POR PRIMERA VEZ, EN PIE

¿Marcó el Rey ‘líneas rojas’ al corrupto Sánchez en su Mensaje de Navidad 2025 o lugares comunes como siempre?

Felipe VI exige ejemplaridad a los poderes públicos en un año de escándalos, mangancias y puterías y alerta contra los extremismos que amenazan la convivencia democrática en España

El Rey Felipe VI en su discurso de Navidad 2025
El Rey Felipe VI en su discurso de Navidad 2025. PD

A muchos les ha sonado a ‘lugar común‘, a lo de siempre.

Y escriben en redes sociales que lo mejor del discurso del Rey fue el himno nacional al principio y al final.

Otros ven un torpedo a la línea de flotación del sectario Pedro Sánchez y su cuadrilla de mangantes.

Un aviso, en previsión de que el marido de Begoña intente todavía una cabriola antidemocrática, para aferrarse al poder.

Felipe VI ofreció anoche su mensaje de Navidad desde el Palacio Real, marcando un hito al pronunciarlo de pie por primera vez en esta tradición.

Resulta obvio que el escaso margen de maniobra del Monarca para entrar en el fondo de la situación política española.

Y eso, como pasa todos los años, se ha traducido en un discurso retórico trufado de lugares comunes, en el que de forma lateral, casi indetectable, ha planeado sobre los escándalos que acechan al marido de Begoña, a su inepto Gobierno y a su sectario partido.

En el mensaje navideño de este 24 de diciembre de 2025 se notó mucho —demasiado— que no ha podido decir todo lo que le hubiera gustado en función de la crítica situación que atraviesa España.

Y en redes sociales, esta mañana, no son pocos españoles los que subrayan que una cosa es la mesura y la prudencia y otra, bien distinta, obviar el crítico momento político en que estamos inmersos..

Se imponen lo que subrayan que este no es el discurso que se corresponde con la gravísima situación que atraviesa nuestra democracia.

Pero hubo cosas y no todos coinciden en el diagnóstico.

En medio de un panorama lleno de casos judiciales que involucran al círculo cercano de Sánchez, el monarca demandó  «especial ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos», una afirmación que resuena como una advertencia directa a quienes ejercen el poder en España.

Aunque no mencionó nombres específicos, el momento elegido no pasó inadvertido.

Mientras el Gobierno socialista enfrenta investigaciones relacionadas con José Luis Ábalos, Santos Cerdán, Begoña Gómez y David Sánchez, entre otros, Don Felipe enfatizó que la convivencia democrática no es un legado eterno, sino una construcción delicada que requiere atención constante.

«La convivencia no es un legado imperecedero», advirtió, recordando episodios históricos con «consecuencias funestas» que España ha vivido, haciendo alusión a la Transición que ahora cumple 50 años.

Líneas rojas en tiempos de extremismos

Don Felipe delineó líneas rojas que no deben cruzarse: diálogo auténtico, respeto en la comunicación y escucha activa hacia las opiniones ajenas. «En democracia, las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas», proclamó, lanzando un sutil dardo contra las polarizaciones que alimentan radicalismos y populismos. Los extremismos, según explicó el monarca, se alimentan de la desinformación, desigualdades y desencanto, en un mundo convulso donde el multilateralismo se debilita.

Esta advertencia se produce en un año caracterizado por intensas tensiones políticas. El Rey hizo hincapié en el hastío ciudadano generado por un debate público cargado de crispación, lo cual provoca desafección hacia las instituciones. No se soluciona con retórica vacía ni voluntarismo; se necesita compromiso real y avances conjuntos: «dar pasos, con acuerdos y renuncias, pero todos en la misma dirección, sin correr a costa de la caída del otro».

A simple vista, el contraste con discursos anteriores es evidente. En 2014, cuando el PP estaba en el Gobierno y Mariano Rajoy pedía disculpas por escándalos como el caso Bárcenas, Felipe VI fue claro: «cortar la corrupción de raíz y sin contemplaciones». Ahora, once años después y con el PSOE gobernando desde La Moncloa, optó por un mensaje más genérico sobre ejemplaridad; sin embargo, medios como Okdiario lo interpretan como una maniobra evasiva ante los escándalos que rodean a Sánchez.

Su padre, Juan Carlos I, era más directo cuando abordaba escándalos incluso dentro de la Familia Real como el caso Noos de Iñaki Urdangarin. En 2011 afirmó: «La justicia es igual para todos», mientras que en 1995 advirtió que «la corrupción no va a prevalecer en la democracia española». El actual Rey se posiciona como árbitro constitucional y se centra en preservar la unidad desde una perspectiva plural.

Un Rey patriota frente a la desmemoria

Felipe VI se presentó como un verdadero Rey patriota, haciendo frente a la desmemoria democrática. Evocó la Transición como ejemplo de valentía colectiva: diversas generaciones superaron sus diferencias para construir un proyecto común. «Aquel coraje es una de las lecciones más valiosas», afirmó, abogando por una alianza intergeneracional que reúna a mayores, adultos y jóvenes en torno al bien común.

