Levantas una piedra en las salas de máquinas de Europa, y te sale un cínico, una garrapata, un despechado, un tonto útil, una marioneta, un montón de tipos que al final resulta que tienen una afición común: ser necios. Hagamos un recorrido somero, informal, por el abultado inventario de «euronecios».
Joaquín Almunia, ese bulto sospechoso que se extirparon a sí mismos los propios socialistas españoles, lleva meses, años, haciendo méritos como paradigma europeo del Principio de Peter. Tiene coña que uno de los políticos más incompetentes de España, ese Estado tan malo, ¡culo, nene!, al que Europa amenaza todas las mañanas, sea precisamente Comisario de la Competencia.
Pero allí, en Bruselas, todo Dios está alcanzando su máximo nivel de incompetencia. Herman Van Rompuy, Presidente digital del Consejo de Europa y adalid de la estabilidad de la eurozona, fue Primer Ministro de Belgica sin pasar por las urnas, bendecido por La Corona e investido con calzador en un Parlamento que estaba haciendo oposiciones a gallinero. Luego, en 2010, tras dos años apacentando a las díscolas ovejas valonas y flamencas de Alberto II, ascendió a los cielos europeos por un atajo que evitaba de nuevo posibles atascos electorales.
¿Qué sabe este señor de equilibrios entre gobernantes y gobernados, de compromisos directos con los ciudadanos, de cruda democracia real a la que se enfrentan los Coelhos, los Samaras, los Rajoy, Presidentes de esos a los que les da un tirón de orejas con cierta periodicidad?
Durao Barroso, el Presidente digital de la Comisión Europea, es otro que tal baila. Salió por piernas de Lisboa, dos años después de haber alcanzado el cargo de Primer Ministro a través de las urnas. En Portugal lo consideran un desertor, un traidor a la patria y un inútil anfitrión de aquella «foto de las Azores» que le abrió las puertas electorales ibéricas a Sócrates, a Zapatero, esos dos socialdemócratas peninsulares que decidieron fomentar el pan para hoy, a créditos salvajes, sin parase a pensar en el hambre para mañana, el llanto y crujir de dientes de lusos y españoles, la losa de los rescates, la bola de nieve de los intereses, el chantaje de las primas de riesgo, la invasión de intrusos hombres de negro y la humillante prostitución nacional de la soberanía.
¿Con qué autoridad moral pueden soltar sermones tipos como esos desde un púlpito en Bruselas?
El tal Mario Draghi, máximo «perdonavidas» de Estados con anemia económica y financiera, es un tipo que pasó por Goldman Sachs cuando la compañía asesoraba a Kostas Karamanlis sobre cómo ocultar la verdadera magnitud del déficit griego. Fue gobernador del Banco de Italia, el gran regulador de otro sistema financiero nacional en bancarrota y, a pesar de esos «antecedentes penales», o quizá gracias a ellos (en un mundo global que ha incluido el citado Principio de Peter en su hoja de ruta), ha alcanzado su máximo nivel de incompetencia en el Banco Central Europeo.
Juncker: el gran visir de un paraíso fiscal
Como broche de oro de esta conjura de los necios, acaba de salir a escena Jean Claude Juncker, en cuya tarjeta de visita se presenta como Presidente del Eurogrupo: el selecto club de los Ministros de Economía y Finanzas de la Eurozona. Este cantamañanas, Primer Ministro del paraíso fiscal de Luxemburgo, cuyo medio millón de habitantes viven como Dios a costa de fugas de capitales y depósitos opacos de miles de millones de euros, tiene la jeta de avisar a los españoles, a través de la televisión pública alemana, que se vayan preparando para lo que todavía les espera.
Pero, ¿con quién nos estamos jugando los cuartos en Europa? ¿Qué futuro nos aguarda con esa pandilla de trileros? Fuera de Europa debe hacer mucho frío. Pero dentro están construyendo hornos crematorios, campos de concentración para millones y millones de europeos «rescatados». En las cumbres todo son buenas palabras, palmaditas en la espalda a infelices como Rajoy, que siempre escucha que el gobierno español está haciendo sus deberes. Pero luego Berlín, Bruselas y sus «euronecios» cortesanos, aprovechan cualquier oportunidad para hacer un diagnóstico público y notorio: cáncer prácticamente terminal. ¿Solución…?, el rescate. ¿Terapia?, intensas sesiones de quimio indiscriminada y colectiva en los Consejos de Ministros, sin pararse a evaluar los devastadores efectos colaterales para los ciudadanos.
Rajoy afronta una oposición para plaza en la historia
¿Merece la pena pertenecer a un club donde admiten atipos como esos, los Almunia, los Barroso, los Van Rompuy, los Draghi, con la bendición urbi et orbi de la papisa Merkel?
Siga usted deshojando la margarita, señor Rajoy. Más que pensar en la «Marca España», como aconseja Rubalcaba tras haber pertenecido a un gobierno que la sacrificó para darle lustro a la «Marca PSOE», piense usted en todos y cada uno de los españoles.
El tal Jean Claude Juncker, por ejemplo, que acaba de darle otro jaque casi mate a España, es un cínico que está en posesión del Premio Carlomagno por su contribución a la unidad europea, a pesar de que le importa un bledo crear un «apartheid con los europeos pobres.
Es un sepulcro blanqueado que lidera el Partido Cristiano Social de Luxemburgo, por cuya boca, cristiana y social, naturalmente, salen declaraciones propias de un impasible «mercader» en el templo de Europa o indiferencia hacia los millones de seres humanos, sobre cuya pobreza, exclusión social y desesperanza, quieren reconstruir el Euro en ruinas.
Esta oposición, señor Rajoy, no es a Registros, a Notarías, a Abogacía del Estado, que ya ha demostrado que puede sacar con notas. En esta difícil oposición se opta a una plaza en la historia.