Y… después del 21-D, la vida sigue igual en Extremadura

Gatopardismo, bloqueo institucional y guerra delegada en una región intervenida… y el tabú acerca de la necesidad de segundas vueltas

Y... después del 21-D, la vida sigue igual en Extremadura

Unos que nacen, otros morirán.
Unos que ríen, otros llorarán.
Agua sin cauces.
Río sin mar.

Hay fechas que se anuncian como puntos de inflexión y acaban confirmando una verdad más incómoda: nada esencial ha cambiado. El 21 de diciembre fue presentado, una vez más, como el momento decisivo para Extremadura. El día después, sin embargo, revela lo ya conocido por cualquiera medianamente informado: la vida sigue igual.
No por fatalismo poético, sino porque el sistema, el régimen no permite otras opciones…

El resultado era conocido: elecciones previsibles y ritual democrático

Conviene empezar por una obviedad deliberadamente silenciada: el resultado del 21-D era perfectamente previsible. No hacía falta ser especialmente sagaz, ni disponer de complejos modelos demoscópicos. Bastaba con conocer mínimamente la sociología electoral extremeña, la evolución histórica del voto y el estado real del sistema político regional.

Más aún: no habría sido necesario convocar elecciones para conocer el reparto aproximado de fuerzas. Una encuesta seria, apoyada en nuevas tecnologías, habría sido suficiente y mucho más barata que el proceso electoral completo. Las elecciones, en Extremadura, se han convertido en un acto litúrgico, en un ritual de legitimación formal de un sistema que ya no decide, sino que se reproduce.

Se vota, pero no se decide.

Se elige, pero no se cambia.

El gatopardismo como forma de gobierno

Aquí reside el núcleo del problema: hacer como que todo cambia para que todo siga igual. El 21-D no ha traído ruptura, sino relevo; no ha traído auditoría, sino continuidad; no ha traído diagnóstico, sino retórica.

Cambian los nombres.
Cambian los discursos.
No cambia el modelo.

Ese es el gatopardismo institucional extremeño: modificar la superficie para conservar intacto el fondo. Un fondo caracterizado por dependencia fiscal, hipertrofia administrativa, economía subsidiada, despilfarro estructural y captura política de las instituciones.

El gran tabú: la ausencia de segundas vueltas

Hay una cuestión clave de la que nadie quiere hablar: la necesidad de instaurar segundas vueltas electorales en el ámbito autonómico. El bloqueo institucional que se ha repetido tras el 21-D no es una anomalía, sino una consecuencia lógica de un sistema que fragmenta la representación, incentiva la irresponsabilidad y permite que minorías organizadas paralicen la acción de gobierno.

Cuando los grupos con representación parlamentaria no tienen voluntad de pactar, ni de afrontar la situación crítica que sufre la región, la única salida democrática coherente es devolver la palabra a los ciudadanos. Permitir que los extremeños elijan de manera clara entre proyectos alternativos.

La ausencia de segundas vueltas no es neutral: favorece el impás permanente, la parálisis y, finalmente, la continuidad encubierta del modelo anterior.

Ningún proyecto, ningún diagnóstico, ninguna rendición de cuentas

Más grave aún: ninguno de los contendientes ha presentado un verdadero proyecto de gobierno. No ha habido objetivos definidos y temporalizados, ni medios concretos, ni procedimientos claros, ni indicadores de evaluación, ni mecanismos de rendición de cuentas.

Y, sobre todo, no ha habido diagnóstico de la situación terrible que sufre Extremadura…

Nadie ha querido hablar con claridad del saqueo histórico, del despilfarro sistemático, del expolio indirecto vía fiscal, de la captura institucional, de la economía subsidiada y del fracaso del modelo autonómico regional.

Sin diagnóstico no hay proyecto.
Sin proyecto no hay gobierno.
Sin rendición de cuentas no hay democracia real.

Extremadura: laboratorio del fracaso subvencionado

Los datos —ayer y hoy— son demoledores y persistentes:

  • Extremadura continúa en el último lugar en renta por habitante.
  • Presenta las tasas más altas de pobreza y exclusión social (AROPE).
  • Es la región menos industrializada de España.
  • Mantiene una estructura productiva frágil, poco diversificada y dependiente.
  • La administración regional es la mayor empresa de la región.

