Los políticos independentistas catalanes han enfrentado innecesariamente a los ciudadanos de Cataluña de tal forma que el litigio catalanista supone una lamentable lucha por el poder en detrimento de la convivencia catalana, independientemente de su incidencia en el resto de España.
Desde hace décadas, el poder supremo en Cataluña está en manos de unas pocas personas, generalmente de la misma clase social, usando al pueblo y a sus instituciones en su propio beneficio, favoreciendo a una parte de su población a costa de la otra que, habitualmente, quedaba silenciada.
La oligarquía catalana a la que nos referimos, omitiendo ahora aspectos históricos que nos remontarían al año 1640, tuvieron como objetivo catalanizar a las gentes y, aprovechando las instituciones, avanzar, poco a poco, a un mayor autogobierno para alcanzar un día, más como sueño o ilusión que como realidad, la independencia.
Durante más de treinta años la situación, de una forma u otra, estaba controlada por la élite político-económica que mandaba y que ajustaba y progresaba en sus intereses pactando mudamente con el Gobierno Central de turno. La cuestión de la independencia no se planteaba, estaba refrenada.
Pero he aquí, que en un momento dado, entran en acción los vástagos y los pupilos del poder catalán que, codiciosamente, ambicionan más dinero del necesario, hasta el punto de que se inician actuaciones de blanqueo de capitales pero en un ámbito más allá de la Comunidad catalana, podíamos decir que a nivel mundial a través de la Banca Privada de Andorra, motivo por el cual aparece en escena ni más ni menos que el FBI. Como consecuencia, el Gobierno de Andorra interviene la citada banca acusada de blanqueo de capitales de organizaciones criminales internacionales en una denuncia presentada por el Tesoro de los Estados Unidos. En ese instante, los artífices del presunto hecho delictivo se empiezan a arropar con el abrigo de la independencia, pensando que bajo su protección podrían eludir sus posibles responsabilidades. Y aquí comienza la defensa a ultranza del independentismo más taimado y cerril. Este es el fondo de la cuestión. La idea de la independencia se desboca incontroladamente y resurge como una maldición el nacionalismo aldeano. Es el refugio de la avasalladora y manipuladora oligarquía catalana. Así pues, el apoyo a la independencia de Cataluña tiene profundas y contrastables raíces económicas, también de origen y nacimiento al considerarse como una raza especial, con matices que se asemejan a los postulantes del ideario nazi. De hecho, los catalanes que viven más cómodamente, con ingresos superiores a los 4.000 euros mensuales, quieren la separación, no así los de esa mayoría compuesta por jubilados y desempleados, por los de renta baja o medio-baja.
El 21 de diciembre de 2017 puede ser una fecha histórica, única, en Cataluña para romper las amarras con la oligarquía a la que nos referimos.
Obviamente, la sociedad catalana está muy dividida, pues ese círculo, esa camarilla político-financiera no solo ha escindido profundamente a la colectividad sino que ha creado a lo largo de los años la figura del fanático independentista con escasa capacidad de razonamiento dado que ha sido presa fácil, fundamentalmente con la mentira, del caudillaje de los que le prometían la Cataluña de sus añorados y ficticios sueños. Una Cataluña irreal, inexistente, producto efímero de una ilusión. Ahora bien, ese iluso soñador, continuará votando la independencia pues en su vulnerable subconsciente se le ha colocado exclusivamente la idea del separatismo.
Frente a ese independentista fantaseador, crédulo e ingenuo a todas luces, los políticos que han creado y cimentado ese coma falsario, se van a presentar a las elecciones autonómicas del 21-D porque entienden que aún conservan cierta o bastante posición de ventaja. Fingirán que aceptan su destino (aplicación del 155) mientras se preparan para volver con un ánimo hasta más vengativo. Harán de esas elecciones un plebiscito constituyente que valide su declaración de independencia.
Luego, están los emperadores y las emperatrices de la ambigüedad calculada y sus correspondientes vasallos que navegan por aguas turbulentamente agitadoras, alejados de la verdadera Cataluña fabril y productiva, sensata y de fuerte arraigo europeo. Quedarán al acecho del oportunismo, confuso y oscuro, que les proporcione el poder político que buscan.
Como consecuencia, si en verdad existe en Cataluña una denominada mayoría silenciosa, silenciada durante la larga noche en la que reinó la mentira partidista, el chantaje convenido, la usurpación desmedida, tiene la oportunidad ahora de deshacerse de esa calamidad. Las urnas les esperan y más que nunca tienen que ir a votar no como los parias que así han sido considerados sino como los dignos representantes de una Cataluña real y libre en el conjunto de España.
Por cierto, corresponde a todo el resto de españoles sentirnos muy próximos a nuestros compatriotas catalanes, que sientan el calor y el cariño de un pueblo que es el suyo también, que España ha llegado para no irse nunca jamás, que sientan nuestra solidaridad más leal en vez del boicot a los productos catalanes, bloqueo que sobre todo perjudicaría a esa mayoría callada y productiva que tanto necesita de nuestro apoyo y adhesión, ese conjunto de catalanes que deben ir a votar con coraje, valentía y la mayor participación.
Compete asimismo al Gobierno de la nación, sea cual fuere, establecer y mantener una comunicación permanente con Cataluña, potenciar las fuerzas políticas de nuestro Estado democrático sin resentimiento alguno de vencedores y vencidos, curar heridas familiares y sociales y sobre todo que la concordia prime como eje de la pluridiversidad en convivencia.
Si es así, Cataluña, Grande, habrá ganado el futuro.
