Así es como los populismos escriben sus victorias mientras las democracias firman sus actas de defunción
«La puñalada trapera y el balazo a quemarropa en la boca del estómago están a la orden del día», escribió el periodista catalán Eugenio Xammar en 1931 describiendo el aire de violencia que se respiraba en la República de Weimar.
Jesús Casquete lo relata así en un libro esencial que acaba de publicar la editorial Tecnos sobre la historia de las políticas del odio: «La violencia de cariz político taladró la conciencia entre vecinos polarizados en ideologías extremistas que contemplaban al ‘otro’ no como alguien a quien persuadir sino a quien atacar y, puntualmente, a quien asesinar; no como un adversario, sino como un enemigo».
La violencia es una mentalidad para los populismos, eliminar al que piensa distinto es la genética de una política del odio. Ese es el mensaje que nos dejaron en la redacción de Periodista Digital unos podemitas cazurros pegando en la cristalera un cartel que rezaba «Los medios difaman, los nazis apuñalan» acompañada de un retrato de Carlos Palomino, un antisistema muerto de una puñalada en 2007.
Además de PD, también atacaron la redacción de Intereconomía en la calle Modesto Lafuente.–Los podemitas atacan a Periodista Digital con nocturnidad y alevosia: «Los medios difaman, los nazis apuñalan»–
Cuenta Okdiario, el único medio –repito, único– que se hizo eco de este ataque cobarde, que los autores de los hechos también dejaron unas pegatinas con un emblema con un escudo con una mitad morada con una estrella y un castillo, y la otra parte un águila negra sobre fondo amarillo, símbolo este utilizado por los proetarras y conocido como Arrano Beltza.
De todos aquellos patriotas que exigían a los periodistas que denunciaron las amenazas de Podemos ante la APM que sean valientes y mostrasen los mensajes intimidantes no recibimos ni una muestra de apoyo.
La mendacidad abunda en esta profesión y cuando más necesitas el apoyo de los tuyos, lo cierto es que al final te acuerdas del boxeador Ringo Bonavena que decía que hasta que no suena la campana y te sacan el sillín, uno no se da cuenta de lo solo que está en el ring.
Los populistas necesitan enemigos. Ellos son «el pueblo», «la gente» y los demás, una escoria inmoral y corrupta. Y que nadie mire a Venezuela porque eso fue la España del Frente Popular. Cuando ellos gobiernan, se niegan a reconocer la legitimidad de la oposición. —Así acosa Podemos a Inda: “Maltratador”, “basura”, “cabrón”, “ten cuidado con lo que haces”—
Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García han reconstruido, casi minuto a minuto, el relato del recuento de las últimas elecciones generales anteriores a la Guerra Civil constatando que los resultados oficiales de las elecciones del 16 de febrero de 1936 estuvieron manchados de fraude. —El ‘pucherazo’ del 36—
Conviene no olvidar que el ambiente que rodeó a esas elecciones fue de una violencia inusitada: «los comicios adquirieron un carácter plebiscitario en un ambiente viciado, radicalizado, polarizado y caníbal.
Fueron unos comicios en pie de guerra en los que parecía ventilarse el futuro de la República», recordaba este 12 de marzo 2017 Javier Redondo en El Mundo con motivo de la publicación de «1936. Fraude y violencia» (Espasa).
Así es como los populismos escriben sus victorias mientras las democracias firman sus actas de defunción. Desde Batasuna a Podemos, la violencia fascista siempre escala desde abajo, atravesando barrios, dividiendo familias, destrozando amistades. Primero corrompen a las personas, solo después salen a romper cristales.
«En España hacía mucho que no se conocía del rencor que hoy se detecta en el cyberbullyng a periodistas, jueces o adversarios políticos. Nadie se explica –escribe Rañul del Pozo– por qué una generación que no ha sufrido ni el hambre ni la represión ni las secuelas de la Guerra Civil tiene tanta mala leche, ni por qué cortan simbólicamente las cabezas que sobresalen. Se teme que los partidos compren dominios y contraten matones digitales para linchamientos virtuales».
La conquista de la calle acabó por traducirse en la conquista de las instituciones para, desde ellas, ejercer el poder de modo absoluto e incivil. Es la conclusión a la que llega Javier Casquete sobre cómo se produjo el ascenso del nazismo. Esta vez el terror se paseó de madrugada por la Ventilla. Ya nos lo habían advertido: el miedo iba a cambiar de bando.