«Mi querido Botín»

"Mi querido Botín"

Mi querido Botín:

Naciste el 1 de junio de 2006 en Puente Viesgo, Cantabria, en un criadero de Cocker Spaniel, y llegaste a mi vida el 25 de agosto de ese año, tras depositarte Marta y Luis en Riaza porque no podían llevarte con ellos a Bilbao, ya que –adujeron- las tías de Luis eran muy mayores. Añadieron que te recogerían el domingo para dejarte el lunes en adopción en Madrid porque Luis, por entonces novio de Marta, no podía cuidarte. La estratagema urdida por Marta surtió el efecto deseado y, naturalmente, pasó lo que tenía que pasar después de estar con nosotros 48 horas embelesados: que fue un flechazo a primera vista y te quedaste con Merche y conmigo para toda la vida.

Eras una bolita negra revoltosa. Y como habías nacido en Cantabria (de soltera Santander, que dijo Camilo José Cela), tenías un collar rojo y Marta, que era quien te había comprado como regalo a Luis, trabajaba en el Banco Santander, Merche te rebautizó y con toda rotundidez dijo muy solemne: “Desde hoy te llamarás Botín”. Y con este nombre categórico, sonoro y de alcurnia te quedaste. Además, a diferencia de D. Emilio, nos dabas todos los días cariño por arrobas y nunca cobraste intereses ni principal. Fue ya en septiembre, de vuelta a Madrid, cuando Merche, ni corta ni perezosa, te llevó a la sucursal del Santander que teníamos enfrente de casa, en José Abascal -¿te acuerdas?- y con voz rimbombante no exenta de picardía preguntó al director: “Perdón, puedo entrar con Botín”?. El director, desconcertado y sin verte dijo con voz trémula: ¿Cómo dice usted? ¿Qué si puedo entrar con Botín?” repitió Merche y te señaló. El director cayó en la cuenta, cambió su cara de embarazo por otra de risita contenida y dijo:”Por supuesto, señora. Usted y Botín están en su casa” Y a partir de aquí fuiste famoso en el Banco y en todo el barrio de Chamberí y aledaños.

En los trece años y medio que hemos pasado juntos, Merche, Álvaro, Marta y Carla te cuidaron, atendieron y educaron primorosamente tus primeros cinco años y medio (Elena, que ya estaba casada con Carlos y tenían a Ignacio recién nacido, vivía en su casa), dejándote alguna mañana, todavía cachorro, en el kiosko de Toñi de debajo de casa, en compañía de tu congénere Bruno, con el que disfrutabas mordiendo los diarios y ladrando al unísono a todo el que se acercaba a comprar el periódico. Luego, los ocho siguientes, has sido mi sombra, mi eterna compañía, mi confidente, mi báculo desde que me jubilé; mi pareja de paseo diario -¡tres veces al día!- en Madrid, en Riaza, en Molledo, en Irún, en Fuenterrabía, en San Juan de Luz; en la ciudad, en el campo, en la Montaña, en la playa. Al principio no parabas de tirar de la correa, de ir de un lado a otro en busca de comida -¡que voraz fuiste hasta casi el final, Botín!-. No importaba que te hubieras saciado después de cada una de las dos pitanzas reglamentarias que tenías al día. Tú buscabas y rebuscabas alimento siguiendo tu instinto atávico de cazador de patos, y yo aguantaba tus tirones no sin esfuerzo, sufriendo tendinitis a cada poco e intentando ver la pieza antes que tú para evitar que te envenenase algún desalmado de esos que abundan y os tienen manía. Pero tuviste suerte porque siempre te me adelantabas y nunca te sentó nada mal. Tú me enseñaste que no hay que hacer daño a ningún animal, por molesto que sea.

Viste nacer a mis siete nietos y a punto has estado de ver al octavo, el inglés, el hijo de Carla y Peter. Tenías 59 días más que Ignacio, el mayor, y con él y el resto de la prole –Gonzaga, Carlota, Jaime, Jorge, Álvaro y Luis- os lo habéis pasado en grande. Todos se han disputado tu correa para llevarte de la mano; todos te han hecho caricias, con todos has corrido y jugado, pero con ninguno te quisiste meter en la piscina, en el rio Besaya o en el mar Cantábrico, por más que lo intentaron. Botín, parece mentira que tus ancestros fuesen cazadores de patos y tú tuvieses tanta aversión al ¡agua… patos! Hasta cuando llovía te ponías farruco y no querías salir de casa. ¡Dejabas tus necesidades para cuando escampase!