No pasó por alto los retos cotidianos. Reconoció la preocupación por el aumento del coste de la vida y el acceso a vivienda como obstáculos significativos para muchos españoles. Hizo un llamado a mostrar empatía y situar la dignidad de los más vulnerables en el corazón de toda política; este guiño señala desigualdades que el Gobierno asegura haber superado, aunque los balances oficiales indican que España es «un 10% más rica» bajo la gestión de Sánchez.

  • Ejemplaridad pública: Fundamental para restaurar la confianza en unas instituciones desgastadas por escándalos.
  • Diálogo vs. dogmatismo: Es imprescindible avanzar juntos sin imponer ni demonizar al otro.
  • Convivencia frágil: Recordatorio necesario de que España ha vivido extremismos con finales trágicos.
  • Retos sociales: La vivienda y el coste de vida deben ser prioridades para 2026.

Antecedentes y posibles consecuencias

Este discurso tiene lugar en el marco del 50 aniversario de la Restauración monárquica; sin embargo, no hubo mención al Rey emérito, actualmente en Abu Dabi y bajo investigación judicial por inviolabilidad. En su intervención, Felipe VI defendió firmemente su compromiso con Europa y sus principios frente a amenazas globales como los conflictos en Ucrania o Gaza, aunque este último tema fue tratado con cierta ligereza.

Las repercusiones podrían ser inmediatas sobre el tablero político. La oposición liderada por el PP, considera estas palabras como un respaldo implícito a sus denuncias sobre corrupción sistémica dentro del partido socialista. Por su parte, Pedro Sánchez podría interpretar este mensaje como una presión para regenerar su Gobierno tras la condena al fiscal general Álvaro García Ortiz, acusado de revelación de secretos. Si no llega esa ejemplaridad anhelada, es probable que los extremismos ganen terreno y erosionen aún más la confianza ciudadana.

En tono casi irónico, uno podría imaginar a Sánchez recibiendo este mensaje como si fuera un regalo navideño envuelto en terciopelo pero lleno de espinas: aunque «ejemplaridad» suena elegante como guante blanco puede pincharlo con sutileza como aviso desde Zarzuela. El Rey demuestra ser hábil en sus matices; eligió evitar el martillo contundente del 2014 para optar por un bisturí constitucional.

Para finalizar con algunos datos curiosos: este fue su tercer mensaje desde Palacio Real —y no desde Zarzuela—; lució una corbata roja simbólica de discreta pasión patriótica; además, su discurso duró exactamente 12 minutos —como las uvas tradicionales—. Curiosamente, ya en 1994 había advertido sobre corrupción durante la era felipista; parece ser que los monarcas repiten sus lecciones ante vicios recurrentes. Con su historia cíclica a cuestas, España parece necesitar recordatorios anuales.

LEA COMPLETO EL DISCURSO DEL REY

Buenas noches. Hace cuarenta años, en este mismo Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid, se firmó el tratado por el que ingresamos en las Comunidades Europeas. También se han cumplido cincuenta del inicio de nuestra transición democrática. Estos aniversarios me animan a hablaros esta Nochebuena de convivencia; de nuestra convivencia democrática, a través de la memoria del camino recorrido y de la confianza en el presente y en el futuro.

La Transición fue, ante todo, un ejercicio colectivo de responsabilidad. Surgió de la voluntad compartida de construir un futuro de libertades basado en el diálogo. Quienes encauzaron aquel proceso lograron que finalmente el pueblo español en su conjunto fuera el verdadero protagonista de su futuro y asumiera plenamente su poder soberano. Aun con sus diferencias y sus dudas, supieron salvar sus desacuerdos y transformar la incertidumbre en un sólido punto de partida, sin tener la certeza de lograr lo que buscaban. Aquel coraje —el de avanzar sin garantías, pero unidos— es una de las lecciones más valiosas que nos enseñaron.

Fruto de aquel impulso fue nuestra Constitución de 1978, el conjunto de propósitos compartidos sobre el que se edifica nuestro presente y nuestro vivir juntos, un marco lo bastante amplio para que cupiéramos todos, toda nuestra diversidad.

Nuestra incorporación al proceso de integración europeo fue el otro paso decisivo, ilusionante y movilizador. Y también fue el resultado de un compromiso colectivo: el de un país que quería cerrar una etapa marcada por un prolongado distanciamiento de una Europa con la que compartimos principios y valores y un proyecto común de futuro. Europa no sólo trajo modernización y progreso económico y social: afianzó nuestras libertades democráticas.

Esa perspectiva histórica nos ayuda a observar que España ha experimentado una transformación sin precedentes en estas cinco décadas, que permitió consolidar las libertades democráticas, el pluralismo político, la descentralización, la apertura hacia el exterior y la prosperidad.

