Corría el año 1268 cuando falleció el Papa Clemente IV en la ciudad italiana de Viterbo.
Lo que nadie podía imaginar es que su sucesor tardaría casi tres años en ser elegido, en lo que se convertiría en el proceso de elección papal más largo y controvertido de la historia.
Este episodio no solo dejó una huella indeleble en la historia de la Iglesia Católica, sino que transformó para siempre el sistema de elección de los pontífices.
Cuando los 19 cardenales se reunieron en Viterbo para elegir al nuevo Papa, el proceso distaba mucho de lo que hoy conocemos como cónclave.
Los purpurados gozaban de libertad para entrar y salir del recinto, votaban una vez al día y, si no había acuerdo, regresaban a sus aposentos en la ciudad.
Esta libertad de movimiento, sumada a las profundas divisiones políticas, provocó un estancamiento sin precedentes.
El interminable camino hacia la elección
El Colegio Cardenalicio estaba profundamente dividido en dos facciones irreconciliables: por un lado, los partidarios del Rey de Nápoles y Sicilia, Carlos de Anjou, que representaba los intereses de Francia; por otro, los cardenales italianos, celosos de mantener la independencia del papado frente a las injerencias extranjeras. Esta división política paralizó completamente el proceso de elección.
Ante la indecisión de los cardenales, los ciudadanos de Viterbo comenzaron a impacientarse. Los recursos de la ciudad se agotaban mientras mantenían a los purpurados y sus séquitos. La situación se volvió tan insostenible que las autoridades civiles tomaron medidas drásticas: sellaron las puertas del Palacio Papal, recluyendo a los cardenales en su interior para impedir que salieran hasta elegir un nuevo Papa.
Pero esto fue solo el principio. A medida que pasaban los meses sin una decisión, las autoridades de Viterbo incrementaron la presión: racionaron la comida que se proporcionaba a los cardenales y, en un gesto aún más extremo, mandaron retirar parte del techo del palacio, dejándolos expuestos al frío, la lluvia y el sol, con la esperanza de que el sufrimiento físico acelerara la decisión.
Curiosidades del cónclave más largo
Durante los casi tres años que duró este proceso, ocurrieron situaciones que hoy parecen increíbles. Tres cardenales fallecieron durante el prolongado encierro, víctimas de la edad y las duras condiciones. Los viterbinos, hartos de que los cardenales y sus colaboradores consumieran los recursos de la ciudad, llegaron a proporcionar únicamente pan y agua mezclada con vino a los electores.
La justificación oficial para retirar el techo del Palacio Papal fue que así «Dios iluminaría las deliberaciones», aunque en realidad buscaban que la intemperie presionara a los cardenales. Esta medida desesperada se convirtió en una de las anécdotas más sorprendentes de la historia eclesiástica.
Finalmente, en septiembre de 1271, tras 34 meses de deliberaciones, el Rey Felipe III de Francia intervino, obligando a los purpurados a designar un comité reducido de seis cardenales para elegir un candidato de consenso. Esta solución extraordinaria permitió superar el bloqueo político que había paralizado el proceso.
Un Papa inesperado
El 1 de septiembre de 1271, el comité tomó una decisión sorprendente: eligieron a Teobaldo Visconti, un archidiácono de Lieja que ni siquiera estaba presente en el cónclave. Visconti no era cardenal ni sacerdote, sino diácono, y en ese momento se encontraba en Tierra Santa participando en una cruzada.
La elección de Visconti representó una solución de compromiso entre las facciones enfrentadas. Al ser una figura ajena a las disputas políticas europeas, resultaba aceptable para ambos bandos. Sin embargo, su designación planteaba un problema logístico: el nuevo Papa electo estaba a miles de kilómetros de distancia.
Visconti recibió la noticia de su elección mientras se encontraba en Acre (actual Israel). Aceptó el nombramiento y emprendió el largo viaje de regreso a Italia. Llegó a Viterbo el 12 de febrero de 1272, donde tomó el nombre de Gregorio X. Posteriormente, fue ordenado sacerdote y obispo, requisitos indispensables para asumir el papado, y finalmente coronado el 27 de marzo de 1272 en la Basílica de San Pedro.
La reforma que cambió la historia
Una de las primeras medidas de Gregorio X fue trasladar nuevamente la sede papal a Roma, en un intento de restaurar la normalidad tras un cónclave que había minado la credibilidad de la institución. Sin embargo, su legado más duradero sería la reforma del sistema de elección papal.
En el Concilio de Lyon de 1274, Gregorio X promulgó la constitución Ubi periculum, que institucionalizó formalmente el sistema del cónclave como lo conocemos hoy. Esta normativa establecía:
- El encierro obligatorio de los cardenales hasta la elección del nuevo Papa
- La reducción progresiva de alimentos en caso de demora
- La imposibilidad de establecer contacto con el exterior
- La suspensión de pagos a los cardenales hasta que el cónclave finalizara
Estas reglas, diseñadas para evitar que se repitiera una situación tan escandalosa como la que llevó a su propia elección, demostraron su eficacia inmediatamente. El siguiente cónclave, celebrado tras la muerte de Gregorio X en 1276, duró apenas un día.
Un legado que perdura
La constitución Ubi periculum marcó un antes y un después en la historia del papado. Aunque fue temporalmente suspendida por sus sucesores inmediatos, las normas establecidas por Gregorio X sentaron las bases del sistema que, con modificaciones, sigue vigente en la actualidad.
El pontificado de Gregorio X, aunque relativamente breve (1272-1276), dejó una huella indeleble en la Iglesia Católica. Su elección, producto de una crisis institucional sin precedentes, condujo a reformas que fortalecieron la institución papal y establecieron procedimientos que han resistido el paso de los siglos.
Hoy, cuando los cardenales se encierran «bajo llave» en la Capilla Sixtina para elegir a un nuevo Papa, siguen un ritual que tiene sus raíces en aquella crisis de hace más de siete siglos. El término «cónclave» deriva precisamente de la expresión latina cum clave («con llave»), en referencia al encierro forzoso que se impuso a los cardenales en Viterbo.
La historia de Gregorio X nos recuerda que, a veces, las crisis más profundas pueden conducir a las reformas más duraderas. De un proceso caótico que duró casi tres años surgió un sistema ordenado que ha permitido a la Iglesia Católica mantener la continuidad de su liderazgo durante siglos, evitando los prolongados periodos de sede vacante que tanto daño causaron en el pasado.
