Este momento, aparentemente rutinario, está cargado de un torbellino emocional que oscila entre el orgullo y la tristeza, entre la ansiedad y la esperanza. ¿Cómo se puede cuantificar un adiós tan complejo? Es imposible reducir esta experiencia a una simple escala de 1 a 9.
En este contexto, la ciencia parece quedarse corta al intentar explicar lo que muchos padres sienten. Desde la psicología se insiste en catalogar las emociones como positivas o negativas, como si fueran polos opuestos de un espectro lineal. Pero la vida emocional humana no es tan sencilla. ¿No es posible, acaso, sentirse feliz y triste a la vez? ¿No pueden coexistir el alivio y la incertidumbre en un mismo instante?
Esta es una de las grandes preguntas que muchos neurocientíficos se plantean. Tradicionalmente, las emociones se han entendido como estados del cerebro y el cuerpo que nos impulsan a acercarnos o alejarnos de ciertas situaciones. Si ves un oso en el bosque, tu corazón se acelera y tus músculos se tensan, motivándote a huir. Esa es una respuesta de miedo clara y unidireccional. Pero, ¿qué pasa cuando no es tan sencillo decidir si debemos acercarnos o alejarnos? ¿Qué ocurre cuando queremos hacer ambas cosas a la vez?

Las emociones encontradas, como esa mezcla de pena y orgullo al despedir a un hijo que se va a la universidad, desafían la lógica evolutiva que nos ha llevado a categorizar las emociones de forma tan rígida. Si, como dicen algunos teóricos, los sistemas biológicos opuestos se inhiben mutuamente, entonces no debería ser posible experimentar emociones opuestas de manera simultánea. Sin embargo, la experiencia humana nos dice lo contrario.
Los estudios han demostrado que las personas, en diversas culturas, reportan emociones mixtas en situaciones específicas: la nostalgia, el asombro, la tristeza mezclada con risa. Incluso las reacciones fisiológicas parecen confirmar esto. Pero al analizar el cerebro en busca de un «patrón» de emociones encontradas, los resultados son, hasta cierto punto, desconcertantes.
El cerebro parece registrar solo una emoción dominante en ciertos estudios, lo que ha llevado a algunos investigadores a sugerir que tal vez no experimentamos emociones encontradas en un mismo momento, sino que alternamos rápidamente entre una y otra. Sin embargo, nuestro estudio reciente ha arrojado algo de luz sobre esta aparente contradicción.
Al observar la actividad cerebral mientras los participantes veían un cortometraje agridulce, notamos que ciertas regiones del cerebro, especialmente aquellas relacionadas con la toma de decisiones y el autocontrol, mostraban patrones únicos y sostenidos cuando los voluntarios experimentaban emociones mixtas. Esto sugiere que el cerebro tiene la capacidad de integrar estos sentimientos complejos, procesándolos no como opuestos en guerra, sino como una combinación que enriquece la experiencia humana.
¿Y qué significa todo esto para la vida cotidiana? En esos momentos cruciales, como el adiós en la puerta de la universidad, es posible que el cerebro esté permitiendo que ambos sentimientos, el positivo y el negativo, coexistan. Esta capacidad de sentirnos contradictorios puede ser un mecanismo que nos ayuda a adaptarnos mejor a los cambios, a enfrentar el dolor sin dejar de lado la esperanza. Comprender mejor cómo el cerebro maneja estas emociones encontradas podría ser la clave para transformar la angustia en aceptación y los recuerdos dolorosos en lecciones de vida.
Quizás la ciencia todavía no tenga todas las respuestas, pero está claro que las emociones humanas son mucho más complejas que un simple número en una escala. A veces, lo que parece un adiós definitivo es, en realidad, un «hasta luego» lleno de promesas. En el desafío de descifrar estas emociones mixtas, estamos empezando a entender mejor el papel crucial que juegan en los momentos más importantes de nuestra vida.
Con información de *Anthony Gianni Vaccaro es investigador asociado de posdoctorado en Psicología de la Escuela Dornsife de Letras, Artes y Ciencias en Universidad del Sur de California.