Nuestra sociedad está forjada por generaciones que recuerdan la Transición y por otras que no la vivieron y que han nacido y crecido en democracia y libertad. Generaciones de mayores que han visto cambiar España como nunca antes en nuestra historia; generaciones de adultos que concilian, con gran esfuerzo, responsabilidades laborales, familiares y personales; y generaciones de jóvenes que afrontan ahora nuevas dificultades con iniciativa y compromiso.

Todas son necesarias para avanzar de forma justa y cohesionada. Y a todas ellas me dirijo.

Vivimos tiempos ciertamente exigentes. Muchos ciudadanos sienten que el aumento del coste de la vida limita sus opciones de progreso; que el acceso a la vivienda es un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes; que la velocidad de los avances tecnológicos genera incertidumbre laboral; o que los fenómenos climáticos son un condicionante cada vez mayor y en ocasiones trágico. Tenemos muchos desafíos… Y los ciudadanos también perciben que la tensión en el debate público provoca hastío, desencanto y desafección. Realidades, todas ellas, que no se resuelven ni con retórica ni con voluntarismo.

A lo largo de estos 50 años nuestro país ha demostrado reiteradamente que sabe responder a los desafíos internos y externos cuando hay voluntad, perseverancia y visión de país. Lo vimos en crisis económicas, en emergencias sanitarias, ante catástrofes naturales, y también lo vemos cada día en el trabajo callado y responsable de millones de personas.

España ha progresado cuando hemos sabido encontrar objetivos que compartir. Y la raíz de todo proyecto compartido es necesariamente la convivencia. Ya me he referido a ella en ocasiones anteriores, pero es la base de nuestra vida democrática. Quienes nos precedieron fueron capaces de construirla incluso en circunstancias difíciles, como las de hace 50 años.

Pero la convivencia no es un legado imperecedero. No basta con haberlo recibido: es una construcción frágil. Por esa razón, todos debemos hacer del cuidado de la convivencia nuestra labor diaria. Y para ello necesitamos confianza.

En este mundo convulso, donde el multilateralismo y el orden mundial están en crisis, las sociedades democráticas atraviesan, atravesamos, una inquietante crisis de confianza. Y esta realidad afecta seriamente al ánimo de los ciudadanos y a la credibilidad de las instituciones.

Los extremismos, los radicalismos y populismos se nutren de esta falta de confianza, de la desinformación, de las desigualdades, del desencanto con el presente y de las dudas sobre cómo abordar el futuro.

No basta con recordar que nosotros ya hemos estado ahí, que ese capítulo de la historia ya lo conocemos y que tuvo consecuencias funestas. Nos corresponde a todos preservar la confianza en nuestra convivencia democrática. Preguntémonos, sin mirar a nadie, sin buscar responsabilidades ajenas: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esa convivencia? ¿Qué líneas rojas no debemos cruzar?

Estoy hablando de diálogo, porque las soluciones a nuestros problemas requieren del concurso, la responsabilidad y el compromiso de todos; estoy hablando de respeto en el lenguaje y de escucha de las opiniones ajenas; estoy hablando de especial ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos; también de empatía; y de la necesidad de situar la dignidad del ser humano, sobre todo de los más vulnerables, en el centro de todo discurso y de toda política.

Recordemos —en esta víspera de Navidad— que, en democracia, las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas; que avanzar consiste en dar pasos, con acuerdos y renuncias, pero en una misma dirección, no correr a costa de la caída del otro; que España es, ante todo, un proyecto compartido: un modo de reunir —y de realizar— los intereses y aspiraciones individuales en torno a una misma noción del bien común.

Cada tiempo histórico tiene sus propios desafíos. Los caminos fáciles no existen. Los nuestros no lo son ni más ni menos que los de nuestros padres o abuelos. Pero tenemos un gran activo: nuestra capacidad de recorrerlos juntos.

Hagámoslo con la memoria de estos 50 años y hagámoslo con confianza. El miedo solo construye barreras y genera ruido, y las barreras y el ruido impiden comprender la realidad en toda su amplitud.

Somos un gran país. España está llena de iniciativa y de talento, y creo que el mundo necesita —más que nunca— de nuestra sensibilidad, de nuestra creatividad y nuestra capacidad de trabajo, de nuestro sentido de la justicia y de la equidad y de nuestra apuesta decidida por Europa, sus principios y sus valores.

Podremos lograr nuestros objetivos, con aciertos y errores, si los emprendemos juntos; participando todos, orgullosos, de este gran proyecto de vida en común que es España.

Con la convicción de que sabremos avanzar unidos en esa dirección, recibid mis mejores deseos para estos días y el nuevo año, junto a los de la Reina y los de nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía.

Feliz Navidad a todos. Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas.

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