Análisis

F. A. Juan Mata Hernández: «Un nuevo credo para Pangea»

F. A. Juan Mata Hernández: "Un nuevo credo para Pangea"
La Tierra hace 300 millones de años.

«Sólo el que es capaz de dar a la ciencia lo que es de la ciencia podrá dar al misterio lo que es del misterio» – José Gómez Caffarena, S.J. en su libro, «El Enigma y el Misterio. Una filosofía de la religión»-.

Hace relativamente poco tiempo, unos 300 millones de años; período que representa apenas el 6,5% de la edad de la Tierra, el suelo visible sobre el mar de Panthalassa, era un único continente que denominamos hoy Pangea. Cuando explico esta circunstancia a los grupos de visitantes del Museo Geominero, destaco el dato para reseñar que esa debiera ser la única frontera y bandera para toda la humanidad. En realidad así fue el mapa del pasado y bien pudiera volver a ser el del futuro, pues el movimiento de bloques continentales continúa y muy probablemente volverá a reunirlos físicamente algún día.

Bien, pues en este contexto hoy nos enfrentamos al fenómeno de la globalización, no físico como entonces, sino social y económico. Ya debiera aparecer en el horizonte ese estado mundial único y sin fronteras, un Pangea que no es la ONU ni la OTAN; es el conjunto del Planeta Tierra, el hogar común de todos los que la habitamos. No es un sueño ni una novedad, pues hace ya más de dos siglos que Karl Ch. Friedrich Krause nos presentó y defendió ese proyecto. Tampoco constituye una renuncia inmediata a la identidad de los pueblos, pues, para preservar las raíces de una cultura aún se cuenta con la religión, la lengua, y la propia historia; aunque tendrá corto recorrido porque se camina hacia una cultura común.

Somos conscientes de que cuanto nos rodea es caduco, basta con mirar hacia atrás en el libro del tiempo para comprobarlo. Y así, teniendo en cuenta que vivimos una época marcada por la explosión de los medios de comunicación, resulta muy difícil mantener un patrón cultural absolutamente independiente del resto. Lo vemos al aceptarse con entusiasmo festividades que nos eran ajenas, como Halloween, o deportes como el rugby, footbol, beisbol, etc… que se hacen populares por todo el mundo. El cine, internet, y la televisión, colaboran decididamente a crear un patrón de costumbres que va asemejando unos lugares a otros. Se desplazan además culturas autóctonas que quizá llevaban detrás el bagaje de siglos. Probablemente tampoco el fenómeno religioso será una excepción.

Decía el teólogo católico Schillebeeckx: Hay más verdad en el conjunto de todas las religiones que en una religión aislada. Una afirmación sobre la que meditar si pensamos que existen, sólo en África, unos 3.000 pueblos que tiene cada cual su propia visión religiosa.

Aunque las guerras de religión están ya algo lejos, es cierto que, como se percibe hoy, determinados grupos movidos por sus creencias se radicalizan y llegan al fanatismo y a la violencia; pero, en general, la religión es un soporte social que debiera permitir enraizar la cultura propia sin excluir la ajena, y servir, por tanto, como guía de tolerancia para superar el pensamiento único. En cuanto a la actitud fanática, considero que es la consecuencia inmediata de los movimientos de fronteras producidos el siglo pasado en Oriente Medio; una expresión de la doble moral del mundo occidental: una fachada de generosidad como compensación al genocidio judío a costa del pueblo palestino. O sea pagar con dinero de otro la compensación a un crimen que cometió un tercero; política de intereses que ocultan ambición, prepotencia, soberbia… y una enorme sed de poder.

El éxodo judío hacia Palestina fue como el desahucio brutal y en masa para ocupar las tierras de unos desgraciados a quienes nadie defendió. Y ahora sufrimos las consecuencias. Las víctimas indefensas se han armado y claman venganza: eso es el terrorismo islámico. Ellos, los hijos y nietos de los expoliados, no será fácil que olviden la afrenta, al menos mientras no se repare el daño. El mundo tiene que aceptar esa realidad y la solución está en la globalidad, pero no económica como se está produciendo ahora, sino física: la eliminación de todas las fronteras.