El último año y medio se acentuó tu sordera y tu ceguera, y empezaron los achaques: que si dermatitis atópica, que si gingivitis crónica, que si otitis persistente, que si hiperplasia, que si neoplasia, que si enteritis. Y lo peor: la progresiva parálisis de tus cuartos traseros, hasta impedirte caminar y ni siquiera tenerte en pie. Y análisis por aquí, ecografía por allá, antibiótico cada doce horas, antiinflamatorio y calmante cada 24, antihistamínico cada 24, colirio varias veces al día,… Eras una farmacopea ambulante, mi querido Botín y nada te mejoraba. Y cuando en este largo fin de semana de mi cumpleaños, la Constitución y la Inmaculada Concepción empezaste a sufrir de verdad, a plañir, a pasar las noches en vela y a pedirme a gritos que querías descansar para siempre y librarte de ese suplicio y de esa impotencia -¡tú, que jamás te quejaste y que siempre has sido un estoico!-, escuché tus lamentos, llamé por teléfono a José Manuel, tu veterinario madrileño, y acudí a Jesús María, tu enfermero en Riaza. Y atendimos tu petición. Hoy, en un día riazano de cielo azul intenso, aire limpio y frío en rostro, te has ido sereno, con los ojos abiertos y un poco alzada tu preciosa cabeza, esa que llamaba siempre la atención y que quienes te veían exclamaban: ¡qué guapo es! Y yo, ufano, daba las gracias por ti.

Después de que el fiel Raúl, conmigo de ayudante, cavase tu tumba al despuntar el alba, Merche y yo, en silencio y llorando a moco tendido, te hemos enterrado en el jardín mirando al firmamento y al bosque. Te hemos dejado con tus cosas: tu correa roja, tu cama, la toalla con la que te secaba cuando nos sorprendía la lluvia y llegábamos a casa chorreando, tu bebedero, tu comedero y tu pienso. También y para que los arqueólogos no se pierdan en disquisiciones, te hemos dejado un ejemplar de un diario de hoy, 9 de diciembre de 2019, un reloj marcando la hora de tu tránsito: 13:00 y una bandera constitucional.
Y al poco de que Merche informara de tu adiós a los hijos, tu incondicional familia, Marta te escribió este texto:

Querido Botín:

Hace dos días te vi sufriendo y sentí una pena tremenda. Hoy, que ya descansas, lloro tu ausencia y más aún al pensar el vacio que le dejas a papá.

Gracias por acompañarle, por entretenerle y por cuidarle. Ahora tendrá que intentar llenar tu ausencia con otros quehaceres.
Has sido fiel a tu amo y tu amo a ti. Has tenido suerte de que fuera él el que te tocara para cuidarte durante todos estos años.

Has formado parte de nuestra familia y de nuestras historias. Te rezaremos en nuestro jardín de Riaza. DEP

Y yo, mi querido Botín, te recordaré también con los versos de Neruda:

Mi perro ha muerto

Lo enterré en el jardín junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje…

…sí, creo en un cielo donde yo no entraré, pero él me espera ondulando su cola…

…con la mirada que me reservó toda su dulce, su peluda vida, su silenciosa vida, cerca de mí, sin molestarme nunca, y sin pedirme nada.

…Alegre, alegre, alegre como los perros saben ser felices, sin nada más, con el absolutismo de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto. Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

¡DESCANSA EN PAZ, QUERIDO BOTÍN! Tu familia Corral-Narvarte siempre te recordará

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Autor

Jorge del Corral

Hijo, hermano y padre de periodistas, estudió periodismo en la Escuela Oficial de Madrid. Ha trabajado en cabeceras destacadas como ABC y Ya. Fue uno de los fundadores de Antena 3 TV. Miembro fundador de la Asociación de Periodistas Europeos (APE) y del Grupo Crónica, creador de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión (ATV) y fundador de la Unión de Televisiones Comerciales (UTECA). Un histórico de la agencia EFE, donde fue subdirector y corresponsal en Roma.

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