Una Semana Santa cristiana con muchos componentes paganos


Para unos son las ansiadas vacaciones, que utilizan para ir a la playa, a la nieve, a algún país exótico, o simplemente al pueblo, la opción más socorrida en tiempo de crisis, aunque también la más genuina, porque allí se vuelve a respirar la atmósfera de fervor que vivimos de niños a través de los oficios y las procesiones. Si la Navidad se ha convertido en una fiesta pagana, y poco queda en la sociedad de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad, el nacimiento del Hijo de Dios, su muerte y resurrección han devenido en lo mismo. En una fecha y en otra, los más cultos se dejan llevar por las explicaciones que los eruditos hacen sobre el análisis y el simbolismo de los mitos. En Navidad, por ejemplo, de acuerdo a esta línea no estaría naciendo Cristo, sino el sol, y se apoya la teoría en las viejas tradiciones precristianas que celebraban el solsticio de invierno alrededor del 21 de diciembre. Los cultos mitraicos estaban basados en esta veneración al astro rey, que era denominado como sol invictus. En la actualidad, para celebrar su nacimiento, los paganos y new agers tienen por costumbre acudir a lugares, donde este culto a la divinidad pagana está resurgiendo, como Stonehenge en Gran Bretaña, y el Machu Pichu en Perú, donde los incas precolombinos practicaban el culto a Inti, el sol. Debido a estas celebraciones solares enraizadas en la memoria colectiva de la humanidad, la Iglesia decidió cristianizar el día asignándolo como el nacimiento de Cristo.

La Semana Santa, también era una fiesta pagana. En la mitología griega, Dionisios, dios del vino y la vegetación, moría cada invierno y renacía en la primavera. Para sus seguidores, su renacimiento cíclico y el de los frutos del campo, representaba la promesa de la resurrección de los muertos. En Roma, bajo el nombre de Baco, estos ritos se sustanciaban en grandes orgías con música, alcohol a discreción y sexo. El fin de estas fiestas orgiásticas era impulsar la primavera y la fertilidad. Las lupercales en honor de Luperco también se celebraban en Roma el 14 de febrero, día del amor y la amistad, para apoyar la fertilidad y el impulso de la naturaleza. Dionisíacas, bacanales y lupercales eran tan populares que el papa Gelasio I prohibió las prácticas orgiásticas e instauró la fiesta de San Valentín, día de los enamorados. La Iglesia fijó la Semana Santa tomando la fecha de la Pascua judía. Curiosamente –y aquí volvemos a encontrarnos con la astronomía—, el día de Resurrección debe ser el domingo siguiente a la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Pero hay más connotaciones que la Iglesia quiso tener en cuenta con los ritos de la primavera. El antiguo catecismo mandaba comulgar por Pascua florida aludiendo a la renovación de la naturaleza tras el letargo invernal que debe extenderse a la renovación espiritual de los seres humanos. Y tras los brotes primaverales vienen los frutos, que la Iglesia sustancia en el día de Pentecostés, llamado también Pascua granada que se celebra cincuenta días después, basada también en la fiesta judía de las siete semanas, de carácter agrícola, que más tarde se transformó en conmemoración de la aparición de Dios en el Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto.

Pero la fe es un don divino, y cuando es auténtica, el conocimiento, lejos de menoscabarla, la hace aún más fuerte. En una escala ascendente, la fe está por encima de la razón, como lo está la intuición, ese conocimiento que fluye sin mediar el pensamiento. Ese “porque sí”, que emana de lo más profundo y que no se sabe explicar porque no tiene fórmulas científicas, ni algoritmos razonables.

Los datos que nos aportan la antropología y el estudio de las religiones comparadas y los mitos, acerca de las creencias y rituales de nuestros hermanos ancestrales es muy importante, pero lejos de apartarnos de la gran verdad, nos acerca más al hecho trascendente que celebramos estos días, sobre el que ni caben interpretaciones, ni aplicaciones de los patrones solares de antaño. El Cristo que nació en Navidad muere ahora y resucita. No para impulsar la naturaleza, o para que el sol siga brillando y fecundando la tierra, sino para recordarnos que debemos amarnos los unos a los otros, su gran mandamiento. Para que combatamos a los poderosos injustos que empobrecen a la humanidad con leyes y políticas injustas, como él hizo; para que demos de comer al hambriento, de beber al sediento, que consolemos al triste, que vistamos al desnudo. ¡Qué haría Jesús si se diera una vuelta por los Congresos, los Senados, y los órganos de justicia de las naciones civilizadas del mundo! Como mínimo, les afearía su comportamiento hipócrita. Incluso es posible que les echase abajo la tribuna y los micrófonos, como hizo con los mercaderes del templo. No cabe duda que sería un notición. ¡Por fin, se iba a hablar de Cristo en la prensa!

Afortunadamente, son muchos los que viven la Semana Santa con fervor, pero fervor interior de verdad, con recogimiento, sin aspavientos, sin carnavaladas, siendo muy conscientes de lo que se conmemora. Algunos incluso hacen un sacrificio y acuden a Tierra Santa para revivir in situ la Pasión de Cristo. Sin embargo, existen otros especímenes que hacen de estas fechas una oportunidad más para sus carnavaladas. Les da igual que sea Semana Santa, que el Rocío, que la Feria de abril. El caso es salir en el papel cuché, que así se aumenta el caché. Me refiero al exhibicionismo vacuo de algunas famosillas frívolas, asomadas a los balcones de alquiler, luciendo escotes y novios nuevos, para ver de cerca los pasos, y ya puestas, echar la lagrimita histérica si hay fotógrafo cerca. Como el factor dinero es lo que cuenta en estos tiempos, seguro que más de uno, incluso de la Iglesia, está encantado con las visitas de estas damiselas, porque pueden concitar curiosos que dejarán su beneficio. A mí no me gusta que se frivolice con algo tan serio. ¡No todo vale!

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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