El problema estriba, no obstante, en fijar criterios válidos para alcanzar una cierta convergencia entre las culturas y las religiones. Pero ¿Cuál es el núcleo de cada religión? La religión judía tuvo desde siempre muy clara la respuesta: ¡cumplir la ley a rajatabla! Pero ¿Acaso no lo ve igual un musulmán, pues tiene en el Corán su norma de vida? Y no hace tanto que el catolicismo era la guía normativa de occidente que permitía llevar a la hoguera a los herejes. Así pues, no resultará fácil una convivencia de estos tres credos monoteístas, por mucho que en el pasado pudiéramos hallar modelos y situaciones puntualmente ejemplares. Pero hoy la religión en occidente está en franco retroceso. El laicismo se impone como un nuevo credo y su culto parece obligatorio ¿Estamos condenados a tener que optar entre esa nueva ignorancia religiosa o el fundamentalismo islámico creciente que aterriza en Europa con los movimientos migratorios?

¿Cómo resolver el problema? Caffarena nos aporta una luz: Es una necesidad imperiosa vinculada a la finitud del hombre, que la requiere como guía hacia la salvación en la otra vida y para el consuelo en esta. Cree hallar siempre un trasfondo místico debajo de cualquier actitud moral, incluso la del laicismo que rechaza el hecho religioso. En realidad, como dice José Antonio Marina, ese propio laicismo ha sido alumbrado por una sociedad religiosa. Y bajo el anhelo profundo y vital de la mente humana, es precisa la religiosidad hasta para un ateo. Pero es que además, una idea tan grande como la existencia del Dios que enseñan las religiones, como intuía Descartes, no puede ser una invención humana, sino que debe proceder de la propia inspiración divina. Visto así, la religión no es sino una norma de conducta ética revelada por Dios.

Pero el debate sobre el tema es profundo y hay opiniones contrarias muy enfrentadas. Así, Bertrand Russell afirma que las religiones hacen daño y, además, no son reales. Dice: «Creo que todas las religiones del mundo -el budismo, el hinduismo, el cristianismo, el islam y el comunismo- son a la vez mentirosas y dañinas. Es evidente, como materia de lógica, que, ya que están en desacuerdo, sólo una de ellas puede ser verdadera. Con muy pocas excepciones, la religión que un hombre acepta es la de la comunidad en que vive, lo cual hace obvio que la influencia del medio es la que le ha llevado a aceptar la religión en cuestión».

J. A. Marina se plantea en su ensayo «Dictamen sobre Dios» la pregunta de si es posible construir una ética universal. Lo enfoca desde el otro extremo. No se trata de si es posible. Lo que piensa es que es necesario. Es decir que, mientras no se construya una ética universal el mundo continuará siendo el mismo matadero que hasta ahora. Aunque la ética, como todo gran proyecto, es voluntario aplicarla al comportamiento. No sería necesario para la humanidad vivir dignamente. Pero si decidimos vivir dignamente, es preciso regirnos por una ética universal, lo que resolvería una religión universal. La religión interesa, dice, siempre ha interesado y parece que siempre interesará y debiera integrar esa misma ética. Además, el fenómeno religioso es un componente esencial en el nacimiento de cada cultura.

Aunar voluntades en busca de la paz ecuménica entre las religiones no llevaría de inmediato a un único credo mundial, pero facilitaría la coexistencia pacífica, la convergencia, y un camino hacia la búsqueda en común de la verdad y del misterio del verdadero Dios. En realidad se podría decir que en todas las grandes religiones ya subyace la visión común de: una proclama moral de rebeldía, protesta y resistencia del ser humano; la llamada a un objetivo universal que supere nuestra finitud.

Así pues, la norma de convivencia de ese nuevo Pangea global se soportaría en un orden moral ideal, que permitiera la fraternidad transcultural y fuera el germen de la nueva religión. Un credo soportado por la moral natural, con una visión dinámica, adaptada a la educación y al medio, y abierta a la universalidad, que contuviera y respetara, una vez adaptada, a todas las que hoy existen. Sería algo así como lo que la religión debe y debió ser siempre: «el corazón de Pangea y del nuevo mundo».

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