Rafael Torres – Soledad de hotel


MADRID, 23 (OTR/PRESS)

Conviene no mezclar las cosas, no mezclarlas más de lo que lo están de suyo. Podemos mezclar el repudio a un modo de hacer política con la consideración debida al deceso de un ser humano, Rita Barberá, y el resultado es la grosera conculcación de las normas más elementales de la urbanidad al abandonar el hemiciclo donde se la despedía con un minuto de silencio. Pero también el Partido Popular, y volvemos de nuevo a la rara conexión entre los extremos, mezcla el súbito fallecimiento de la ex-alcaldesa de Valencia con la supuesta responsabilidad que en el óbito han podido tener quienes la criticaron acerbamente, cual ha dejado caer el ministro de Justicia, Rafael Catalá.
De «cacería» califica otro popular, Jesús Posada, el seguimiento crítico que la sociedad española y sus representantes políticos han venido haciendo en los últimos meses de los presuntos ilícitos cometidos por la señora Barberá, relacionándolo sutilmente, en consecuencia, con su repentina muerte en la infinita soledad de un hotel. No se pueden mezclar más y peor las cosas. Eso equivaldría a sugerir que el infarto que acabó con su vida principió a gestarse el otro día, en la sesión conjunta Congreso-Senado de inicio de la Legislatura, cuando la política valenciana, sola y errabunda, deambulaba entre los grupos de sus antiguos compañeros esperando un beso, un saludo, una atención, que no llegaban. Vimos a García Margallo acercarse a ella con afecto, y a casi todos los demás, alejarse con embarazo.
Ni se puede desertar de ese minuto de silencio que equivale, en el fondo, a una reflexión sobre lo efímero de la existencia desde el necesario recogimiento, ni, mucho menos, señalar a los «enemigos» políticos de la finada en relación con su muerte. Ambas cosas son una atrocidad y representan, cada una a su manera, la mala educación que parece haberse instalado como norma en nuestro país y la ínfima calidad política, y no sé si solo política, de nuestros representantes.
Descanse en paz Rita Barberá, la persona, y quede despierta, eso sí, la memoria de sus acciones, algunas de ellas escrutadas por la Justicia, triste coincidencia, cuando su corazón dejó de latir en la soledad del hotel.

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