Más del 65 % del presupuesto depende de transferencias externas. El gasto corriente supera ampliamente a la inversión productiva. El empleo público funciona como amortiguador social y como instrumento de control político.

Nada de esto ha cambiado, ni tiene visos de cambiar, tras el 21-D.

Fondos europeos, obra pública y despilfarro estructural

La pregunta sigue sin respuesta:

¿A dónde han ido a parar los cientos de millones de euros procedentes de la Unión Europea que han llegado a Extremadura durante décadas por su condición de “región pobre”?

El patrón es reiterado:

  • Infraestructuras sobredimensionadas o infrautilizadas.
  • Equipamientos culturales y científicos sin demanda real.
  • Polígonos industriales vacíos.
  • Proyectos concebidos para justificar gasto, no para crear valor.

Más del 70 % de la obra pública presenta sobrecostes. Endeudamiento asumido sin evaluación. Empresas públicas ineficientes intactas. Ninguna auditoría real. Ninguna depuración de responsabilidades.

Quien no toca, ni cuestiona, este entramado, lo legitima.

Personal político y mediocridad estructural

El problema no es solo ideológico, sino de competencia. La clase política extremeña —con contadas excepciones— carece de experiencia real en gestión, cultura económica y visión estratégica. Tras el 21-D, los que cortan el bacalao de los cárteles que han conseguido representación en la Asamblea de Extremadura no tienen intención de abrir la puerta a gestores profesionales independientes; es seguro que optarán por el reparto interno, la fidelidad partidista y la promoción del aparato.

Quien nunca ha gestionado recursos propios, es difícil pensar que tenga intención o capacidad de administrar bien los ajenos.

Extremadura como “guerra delegada”

La contienda del 21-D no ha sido solo regional: ha sido una proxy war política, una guerra delegada. Los grandes aparatos nacionales —PP, PSOE, VOX, comunistas— han combatido por interposición, utilizando Extremadura como campo de pruebas, exactamente igual que las grandes potencias utilizaron territorios periféricos durante la Guerra Fría o lo siguen haciendo en conflictos actuales.

Los verdaderos actores estratégicos no se enfrentan directamente: financian, orientan y condicionan a fuerzas locales. Extremadura no ha sido el sujeto del conflicto, sino el escenario.

Esto explica la ausencia de proyectos propios, la importación de discursos nacionales y la aceptación del bloqueo como resultado “tolerable”.

El declive del PSOE y el posible fin de ciclo

Esta guerra delegada ha dejado algo claro: el PSOE atraviesa un declive profundo, visible incluso en uno de sus bastiones históricos. No se trata de un bache coyuntural, sino de agotamiento estructural: pérdida de relato, de credibilidad y de capacidad de ofrecer futuro.

No es descabellado pensar que estemos asistiendo al inicio de un proceso similar al “Mani Pulite” italiano: descomposición de los grandes partidos tradicionales, corrupción estructural, sistema político cartelizado y ciudadanía crecientemente consciente del engaño.

No implica regeneración automática.
Implica fin de ciclo.

El bloqueo como síntoma terminal

El impás posterior al 21-D no es un problema técnico, sino un síntoma terminal. Los sistemas no colapsan de golpe: primero se paralizan. Cuando nadie gobierna, nadie decide y todos bloquean, estamos ante un sistema que ya no produce soluciones, solo supervivencia.

El bloqueo es la coartada perfecta para no tocar nada: ni el gasto, ni las empresas públicas, ni la burocracia, ni la fiscalidad, ni el modelo productivo.

Epílogo: la vida sigue igual… pero no indefinidamente

Al final, las obras quedan.
Las gentes se van.
Otros que vienen las continuarán.

La vida sigue igual después del 21-D en Extremadura porque nadie ha querido o podido alterar los pilares del modelo.

Porque el sistema autonómico ha generado una clase dirigente cuya supervivencia depende precisamente de que nada cambie demasiado.

Pero la historia enseña que los sistemas que solo sobreviven por inercia no se reforman: colapsan.

Extremadura ha vuelto a ser territorio sacrificado, laboratorio del gatopardismo y escenario de una guerra ajena. El resultado es conocido. El bloqueo, también.

La vida sigue igual.
Después del 21-D… también.
Pero no para siempre.

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