Jugando a las quinielas con los papables. Scola, Ouellet, O´Malley o cualquiera del Cónclave, pero solo Dios lo sabe.

Estos días estamos viviendo momentos trascendentes. Desde la renuncia de Benedicto XVI no es que estemos huérfanos, como dijo el cardenal Rouco en los primeros momentos de conocerse la noticia. Pero este ínterin de silla vacante ha puesto en entredicho nuestra paciencia. El anuncio del comienzo del Cónclave el martes 12 ha venido a sosegar un poco estos días de incertidumbre. Pero seguimos deshojando la margarita intentando que sus pétalos alargados nos digan para cuándo la fumata blanca. Y es que en nuestro mundo impera la prisa, la inmediatez. Hay que contribuir a la retroalimentación del monstruo de las redes sociales que nos devora. Y en nuestro culto a lo efímero, todo lo queremos ya, “como sea”, para pasar a otra cosa, y en nuestra deformación insistimos en aplicar esa misma norma a los asuntos de la Iglesia.

Corren ya desde el primer momento las listas de papables e incluso de algún tapado, y los “vaticanistas” proliferan como los níscalos con las primeras lluvias del otoño. Para el periodismo es un tema de primera con el que llenar espacios, y nadie quiere perder la oportunidad de echar su cuarto a espadas en el asunto. Incluso los que consideran que los asuntos religiosos son una cuestión menor, se suben estos días al carro de la ocasión. Y no digamos nada de los aficionados a Dan Brown y sus seguidores “códigodavincianos” que ven luchas de poder, traiciones y conspiraciones en todo. ¡Están en su salsa! Y además eso vende más que la verdad.

Mentiría si dijera que yo no juego a las quinielas con los papables. Y sería hipócrita si manifestara que no tengo mis predilectos. Los tengo. Parece que la cosa se debate entre Europa y América, y reduciendo aún más el círculo, entre Estados Unidos-Canadá y Roma.

Aunque admito que la prensa casi nunca acierta y que tengo medio asumido que “el que entra papa sale cardenal”, confieso que veo el perfil del canadiense Marc Ouellet, perfecto para la etapa que vive el mundo, y dentro de él, la Iglesia. Sus 69 años garantizan la fuerza y vigor necesarios para afrontar los desafíos de la Iglesia, que le faltaban a Benedicto XVI, y que motivaron su renuncia. Ouellet fue obispo de Québec, una diócesis marcada por la agonía del catolicismo, y conoce también la realidad de Sudamérica. En Colombia dirigió varios seminarios. Habla cinco idiomas, entre ellos el alemán y el italiano. Es ratzingeriano, continuador, por tanto de la línea del Papa emérito y muy de su confianza. Hombre de profundísima fe, pone énfasis en la familia como clave de la evangelización.

Sean O´Malley es otro de los protagonistas de la quiniela para ocupar la silla de Pedro. También es ratzingeriano. Tiene un año menos que el canadiense, una apariencia vital y una amplia sonrisa. Es fraile capuchino y viste de hábito, sotana marrón y sandalias que recuerdan a las del pescador. Es arzobispo de Boston, centro neurálgico de la pederastia contra la que luchó con mano de hierro y de frente, labor encomendada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Para hacer frente a las indemnizaciones a las víctimas vendió la sede del arzobispado y se fue a vivir a una celda. Habla también varias lenguas, entre ellas el español. Su pasión por este idioma le llevó a doctorarse en literatura castellana, pudiendo así leer a santa Teresa y a san Juan de la Cruz en sus lenguas vernáculas. Conoce a la perfección la idiosincrasia del pueblo hispanoamericano y sus conflictos político-sociales. Pero además, es un acérrimo defensor de la vida. Su lucha contra el aborto es conocida en el continente americano. A esto hay que sumar la cualidad de ser un gran conversador e irradiar gran simpatía.

