentan -insisto- ni sus logros, ni su formación ni su probada experiencia. Tampoco voy a entrar en cuestiones éticas, porque me repugna la doble moral y, sobre todo, porque me parece una pérdida de tiempo. Simplemente, María Seguí no podía seguir en el cargo porque una sombra enorme de sospecha apagó de golpe todas las luces de su despacho.

Enrico González, en El Mundo, hace un elogio de Josep Borrell (PSOE) a la vez que le mete una somanta de palos al resto de políticos, ya sean del PP, de Podemos, de Ciudadanos o de la propia órbita socialista:

Uno escucha a Francesc Homs, la viva encarnación de la ruina en que ha quedado aquello que se llamó Convergència, y siente vergüenza ajena. El hombre no se atreve a admitir que sus diputados votaron con el PP para formar la Mesa del Congreso. Qué valor. Uno lee que Albert Rivera le dirá al Rey lo que tiene que hacer, y siente más vergüenza ajena. Uno ve el nivel general de esta peña que ha de gobernarnos, desde el PP a Podemos, y antes de ahogarse en vergüenza ajena se hace una pregunta muy parecida a la de Zavalita en Conversación en la catedral: ¿En qué momento se jodió España?

Podrían buscarse respuestas en tiempos muy lejanos, porque la Historia de España ofrece material abundante para justificar cualquier desgracia del presente. Del hito más cercano, sin embargo, no hace tanto. Ocurrió hace menos de dos décadas, en 1999, y apenas se recuerda el incidente: Josep Borrell, que había ganado las elecciones primarias en el PSOE, fue forzado a dimitir por lo que entonces se llamaba el aparato del partido.

Reflexiona que:

Se consideró intolerable que en la delegación barcelonesa de Hacienda hubiera corrupción mientras él era ministro del ramo. Imagínense, con lo que había visto antes y ha visto después el PSOE. Se le acusó de perseguir a los famosos que defraudaban, ¿qué dirían ahora de Montoro? Se le tildó de arrogante, y en eso el aparato tenía un punto de razón: Borrell, cuyo expediente académico no admite comparación con el de ningún otro político y cuya inteligencia resulta a veces excesiva para la normal convivencia (algunos de sus rasgos pueden recordar al Sheldon Cooper de la serie Big Bang), tiende a la impaciencia e incluso a la crueldad con los idiotas presuntuosos. En cuanto a arrogancia, sin embargo, España estaba a punto de asistir a la segunda legislatura de Aznar y de aprender lo que vale un peine. Decían que no servía para dar mítines, y luego hemos tenido que soportar a oradores tan bobos como Rajoy y Sánchez.

Y remata:

Después de aquella rebelión interna, que consolidó el poder de los barones, volvió Almunia para pegarse un castañazo y regalar la mayoría absoluta a Aznar. Y lo siguiente fue Zapatero, que dejó el partido en estado comatoso. El PP se convirtió en la fuerza hegemónica, y seguirá siéndolo por mal que lo haga: no hay alternativa real. Uno piensa en Borrell, en el talento desperdiciado, en la evolución de este PSOE y en la mediocridad de la clase política, y teme que la cosa quizá no tenga ya arreglo.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA
Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

Lo más leído