Hace algunos meses participé en una entrevista radiofónica a Pablo Iglesias. El líder de Podemos había entrado en una etapa ‘seria’, tras no pocos saltos mortales en el trapecio, y pronunció la siguiente frase, que transcribí: «Cuando puedes ocupar algunas parcelas de poder, ya no es el momento de hacer el ‘enfant terrible'». Reconozco que me gustó, por lo que tenía de reconocimiento de que, hasta entonces, había algo de ‘enfant terrible’ en su conducta, y, claro, por lo que hubiese en estas palabras de propósito de la enmienda. Luego, a Iglesias le hemos visto y escuchado muchas cosas dispares, desde aquella asunción de una vicepresidencia del Gobierno (con servicios secretos, Defensa y RTVE incluidos) que nadie le había ofrecido y nunca tendría, hasta ofertas de dimisiones varias para conseguir metas variadas y acuerdos que él, en realidad, no deseaba. Pasando por episodios, como aquel para avergonzar de la cal viva. La última voltereta tiene que ver con este anuncio de que los de Podemos no saludarán al Rey cuando, este jueves, se inaugure formalmente la XII Legislatura en el Congreso de los Diputados, ni asistirán al desfile posterior.
No sé, no sé si estas actitudes no guardan semejanza con las del ‘enfant terrible’ que Iglesias quería dejar de ser o, acaso, recuerden a la del recluta que no come el rancho «para que se fastidie el capitán». Bueno, saldrán en los periódicos del fin de semana como los autores de un bofetón (más) a las instituciones; si eso es lo que quieren… En todo caso, debería tener en cuenta Iglesias, deberían tenerlo en cuenta todos, que acabó el período de lamentable interinidad que hemos padecido los españoles entre enero y noviembre de este año y que ahora comienza el momento de hablar en serio, precisamente desde el Parlamento: ya no más bebés-Bescansa, no más besos en la boca, no más operaciones de imagen, y más buscar mejoras y reformas que a todos convengan. Es decir, que ahora acabó la era de las operaciones de imagen y llegó la de gobernar quizá desde las instituciones, comenzando por un Legislativo que fuerce al Ejecutivo a poner en marcha toda una regeneración.
Lo digo también, naturalmente, por lo que otros grupos hacen y no hacen. Que los ‘populares’ sigan pensando que las presidencias de comisiones parlamentarias sirven para premiar con la de Exteriores, por ejemplo, a un ex ministro cuyo fuerte no son los idiomas, parece propio de aquella vieja política que queríamos (¿o no?), entre todos, enterrar. Y lo mismo me vale decir para el grupo socialista, apartando de otra presidencia, la de Justicia, nada menos que a una diputada que fue magistrada del Supremo, porque se atrevió a votar de manera distinta a como el ‘aparato’ del grupo y del partido le exigían.
No es eso, no es eso. El Parlamento debe ser el recinto para los mejores, no una bicoca donde conceder premios de consolación de mayor o menor cuantía a aquellos que no encuentran acomodos más rentables. Ahora que comienza una Legislatura que nos gustaría perdurable –¿a qué vienen esas amenazas de convocar elecciones en mayo si no hay apoyos suficientes para los Presupuestos? Mejor empezar a pensar en negociarlos, ¿no?–, creo que hay que tomarse en serio la reforma de los reglamentos de ambas cámaras y, desde luego, una reforma en profundidad del Senado, asentándola como Cámara territorial, que buena falta le hace.
Es este Parlamento que ahora inaugura el Rey, tras casi un año de episodios para olvidar, el que tendrá que acometer incluso una reforma constitucional que es vital para que España perdure como Estado, ni más ni menos. Todo lo demás son luchas de poderes en las que el Ejecutivo y los partidos quieren seguir con lo mismo, como si aquí no hubiera pasado nada. Y es que algunos son eso, como niños, enfants más o menos terribles, pero, eso sí, terroríficos. Y algo pueriles en este patio de recreo que sufragamos los ciudadanos.