Pero si hemos de hacer análisis basándonos en el pasado, monseñor Angelo Scola tiene muchas posibilidades. Es arzobispo de Milán y patriarca de Venecia, dos tradicionales sedes papales en el último siglo. Juan XXIII y Juan Pablo I fueron patriarcas de Venecia y Pío XI y Pablo VI rigieron la diócesis de Milán. Fueron una excepción Pío XII y los dos últimos papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI que no eran italianos.

Pero Scola tiene más activos. Es italiano, cosa siempre presente en el subconsciente de los más cercanos al Vaticano. A esto lo acompaña su gran talla intelectual, con una sensibilidad muy cercana a la de Ratzinger, preocupado por el multiculturalismo, la bioética o la libertad religiosa, y defensor del diálogo fe y razón. Y hasta se podría decir que, en cierta manera, es un converso. Hijo de obrero, cuenta él mismo que bebió en los manantiales del socialismo alejándose del cristianismo hasta que fue tocado por la mano de Dios a través de Don Giussani, fundador del movimiento eclesial “Comunión y liberación”, del que Scola sería líder.

Hay otros nombres en la lista de favoritos. Como el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan, que acaba de enviar una carta a sus fieles informándoles de sus impresiones sobre Roma. ¿Por qué no un papa negro?, se preguntan algunos, en alusión a Peter Turkson, de Ghana, y, de hecho, el primer día de sede vacante, apareció la ciudad del Vaticano empapelada con carteles pidiendo su elección. ¿Por qué no un pontífice oriental, léase el jovencísimo cardenal filipino, Luis A. Tagle? ¿Por qué no uno sudamericano, como Odilo Pedro, de Brasil –muy apoyado además por la curia— o Madariaga, de Tegucigalpa? Puede ser cualquiera de los que el martes se encerrarán en la Capilla Sixtina. Lo cierto es que –por pedir que no quede—cada quien busca un papa a su medida. Algunos ven con buenos ojos un Pontífice continuador de Ratzinger. Otros, en cambio, abogan por un Jefe de la Iglesia más aperturista, capaz incluso de convocar un concilio y afrontar reformas de calado, como la liberación del celibato, la ordenación de mujeres, una solución al problema de los divorciados, regulación menos estricta de los anticonceptivos o el pain on the neck de los matrimonios gays, máxima reivindicación social del laicismo. Es cierto que a la Iglesia no le vendría mal otro aggiornamento. Pero quienes piden reformas en la Iglesia, deben saber de antemano que hay temas no negociables. Y aunque se presume la buena intención de cuantos reclaman una Iglesia menos “esclerotizada”, hay que decir también que tras esos deseos lo que se esconde es que la Iglesia deje de ser la auténtica depositaria del mensaje de Cristo y la antorcha que nos alumbra el camino hacia la salvación. Estas reformas quizá se van a focalizar en una línea fundamentalmente pastoral, de búsqueda de un mayor compromiso con Cristo entre los católicos –eclesiásticos y seglares—, de conservación de la fe, de la práctica de los sacramentos, de conversión, de la defensa de la familia, el matrimonio y la dignidad de la vida humana, de manera abierta y sin miedo. En definitiva, recristianizar y poner fin a la apatía que se ha dado en denominar cisma silencioso.

En cuanto al papa que, a buen seguro tendremos antes de la Semana Santa, sea el que sea, bienvenido a la Cátedra de Pedro, para seguir atando y desatando. Esto ha sido solo hablar por hablar, escribir por escribir, dar rienda suelta al juego periodístico. Dios y el Espíritu Santo, únicos artífices de la renuncia de Benedicto XVI, y dueños, por tanto de la situación, ya tienen su “tapado” para llevar el timón de esta barca de salvación que es nuestra Iglesia, por el mar proceloso del secularismo, la falta de fe y el relativismo moral que justifica un mundo sin Dios. Mientras tanto, nosotros, lo mejor y más útil que podemos hacer es rezar.

Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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